Europa
se está convirtiendo, de un tiempo a esta parte, en un conjunto de tapas
variadas que no tienen nada que ver las unas con las otras y, encima, no
conforman un menú coherente. Depende qué países parece un comistrajo, según
otros lugares tiene la pinta de las zahúrdas de Plutón y, no se olvide tampoco,
hay terrenos que dan la impresión de ser un socarral. Para decirlo con palabras
santaferinas, privadas de toda malsonancia, se diría que Europa es un follaero. Follaero es, según la académica definición del maestro Juan de Dios Calero «el superlativo estado de confusión
en el que están las cosas».
Europa
azotada en algunos lugares por el populismo y la reaparición de movimientos
fascistas, nazis y xenófobos. Inglaterra, sumida en un quilombo político, que
provoca más que hilaridad una profunda y angustiosa perplejidad; Italia, a la
que han vuelto aquellos que huyeron de la ´citta aperta´, protagonizando una
transferencia de poderes mezclada por el blanqueo de la ceniza y el añil, que
nos ha dejado estupefactos.
Todo
ello en el contexto de una guerra, provocada por la invasión de Rusia a
Ucrania. Un terrible conflicto del que hoy por hoy nadie sabe cómo y cuándo
salir. Que está provocando –además de la destrucción, en algunos casos masiva— el
aniquilamiento de regiones ucranias y el empobrecimiento muy generalizado de
los sectores más modestos de Europa.
Europa
es el gráfico de una parábola descendente, que parcialmente está frenada por los
mecanismos de contención de la todavía importante fuerza política y económica
de Europa. Lo que no sabemos es si la capacidad de freno es igual o inferior a
los efectos de corrosión. Dejo esto para los expertos en la materia, ya sean
centrocampistas, falsos nueve o talabarteros diplomados.
Pues
bien, en este orfelinato que es Europa hace tiempo que se está radicalizando un
conflicto entre fuerzas diversas de la sociedad civil de unos países contra
otros. Que están azuzados, o no, por la clase política gobernante: recuerden aquella
lacerante expresión de los países pigs. Ahora, la confusión británica –un auténtico
galimatías de solemnidad— ha dado pie a algo que me parece estúpidamente desestabilizador: las portadas de The
Economist, comparando gráficamente los problemas de Inglaterra con los de Italia.
Brytaly. O la portada del Der Spiegel indicando que Inglaterra es una república
bananera. Cuando los grandes medios se
explayan en estos comportamientos, las conclusiones son los enfrentamientos en
las opiniones públicas y la consolidación del nacionalismo de barra de chigre.
A
ese estado de cosas se ha llegado (el follaero)
porque la política ha dejado de ser el sujeto guía del país, la argamasa de la
convivencia y los mimbres de la solidaridad. El follaero es la consecuencia de la derrota del capitalismo
industrial por los poderes financieros, el deslizamiento de las derechas hacia
las zonas calientes de lo no ilustrado y la sistemática desatención de las
diversas izquierdas, fatigadas de los éxitos de antaño y de desconocer qué
nuevas paradojas arrastran tales conquistas, qué nuevas patologías sociales aparecen
cuando por la puerta de los derechos se han conquistado nuevas tutelas y
mecanismos de protección. No, las izquierdas no acudieron a clase cuando el
profesor explicaba el famoso principio de acción y reacción.
Es
cierto que, matiz arriba y matiz abajo, este modesto e incompleto recuento de
problemas es real, si algún rasgo aparece excesivamente negro es porque tengo
la intención de que no se deje al pairo. Más todavía, los problemas son
ásperos, pero en Europa quiero creer –me cuesta lo mismo decir lo contrario— que
hay mimbres para la reorientación de nuestro viejo continente. Si creyera lo
contrario me dedicaría a demostrar que la serie de los números primos no es
infinita.