Nota
editorial. Volvemos al debate que inició Paco Rodríguez de Lecea
en torno a la intervención de Bruno Trentin.
El primer capítulo de la misma está en RELEER A TRENTIN, RELEER A GRAMSC (1)I. Que ya
fue comentado por el mismo Paco en ese mismo link. El mismo Paco analiza esta
segunda entrega en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/releer-trentin-releer-gramsci-2.html
Qué lectura de Gramsci, hoy (2)
Bruno Trentin
Al releer siguiendo esta pista toda la
obra de Antonio Gramsci, y no solo la de los tiempos del Ordine Nuovo, creo entender que
tal conclusión paradójica no fue ajena, aunque de forma controvertida y contradictoria,
a su investigación sobre las relaciones entre política y sociedad civil; y sí
inseparable de otra contradicción que marcará, aunque con acentos y resultados
diversos, toda una época del pensamiento socialista desde los comienzos del
siglo XX, teatro de aquella primera crisis de la cultura marxista que se suele
colocar bajo la rúbrica del «Debate Bernstein».
Me refiero a la contradicción siguiente:
se da, por un lado, un historicismo finalista, empapado de determinismo, que
acaba por encerrar el análisis, muy fecundo por otra parte, de Gramsci sobre
las transformaciones y los conflictos que recorren la sociedad civil (análisis
del que buena parte de la izquierda italiana, en nuestros días, parece haber
perdido el método, el gusto y también la memoria) en el «corsé» de un proceso
histórico ineluctablemente predeterminado en su devenir incluso en el más largo
plazo, y que muestra una evolución unidireccional de las fuerzas productivas, en las que
se incluyen, como se sabe, la «fuerza de trabajo» propiamente dicha, la
división del trabajo y la organización de la sociedad civil. Por otro lado, un
voluntarismo, una primacía de la voluntad y de la acción creadora («la
revolución contra el capital»), también, sin embargo, encerrada en un curso
histórico marcado por la necesidad de sus diferentes fases.
Se trata, de hecho, de un voluntarismo
cuyas matrices ideológicas le impiden dedicarse a la investigación problemática
y experimental de opciones alternativas a las dominantes, e insertarse en una
historia siempre abierta a resultados diversos, aunque dentro de los límites
indudablemente objetivos dictados por los distintos contextos económicos,
culturales y sociales. Un voluntarismo que excluye la sustitución de la
primacía terrible del cumplimiento de un destino histórico ineluctable, por la
primacía de la libertad y de la autorrealización de la persona humana. Un
voluntarismo capaz tan solo de quemar
etapas en alguna de las fases
determinadas e inmutables del desarrollo humano y social; pero no, desde luego,
libre para ignorar o «saltarse»
esas etapas predeterminadas y predefinidas; y tanto menos para imaginar y para
experimentar (sobreponiéndose a la dura criba crítica de los resultados y de la
búsqueda de un consenso consciente) vías distintas a las «inscritas en la
historia», ya dada, del desarrollo de las fuerzas productivas (incluido el
trabajo) y de su conflicto potencial con las «relaciones de producción».
Este es el modo que me ha parecido más
fecundo de reencontrar en Gramsci, más allá de cualquier exégesis consolatoria,
estímulos, indicaciones, pistas a seguir para confrontarnos con los problemas
del presente. No tanto distinguir de forma pedante «lo que está vivo y lo que
está muerto» (¿respecto a qué?) en su investigación incompleta, y siempre en movimiento;
ni limitarse a desmenuzar en la obra de Gramsci, con un escrúpulo que ha
alcanzado en muchos casos resultados engañosos e ilusorios, «aquello que
corresponde a Gramsci y lo que pertenecía a Lenin, a Sorel o a Croce» (el
famoso texto de Togliatti sobre el Leninismo
de Gramsci me parece, por
ejemplo, lastrado para siempre por una parcialidad muy marcada). Sino, por el
contrario, tratar de «liberar» algunos momentos cruciales de su reflexión de
las ambigüedades y de las aporías que se derivaban de estar aprisionada por la
contradicción, vital durante un largo periodo de la historia del movimiento
socialista, pero perversa y fatal en el momento de su desenlace, entre
historicismo finalista y voluntarismo prometeico.
O dicho de otra manera, centrándonos ahora
en el punto de vista de los sujetos de la historia, entre quienes viven la
historia como un vehículo más o menos inconsciente de la dirección (ya
definitiva) que ha adoptado, y los que se proponen incluso violentar los
tiempos de la misma (posiblemente con altísimos costos humanos en la
contingencia inmediata) porque detentan el privilegio, negado a la mayoría, de
conocer sus etapas predefinidas y su fin último; porque poseen el don trágico y
exclusivo de saber a dónde va la historia.
Traducción de Javier
Aristu
Radio Parapanda
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