Nota editorial. Conversación en casa con el cura obrero Javier Sánchez del Campo
El Obispo
de Santander se ha inscrito en esa carrera de jamelgos que se caracteriza por
ver quién, con perdón, mea más largo. Hubo quien sentenció sobre los homosexuales
(Cuenca); quien habló que los niños chicos son los que provocan que haya
pederastas (Córdoba); quien tuvo acentos guerracivilistas recientemente (Madrid)
y otros con no menos mugre. Es la cofradía pendenciera de Rouco y sus hermanos.
Ahora se ha añadido el mitrado santanderino: «morir por la patria es una virtud
cristiana». Es el teologúmeno que concluye con otra de sus bendiciones eclesiásticas:
«la indisoluble unidad de España». Véase esta pieza en http://www.ara.cat/politica/unitat-espanya-bisbe-santander-esglesia_0_1113488896.html.
A mi
entender, este mentecato está llamando a una bronca caballuna, vale decir, a
que una legión de energúmenos, armados entre los dientes, entre en Barcelona y
se líe a tiros contra la hipotética “resistencia armada catalana”. Por
supuesto, los ensotanados estarían observando la jugada a mil kilómetros. O, tal vez, estarían indicando que son
necesarios somatenes en cada ciudad donde se celebren manifestaciones contra
las políticas de austeridad, ya que –en su esclarecida opinión— quienes así lo
hacen son “enemigos de la patria”. Comoquiera que, dentro de esas manifestaciones,
siempre hay gente con tirachinas, tal
vez becarios del hisopo, que agrede a los policías reales, dichos becarios,
siempre con «virtud cristiana», deberían
morir en olor de martirologio.
Por lo demás,
suena chocante el neopatriotismo de los ensotanados altos funcionarios de la
iglesia. Han entrado, nuevamente, en el tradicional oxímoron de su historia:
católico como sinónimo de universal no se compadece con la exacerbación espasmódica
del campanario aldeano. A buen seguro que el famoso cura de Roma, que habla
urbi et orbi, habrá fruncido el ceño.
Apostilla.—
Para que no se diga: yo también estoy
dispuesto a dar mi vida por la patria; lo haré después de que todos los
miembros de la Conferencia Episcopal
Española lo hagan. Ni un segundo antes.
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