lunes, 25 de febrero de 2013

LA REPRESENTACIÓN SINDICAL COMO CONFLICTO EN EL ESPACIO DEMOCRÁTICO


Nota editorial. Hace días el maestro Umberto Romagnoli nos hacía una serie de planteamientos en LA LEY SOBRE LAS DOS CIUDADANÍAS. UN TEXTO DE UMBERTO ROMAGNOLI.... Riccardo Terzi, a su vez, dice la suya. 


Riccardo Terzi

Uno de los efectos más inquietantes del gran transtorno político de este cruce de siglos está en que todo nuestro vocabulario está subvertido y que cada palabra debe ser redefinida, reconquistada, restituida a su significado. Incluso las palabras más simples, en apariencia más obvias, se han convertido en un campo de batalla y se arriesgan a deslizarse hacia la retórica o a la irrelevancia. 

El esquema clásico que ve contrapuestos los dos campos de los progresistas y los conservadores no tiene ya utilidad alguna, ya sea porque la derecha actual no es tradicionalista sino que se propone como fuerza motriz de la innovación, ya sea porque no está claro que puede significar la palabra «progreso» al haberse desvanecido la ilusión de un camino ascendente y progresivo de la historia. Lo que parece evidente es sólo la fuerza de la técnica, su incremento como potencia que se mantiene totalmente opaco e indiferente a cualquier objetivo político. 

En esta confusión general de la lengua se abre camino la maniobra más agresiva. Con ella se quiere ajustar  definitivamente las cuentas con el pasado, a saber, que la misma distinción entre derecha e izquierda ha perdido todo su significado y están fuera de la realidad todas las representaciones ideológicas en las que se basaba aquella diferencia. La verdadera derercha de hoy es ésta: la del pensamiento que niega las diferencias, la que todo lo aplasta sin mantener abierta una brecha entre lo real y lo posible. Es la ideología más extrema y absoluta porque dice ser la realidad, es la rendición del pensamiento a la desnuda materialidad de los datos.  Toda la complejidad de lo real acaba siendo reducida y lo que se mantiene en pie sólamente es la gobernabilidad del sistema, su eficiencia. No hay problemas a resolver, sino técnicas que adoptar. Es la llegada del hombre unidimensional, como había intuido Marcuse. Quien dice «ni derecha, ni izquierda» es la encarnación de esta lógica, de esta metafísica de la resignación y la adaptación. Con ella se quiere quitar incluso el derecho de existir a la izquierda.   

Para soportar este impacto, que se despliega con la violencia terrorífica del sentido común, debemos reinventar nuestro lenguaje y, así, hacer nuevamente visibles los rechaces, las diferencias, las alternativas, los conflictos. De hecho, la palabra tiene sentido sólo si su afirmación es también, al mismo tiempo, una negación; si ella señala un límite, una discriminación, una oposición.  

¿Por qué he situado esta premisa?  Se me ha pedido que hable de la representación, pero no es posible hacerlo si la palabra misma no es investigada a fondo en su significado; si no viene liberada de todo la trama de las distorsiones y de las banalidades del discurso político-periodístico al uso.  La representación tiene sentido en su relación con otros dos conceptos fundamentales: el conflicto y la democracia. Siempre es una buena regla la búsqueda de las aproximaciones, de los nexos que ligan uno y otro concepto. Por ello, se puede decir que la representación es la práctica del conflicto en el interior de un espacio democrático organizado. Y ella puede existir sólo si está dentro de esas coordenadas, sólamente en el cuadro de una sociedad pluralista que reconoce las diferencias y las deja actuar líbremente en su recíproco movimiento y en su conflicto. Está ahí, en esa visión abierta y dinámica de la sociedad, el gran alcance histórico de la modernidad que liquida el antiguo ordenamiento jerárquico y autoritario, entendiendo el orden como el resultado de la libre relación de las fuerzas en campo, como un punto de equilibrio que siempre es móvil y abierto a diversas combinaciones.  Ahora bien, este marco teórico y conceptual es el que hoy está en discusión, porque al pluralismo de las ideas y de los intereses se le sustituye por la univocidad y la presunta objetividad del paradigma económico dominante  que no admite alternativas, por lo que la democracia misma queda confinada en el interior de un perímetro rígidamente trazado, más allá del cual solo hay espejismos o, peor aun, subversión. Así, la democracia está puesta bajo vigilancia y una nueva casta de custodios de la ortodoxia tiene la obligación de garantizar la capacidad y coherencia del sistema. Hemos sido aplastados a este cepo, político e ideológico del poder, no sólo por la virulancia del ataque sino también porque muchos, demasiados, en la izquierda han tenido la ilusión de poder cabalgar por la senda de la modernización, de guiarla y plegarla a sus propios fines. Si no nos decidimos a hablar también de nuestras responsabiliades, todo el discurso queda incompleto y privado de toda eficacia.

Ahora bien, en este universo cerrado y compacto que no deja espacio para ninguna alternativa, no hay nada que representar. Sólo puede haber una lógica de tipo corporativo y poder cultuvar algún resquicio de poder. Decisionismo político, de un lado, y corporativización del cuerpo social, por otro lado, es la salida lógica de todos los procesos políticos e ideológicos en curso. La agenda política es una, una sola, y ella está referida sólo a los instrumentos de manutención del sistma, se refiere sólo a los medios, estando excluído todo discurso sobre los fines. Todos los cuerpos sociales, en este contexto, son sólamente segmentos parciales, y su espacio posible no es el del proyecto sino la enmienda; su vocación no puede ser el conflicto sino la participación pasiva en un juego que otros han decidido.

La negación del conflicto, puesto abiertamente a la luz, no es otro que el de la esencia misma del pensamiento autoritario tal como nos enseña toda nuestra historia pasada, donde siempre el poder despótico se rige bajo los valores de la jerarquía, el orden, unidad nacional, contra las turbulencias y las incertidumbres de la democracia, contra su relativismo, contra toda forma de pluralismo organizado. Es ahí donde el tema de la representación aparece en toda su pregnancia, no como un detalle marginal sino como una posible fuerza de choque que pone en entredicho el sistema de poder.

Pero, ¿cuál puede ser el espacio, el horizonte para un sujeto social que no se resigne a la lógica de la enmienda corporativa? Todas las palabras de nuestra tradición se han cubierto de polvo y suenan a falso, a retórica, a nostalgia. ¿Cómo podemos llamar a lo que somos, a lo que queremos ser?  Tal vez sea necesario hacer hablar no a las palabras sino a los hechos, y las palabras vendrán de por sí, como la forma donde está un nuevo contenido. Ante todo, hablo ahora del sindicato, pero se trata de un discurso que tiene una validez más general porque la sociedad tiene una necesidad de representación.  Una sociedad sin representación, sin sujetos colectivos organizados se convierte en el terreno de conquista para toda clase de aventureros y demoagogos. 

El sindicato

Para el sindicato el punto esencial es si consigue plenamente dar forma a la autonoma subjetividad del mundo del trabajo. Lo que quiere decir representar una alteridad, un elemento de tensión, no en nombre de una ideología alternativa sino con una relación inmediata y viva con las demandas, individuales y colectivas, de la experencia de vida concreta de las personas. No se trata de organizar la «izquierda» sindical», de forzar en sentido político el campo de acción del sindicato sino, ante todo, de hacer emerger la fuerza de su autonomía, de su naturaleza de sujeto social que tiene una lógica diversa con respecto a la política. 

Lo que hoy aparece es una situación de incertidubmre y ambigüidad con un sindicato dividido y oscilante, y estas mismas divisiones parecen estar producidas por el juego de las diferentes pertenencias políticas, con una caída general del nivel de autonomía.  Es también un efecto de la forzada «bipolarización» de todo el sistema político, por lo que toda la complejidad social aparece simplificada y encuadrada en el mecanismo de la competición bipolar; y todos los espacios son ocupados, colonizados, drenando cualquier forma de autonomía. Es una trampa de la que debe salir rápidamente el sindicato con el objetivo de hacer visible su autónoma función social. Y la autonomía tiene en sí, necesariamente, el momento del conflicto porque aquella expresa un punto de vista que es, sin embargo, «otro» con respecto a los equilibrios político-institucionales. 

¿De qué conflicto hablamos? No se trata, en absoluto, de imaginar el acontecimiento mítico de una revuelta general contra el sistema. Más bien, en la espera siempre frustada de ese acontecimiento, acabamos por ser paralizados e impotentes.  El conflicto es aprehendido no sobre el terreno de una filosofía de la historia sino en los infinitos pliegues de la vida cotidiana, como un dato de la realidad, como una tensión permanente que está en la naturaleza de las cosas, como un fermento sobre el que hay que construir, sucesivamente, nuevos niveles de consciencia y organización. A pesar de toda la violenta ofensiva ideológica desplegada, la realidad social no está, en absoluto, pacificada, normalizada sino que es un campo de inestabilidad e inquietud atravesado por las más variadas contradicciones. En la sociedad se encuentra el impulso hacia un nuevo orden, la exigencia de una estructura, de una forma solidaria, contra los efectos desagregadores del mercado libre.    

Se trata, pues, de meterle mano a un trabajo no excepcional sino cotidiano, en el interior de las cosas, en medio de las contradicciones reales, con una obra paciente de organización y selecciones de los objetivos posibles. Podríamos hablar de práctica reformista, si esta palabra no estuviese tan vergonzosamente lisiada. Sobre estas premisas se puede dibujar, me parece, una línea de gran ductilidad y libertad sindical, combinando e integrando entre ellas los dos momentos del conflicto y la mediación con la capacidad de decir, de vez en cuando, nuestro sí o nuestro no, fuera de las lógicas de la política y de sus chantajes sin que el sí o el no se conviertan en un banderín ideológico. 

Sobre el sindicato ha caído una violenta ofensiva meditática,  expresando en substancia, que la prueba de su responsabilidad nacional consiste en una declaración de dejación en nombre de los intereses superiores de la nación. Si el sindicato resiste –si dice no--  entonces eso es la señal de que está preso de las viejas ideologías, o sea, es conservador, corporativo, irresponsable.  Es particularmente la CGIL, y todavía más la FIOM, el objeto privilegiado de esta campaña antisindical. Es del todo evidente que hemos de mandar al diablo toda esta congregación de comentaristas alquilados. Pero, una vez completada esta sana operación de exorcismo espiritual, quedan los problemas y la urgencia de un profundo repensamiento crítico de la situación sindical. 

Si hacemos una valoración de largo recorrido, a partir de los años ochenta, son evidentes los atrasos, los fracasos, y entonces no salen las cuentas. No podemos interpretar todo este proceso como si se tratase de una conjura de la historia, ni podemos limitarnos a exhibir el trofeso de nuestras gloriosas batallas. Lo que cuenta al final es el resultado del todo el proceso histórico; y este resultado nos habla de una derrota. Pero una derrota no puede remontarse si se evita el tema de la responsabilidad, de los errores, si no nos decidimos a ejercer el espíritu crítico con toda su necesaria dureza hacia nosotros mismos. 

Situar la derrota, investigarla, interpretarla en todos sus pasajes sería ya un paso extraordinario adelante. Pero esta operación de verdad será posible sólo si se crean las condiciones de una discusión libre, abierta, desprejuiciada; si representa un salto cualitativo en la vida democrática de la organización. Ya he subrayado el nexo inseparable entre representación y democracia, y eso vale tanto en relación a la estructura política e institucional como a la relación entre representantes y representados, que siempre debe ser abierta, de manera fluida, en las dos direcciones de arriba hacia abajo. Hay democracia allí donde existe circularidad del proceso sin impedimentos, sin barreras democráticas. Bajo este perfil, en la historia de toda gran organización de masas, se alternan los momentos ascendentes, creativos donde toma cuerpo el empuje participaptivo y los momentos de estabilización, donde el orden burocrático frena el barlovento. Siempre es un equilibrio inestable y toda esta dialéctica hay que verla con realismo en sus diversas etapas, en su relación con las diversas situaciones históricas.      

Lo que intento decir es que, en las condiciones actuales, donde se necesitaría el máximo de esfuerzo creativo para salir de la crisis, la burocratización de la estructura es un mecanismo de freno que impide todo tipo de desarrollo. El espíritu conservador tiene su justificación cuando se trata de garantizar lo que funciona en un sistema, pero es totalmente contraproducente en los momentos de crisis en los que se precisa  innovación, renovación, esperimentación de nuevas formas. En estos momentos, no hay nada más imprudente que la prudencia. 

Por estas razones me parece  de una gran madurez la exigencia de un repensamiento profundo del modo de ser del sindicato y del funcionamiento de sus estructuras organizativas. Es muy actual el lema de la «refundación» del sindicato, que planteó Antonio Pizzinato en su breve experiencia de Secretario general de la CGIL. Por ello, no hay dudas de que debemos liberar, hoy, fuerzas, energías y espíritu crítico. No tengo soluciones preciesas que proponer, pero advierto que, cada vez más, del fuerte malestar por un sistema que premia la fidelidad y no la autonomía, la observancia de las reglas y no la creatividad, la estabilidad de la organización y no su renovación.

Para un sindicato que ponga en el centro su autonomía y su enraizamiento social, es necesario promovier una nueva figura de sindicalista que esté totalmente proyectada en la materialidad de las condiciones sociales, en el análisis de los procesos y en la gestión de los conflictos, sin estar esperando el primer tran político que pase Es la pirámide jerárquica lo que está oxidado:  hay que valorizar quien está en primera línea, en contacto directo con la realidad y es necesario redimensionar todas las superestructuras burocráticas que componen una máquina demasiado peada, centralizada e a menudo ineficiente. 

Con este mismo criterio hay que  repensar los procedimientos de composición y selección de los grupos dirigentes en sus diversos niveles. Si los partidos han inventado las primarias y esta innovación ha introducido un poco de vitalidad en una estructura atrofiada, también las organizaciones sindicales necesitan inventar formas de su propia democratización interna.

Enfin, frente a la presión para enclaustrar el sindicato en un angosto espacio corporativo hay que responder con un esfuerzo por ampliar el terreno de juego, ocupando nuevos espacios para aprehender en toda su complejidad las demandas sociales, no sólo en el trabajo sino en la vida civil y en el conjunto de las relaciones sociales.   Cuando se habla de la «centralidad estratégica del territorio», creo que se quiere decir un cambio hacia una visión más amplia y sistémica de las necesidades sociales que intentamos representar.  Pero, hasta ahora, todo ello se encuentra en un estado embrionario, con algunas genéricas afirmaciones de principio y con experiencias concretas todavía demasiado fragmentarias y, quizás, discutibles. El territorio no es la clausura localista, no es fragmentación de los derechos de ciudadanía sino el campo en el que todos nuestros objetivos (trabajo, welfare, calidad de vida) toman cuerpo y se abren a posibles experimentos. El sindicato es, por su naturaleza, un sujeto de la subsidiaridad  en cuanto que –partiendo de su parcialidad--  persigue objetivos de interés general. En esta perspectiva se pueden explorar nuevos campos de iniciativa sin el temor de aventurarse a nuevos territorios y sin quedar bloqueados por un límite fijado demasiado rígidamente entre negociación y gestión. Si el objetivo es la democratización del sistema, en todos los sectores, sometiendo desde abajo el control de todas las estructuras de poder, entonces debemos tomar muy en serio nuestra función e intervenir a cambo abierto en la vida civil y económica del país.  

[Traducido por José Luis López Bulla. Este artículo saldrá publicado a finales de mes en la revista Alternative per il socialismo]    

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