domingo, 8 de enero de 2012

LA INTIMIDACIÓN DEL CONFLICTO SOCIAL

Carmen Rodriguez, viuda de Simón Sánchez Montero





“Las élites económicas (o las clases altas, si se prefiere) se están desentendiendo unilateralmente del pacto del Estado del bienestar porque consideran innecesarios los costes que les pueda ocasionar, en la medida en que las clases populares han perdido capacidad de intimidación”,  escribe Josep Ramoneda en su artículo en la separata de hoy en El País (el subrayado es mío). Pienso que Ramoneda da, con mucha aproximación, en el clavo.

El movimiento sindical lleva unos cuantos años con potentes movilizaciones ya sea de ámbito nacional como europeo. Y sin embargo todas ellas han sufrido un rotundo ninguneo. El problema no es, así las cosas, la ausencia o endeblez de la presión sostenida sino la ausencia de salida de las mismas o –dicho en plata— la no consecución de sus objetivos. Lo que comporta, en palabras de Ramoneda, a la “pérdida de intimidación”. Esta es una cuestión de primer orden que desafía y –no nos vayamos con remilgos— pone en entredicho las alternativas del sindicalismo confederal.

Hace tiempo que reflexioné sobre el asunto vinculando el ejercicio del conflicto social a la innovación tecnológica. Ahora el asunto se nos complica porque los poderes contrarios se encogen de hombros como diciendo “allá vosotros con lo que hacéis; no vamos a cambiar ni un ápice del guión que tenemos escrito”.  Es una situación que puede acarrearnos graves complicaciones en nuestra capacidad de representación. Así las cosas es necesaria una amplía reflexión sobre ello. Y en concreto: ¿de qué manera se puede y debe ejercer el conflicto de masas para que cumpla con su objetivo?

Sugiero, por lo tanto, que es fundamental repensar estas cosas. Como primeros elementos indicativos sería conveniente meditar sobre lo que se dice más abajo (1). Se trata de un escrito de 1997 al que habría que introducir los nuevos elementos.     




(1)         El Conflicto social, hoy.

En mayo de 1997 se desarrollaron unas importantes jornadas organizadas por el Ceres con el objetivo de reflexionar y sacar algunas conclusiones acerca de la relación entre innovación tecnológica y conflicto social. Lo cierto es que el sindicalismo confederal --salvo honrosísimas y muy pocas excepciones-- se encuentra desubicado en relación al ejercicio del conflicto social. Las gigantescas transformaciones tecnológicas han variado profundamente el centro de trabajo; sin embargo, se sigue practicando el conflicto de la misma manera y con la misma forma que antes de dichas mutaciones tecnológicas. Por ejemplo, se utiliza la asamblea como si en el centro de trabajo la gente tuviera el mismo apelotonamiento de personas que la fábrica fordista, por poner una expresión gráfica. Si las nuevas tecnologías producen interferencias al conflicto social, éste se ejerce de la misma manera que cuando aquéllas no existían; sin embargo, no se investiga ni se aprovecha la potencialidad real que las nuevas tecnologías ofrecen para el ejercicio del conflicto. Así pues, se mantiene la centralidad de la asamblea fordista como una especie de mito con la misma inadecuación que pudiera tener un científico que basara sus investigaciones sólo en los cálculos que le proporciona el método de la regla de tres compuesta.


Si el sindicalismo confederal mantiene su actual desubicación en relación al conflicto --es decir, si desdeña las interferencias en su contra y no abunda en las potencialidades reales que existen-- irá empequeñeciendo su personalidad; posteriormente, incluso sin desearlo, se iría transformando en un agente técnico, y no sería ya un sujeto que desde su alteridad pudiera transformar la condición de trabajo.



En todo caso, nosotros no concebimos el conflicto social como algo autónomo o independiente de las propuestas del sindicalismo confederal. Esto quiere decir fundamentalmente que el conflicto se ejerce en relación a un proyecto reivindicativo concreto en un momento determinado. Así las cosas, lo que cuenta --por este orden y no por otro-- es 1) la cualidad de las reivindicaciones, y 2) la forma que tiene el conflicto; a nuestro entender, ambas cuestiones son inseparables para y en el ejercicio del conflicto. Un proyecto reivindicativo concreto que no se refiera a cómo es exactamente la organización del trabajo en cuestión --las condiciones para el trabajo y las condiciones de trabajo más útiles para el conjunto asalariado-- siempre expresará utilidades limitadas; a la larga (no muy larga, pensamos nosotros) irá perdiendo todo su sentido. Y, de la misma forma, un proyecto reivindicativo concreto que no se sustentara en una forma conveniente del ejercicio del conflicto, tampoco sería eficaz.



Es preciso que el sindicalismo confederal elabore una nueva praxis en el ejercicio del conflicto, muy en especial en aquellos sectores que, dadas las innovaciones tecnológicas, tienen una relación diversa entre "la máquina" y "la persona".



Históricamente el ejercicio del conflicto se ha caracterizado por un acontecimiento rotundo: si la persona dejaba de trabajar, la máquina se paralizaba por lo general; este detalle era el que provocaba la realización de la huelga. Hoy, en no pocos sectores, la ausencia de vínculo puntual entre el hombre y la máquina (esto es, que la persona deje de trabajar) no indica que la máquina se paralice. Más aún, gran parte de los conflictos se distinguen porque las personas hacen huelga (dejan de trabajar), pero las máquinas siguen su plena actividad. Podemos decir, pues, que la disidencia que representa el ejercicio del conflicto no tiene ya, en determinados escenarios, las mismas consecuencias que un antaño de no hace tanto tiempo. Esto es algo nuevo sobre el que, a nuestro juicio, vale la pena darle muchas vueltas a la cabeza. Parece lógico, pues, que el sujeto social se oriente en una dirección práctica de cómo exhibir la disidencia, promoviendo el mayor nivel de visibilidad del conflicto. En otras palabras, la visibilidad del conflicto tendría como objetivo sacar la disidencia del espacio de la privacidad para hacerla visiblemente pública.



En suma, para una nueva praxis del conflicto, apuntamos los siguientes temas de reflexión: 1) el carácter y la prioridad de las reivindicaciones, tanto generales como aquéllas de las diversidades; 2) la utilización de la codeterminación; 3) los mecanismos de autocomposición del conflicto; 4) la utilización de las posibilidades reales que ofrecen las nuevas tecnologías para el ejercicio del conflicto; 5) nuevas formas de exhibición de la disidencia, dándole la mayor carga de visibilidad en cada momento.



Aunque la movilización de los internautas no tenga el carácter de un conflicto "de clase", vale la pena echarle un vistazo a sus características más llamativas; de esta manera veremos --como decíamos más arriba-- hasta qué punto las innovaciones tecnológicas proponen nuevas posibilidades para el ejercicio de la protesta y la disidencia. De este conflicto podemos hablar, ya que nosotros hemos mantenido, a través de internet, un diálogo con el centro promotor de la huelga. Los motivos de esta acción no son otros que el rechazo de los internautas del espectacular incremento de las tarifas telefónicas. A continuación surge el grupo coordinador, llamado Plataforma-la huelga (dice contar con 10.000 usuarios). Este colectivo establece una política de alianzas con grupos tales como Plataforma por la tarifa plana, Proyecto Serviline, Organización de consumidores y amas de casa, Asociación de transportistas y otras. Se convoca "la huelga" de usuarios internautas y se concretan en un plan de acción a realizar durante el mes de setiembre. Vale la pena explicar que todo ello ha estado presidido por una serie de hechos participativos a través de las chats, es decir, las "tertulias cibernéticas". Como puede verse, estamos ante un conflicto que se mueve, en unos casos, alrededor de las más tradicionales convenciones y, en otros casos, con nuevas formas en el ejercicio de la acción.



De un lado, existen unos motivos para la protesta que son aprehendidos por un grupo dirigente, situado en una sede; este grupo estimula una política de alianzas que desde su "local" lanza la convocatoria y fija el plan de acción, concretado en una serie de protestas, acordadas después de un debate participativo. Todo ello en el más puro convencionalismo tradicional de la teoría y práctica del conflicto; por ejemplo,

el plan de acción invoca a los receptores de los mensajes "la necesidad de difundir las medidas tanto como podáis entre todos los sectores en internet y fuera" que parece recordar el viejo recado del movimiento obrero "lee y difunde esta octavilla". Por otra parte, este conflicto ha suscitado algo que también nos es familiar, a saber: la solidaridad. En efecto, miles de usuarios de, al menos, nueve países se han adherido a este conflicto; conscientes unos y otros de la fuerza de Telefónica, han fundado el Consejo social de las Comunicaciones --un ente que agrupa a organizaciones de usuarios de esos nueve países-- para "hacer frente a los abusos de la empresa y exigir un trato justo y equitativo de la prestación del servicio de Telefónica".

De otro lado, la sede no es otra que Página web: http//www.lanzadera.com/la huelga, y e-mail:la huelga@ hotmail.com; las comunicaciones (en jerga tradicional, las octavillas) a los hipotéticos huelguistas se lanzan a través de esos mundos cibernéticos. Podemos decir satisfactoriamente que nos encontramos ante una parte de las facilidades que posibilita la innovación tecnológica, incluso para la participación de los auténticos sujetos conflictuales, que son las personas-usuarias.


Todo ello abre un camino (cuyas consecuencias no nos son posibles determinar en estos momentos) a una nueva relación entre objeto del conflicto, el sujeto que lo organiza y los recursos de nuevo estilo. A saber, la innovación tecnológica concreta que desde un "centro invisible" (en este caso, un web) se puede organizar y convocar un determinado conflicto. Por otra parte, el web --que es, a la vez, sede y octavilla-- contiene una velocidad comunicativa, desde su fijación hasta la recepción, como jamás en la historia de los conflictos haya tenido convocatoria alguna; de igual modo, estos recursos de nuevo estilo permiten inter-conectar (esto es, conectar entre-si) a los que se encuentran físicamente separados en distancias lejanísimas. Es decir, estos nuevos recursos informan y agrupan instantáneamente a miles de personas que están separadas solamente en lo físico; de donde se infiere que el espacio clásico --el espacio fordista, se entiende-- ya no es determinante (o no tan determinante como antaño) para el ejercicio de determinadas formas de conflicto social. Entiéndasenos bien, para lo que nos ocupa no es la velocidad de la comunicación el rasgo fundamental sino la capacidad de reunir (conociendo, debatiendo y decidiendo) a los que están dispersos, separados a miles y miles de kilómetros en un mismo momento; que eso se haga de manera instantánea es cosa que se da por añadidura. De manera que objeto, sujeto y recursos adquieren una nueva dimensión, no sólo técnica sino también cultural. Lo insólito de dicha relación es que ya no afecta a las personas que son abarcables con la vista --como lo era el ágora griega o la asamblea fordista-- sino a miles de personas inabarcables con los ojos, dadas las distancias entre todos ellas. Y todavía más: de la misma manera que la asamblea fordista se realizaba en el lugar natural de una superficie concreta, la asamblea interconectada de los internautas también se ha desarrollado en un lugar natural, mejor dicho: en muchísimos lugares naturales. Podemos decir, en consecuencia, que se ha establecido un vínculo diverso entre espacio (el lugar físico donde está cada internauta) y el tiempo instantáneo (en el que se establece la colectiva intercomunicación).



Este conflicto de los internautas (al igual que otras experiencias) propone una nueva relación entre tecnología y conflicto social que debe ser estudiada por el sindicalismo confederal en cuyo seno existen ya unas prácticas muy minoritarias. Nosotros pensamos que sería erróneo interpretar esta fenomenología con viejas categorías o, peor aún, confrontarla con los modelos tradicionales dejándose guiar sólo por la nostalgia de una época en la que parecía posible una comunicación más rica y humana, que siendo ejercitada como si estuviésemos en el tradicional fordismo, ya no concita la agrupación física de las personas en la asamblea en la que hemos crecido y desarrollado



Para nosotros está meridianamente claro que estos hechos participativos conservan la misma esencia que los de la tradicional asamblea, aunque cambie el aspecto formal del estar juntas, físicamente, las personas. En otras palabras, se mantiene el conocimiento, el debate y la decisión colectivos y, formalmente, se les re-agrupa de otra manera. Es, sin ningún género de dudas, una alternativa a la objetiva dispersión física de las personas que provoca la utilización de las nuevas tecnologías.



En este conflicto de los internautas podemos sacar otra lectura más. La comunicación de todo tipo de mensajes (elaboración de las reivindicaciones, su razonamiento y la decisión de cómo y cuándo se ejercita el conflicto) es directa, esto es, no mediada por ningún tipo de sujetos o estructuras intermedias. Se reducen, por tanto, los matices y distorsiones que se dan en el conflicto tradicional como fruto de la cadena de estructuras intermedias y la subjetividad como cada una de éstas percibe las razones de dicho conflicto. Esta relación directamente intercomunicada redimensiona el carácter del grupo dirigente y la particular figura del secretario convencional, cuyo poder no viene ya del número y de la calidad de los secretos que guarda sino de su fuerza intelectual y propositiva. Experiencias como ésta indican que no existe la "cadena jerárquica" entre el centro y las periferias; al menos en este conflicto se han roto las intermediaciones y la relación de poder basada en el monopolio de la información tradicional de arriba-abajo.



Por la novedad de este conflicto nos ha parecido oportuno conocer los niveles de seguimiento del mismo; de ello informamos en el anexo número 1.



Permítasenos una aparente (sólo aparente) digresión. En la lucha contra la Dictadura franquista la parte más organizada del movimiento obrero utilizó un concepto tan llamativo como la utilización a fondo de las posibilidades legales, que tuvo su traducción práctica en lo que todo sindicalista medianamente informado conoce. Pues bien, salvando todas las distancias que son al caso, vale la pena que hoy el sindicalismo confederal ponga en marcha la utilización a fondo de las posibilidades tecnológicas para el ejercicio del conflicto social; a nuestro entender hay que hacerlo con la misma naturalidad y decisión como cuando el sindicalismo dejó de utilizar la bocina de mano en las asambleas para apropiarse del altavoz eléctrico y del inalámbrico; con la misma naturalidad, también, con que miles de sindicalistas han asumido la cotidianidad del telefonillo portátil.



En resumidas cuentas, no estamos ante el fin del ejercicio del conflicto social. Este es un testamento ideológicamente dirigido al movimiento de los trabajadores que está siendo contestado por unas incipientes formas de realizar la disidencia. El sindicato --que también debe ser un sujeto organizador de los saberes y experiencias-- debe promover nuevas discusiones en torno a todo ello. Un sindicato confederal que debe percibir cuándo determinadas formas del ejercicio del conflicto --no decimos el conflicto-- acaban siendo fungibles y devienen inútiles, y por lo tanto deben ser re-emplazadas por otros mecanismos. Desde luego, la salida gradual del taylorismo que preconizamos no puede ir acompañada por el ejercicio de un conflicto cuyas características siguen siendo del sistema que se quiere superar. O, en otras palabras, el deslizamiento hacia otro paradigma de organización del trabajo debe ir teniendo su plena correspondencia del mayor número de los elementos que le acompañan: proyecto, reivindicaciones generales y de las diversidades y también las formas de cómo es el sujeto social y de qué manera ostenta su propia alteridad.



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