Miquel A. Falguera i Baró. Magistrado Tribunal Superior de Justícia de Catalunya
Confieso que apenas oigo o leo las noticias y debates electorales. Me aburre y me cansa el simple ruido, sin ningún tipo de propuesta de estructura futura de nuestro país, que es lo que está ocurriendo en estos días (con la única salvedad de lo que dice Joan Coscubiela, en medio de los gritos y las descalificaciones del resto)
Con todo, lo que más me preocupa no es esa ausencia de debate sobre el diseño del futuro de nuestra estructura productiva o sobre el modelo del Estado del Bienestar. Ni tan siquiera me inquieta excesivamente la ausencia en el circo electoral del futuro de Europa –en un panorama cada vez más inquietante y fracturado-. Lo que me resulta del todo sorprendente es que nadie haga mención a la necesidad de una nueva ética privada y pública.
De las nefastas consecuencias del neoliberalismo la peor, desde mi punto de vista, es eso que se ha venido a llamar como “capitalismo popular”: es decir, la implementación en todas las capas sociales –y no sólo entre los opulentos, que es lo suyo- de individualismo descarnado, la falta de solidaridad con los demás, el propietarismo a ultranza, la paranoia del crecimiento económico a cualquier precio, la ostentación pública sin vergüenza.
Decían nuestro padres que “más vale pobre, pero honrado”. Era ésa una propuesta ética en toda regla, en la que nos formamos muchas generaciones y que, a la postre, venía a ocultar todo un principio de alteridad. La honradez y los valores por encima de todo, como regla de conducta personal.
Eso es hoy una entelequia. De tal manera que quien adecua su forma de vida y su actuación personal a tan sano principio de civilidad es tildado de raro, una especie de anomalía extraña. La honradez, la austeridad, el afán de autosuperación a través del trabajo y del esfuerzo personal parecen ser cosas del siglo pasado. Lo que hoy se ha instaurado es la lógica pequeño-burguesa del exhibicionismo impúdico de una supuesta riqueza sin esfuerzo (de una falsa riqueza: estaba construida sobre humo)
En estos días se critica mucho a Alemania. Sin duda que cabrá achacar a la Merkel su dogmatismo neoliberal y su cerrazón en las políticas de contención del gasto público en momentos de crisis, lo que se está convirtiendo en el mantra suicida de la Unión europea. Pero ocurre que se olvida algo importante: mientras aquél país en los momentos de crecimiento económico siguió invirtiendo en su modelo productivo y no cayó en la tentación especulativa (un piso en el centro de Berlín costaba la mitad que uno en Barcelona), en el sur de Europa hipotecamos a nuestros hijos –y probablemente a nuestros nietos- para gastárnoslo en lujo, viajes onerosos, bodorrios de ricos, automóviles de supuesta gama alta y chalecitos adocenados –la supuesta “calidad de vida”-. Aunque cabría matizar esta última afirmación: quién así obró no fueron las clases opulentas, fueron las autoproclamadas clases medias. Los “gordos” (los gordos de verdad) siguieron desplazándose por la ciudad en transporte público o en utilitarios, no en vehículos de cientos de miles de euros que poseen guardados en garajes. Sin embargo, las “clases medias” utilizaban sus estúpidos 4 x 4 para llevar al niño al colegio. Colegio, por supuesto, concertado. O, si uno se paseaba determinadas poblaciones en las que la especulación hizo estragos, podía asistir a una interminable sucesión de Mercedes.
Lo que se nos venía encima era a todas luces evidentes hace ya más de un lustro: ¿qué sociedad se podía permitir el lujo que un bien de primera necesidad como la vivienda se fuera encareciendo sin límite en base al simple crédito de futuro? ¿qué futuro aguardaba con la suicida tendencia a la simple especulación basada en un sector como la construcción, con escasa aportación de valor añadido, mientras el sector industrial se desmantelaba y apenas se invertía en nuevas tecnologías y enseñanza?
Cualquier mente mínimamente organizada podía llegar hace cinco años –y antes- a la conclusión que ese modelo era demente y que podía tener perniciosos efectos sobre nuestro futuro. Sin embargo, era ésa una conclusión que nadie quería escuchar. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si en las elecciones generales del 2008 un partido mayoritario hubiera propuesto el fin del modelo del ladrillo?... hubiera sido barrido sin consideración por los electores. Por el contrario, los programas electorales iban llenos de medidas de incremento de ayudas a la construcción, a la compra de viviendas, al crédito barato… Nadie habló de austeridad. Nadie habló de potenciar la economía productiva –más allá de genéricas declaraciones-. Nadie habló del control de la Banca y de su política crediticia.
Y ahí tenemos ahora a la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, descubriendo atónitos, como niños con juguetes rotos, que no son ricos como ilusamente creían. Lo sorprendente, con todo, no es el descubrimiento de la estupidez –lo que sería un avance-, sino su negación. Es decir, la creencia que con cuatro retoques y cinco recortes (que creen, ingenuamente, no van con ellos) se podrá volver al “paraíso” de hace unos años. Ahí están las encuestas electorales, pronosticando abrumadoras mayorías absolutas de un partido que aún no nos ha dicho qué va hacer si alcanza el gobierno, aunque todo el mundo sabe qué va a hacer (por cierto, en unos momentos en los que próximamente el vuelco hacia la izquierda en la mayor parte de los países europeos parece cantado)
Es igual para nuestra conciudadanía: la cuestión es castigar al actual gobierno de Zapatero, que es la causa de todos nuestros males. Y cierto, el actual gobierno (y el anterior) ha seguido con la política de ser muy progresista en derechos civiles, pero practicar el estúpido y ciego “laissez faire” en el terreno económico, sin profundizar en políticas sociales igualitarias, más allá de actuaciones de simple escaparate. El resultado está servido: en España ha crecido la desigualdad, no se ha alcanzado la cobertura social de otros países pese al anterior crecimiento económico y se ha desaborlado el sector productivo. Y cuando los mercados llamaron al orden, Rodríguez Zapatero fue el primero en recortar derechos sociales y desmontar nuestro escuálido Estado del Bienestar. Y el discurso electoral del PSOE es ahora manifiestamente ineficaz: “los otros –el PP- serán mucho más duros que nosotros, os están escondiendo el programa”. ¿De verdad cree Rubalcaba que los ciudadanos no saben lo que les viene encima?
Mas lo más preocupante para mí es que la conciudadania laborante siga soñando con el paraíso perdido, obviando que fue el juego de la especulación y del capitalismo popular –al que todos, en mayor o menor medida, jugamos- lo que nos llevó a la actual situación. Por eso se castiga al PSOE y se ve al PP como el mal menor.
Sin embargo, de las crisis no se sale colectivamente con la especulación. Se sale con ahorro, con trabajo y con solidaridad. Se sale con esfuerzo. Y de sale sabiendo que el futuro de las nuevas generaciones depende de nuestro afán de superación y con la previsión de un de un modelo de civilidad democrática igualitario, fraterno y colectivo. ¿Para qué me voy a esforzar en mi trabajo si de ese esfuerzo se acaban aprovechando los bancos y los más ricos? Por eso el neoliberalismo es incapaz de solucionar la crisis: porque no está ofreciendo ningún modelo de civilidad alternativo, sino la produndización de más de lo mismo.
Pero eso significa que nuestros conciudadanos deben saber que no son tan ricos como creían, que ya no forman parte –no lo han hecho nunca- de la “champios league” de los grandes países. Que comprarse un todoterreno si no se vive en zona montañosa es un acto cuasidelictivo. Que la vivienda es un bien de primera necesidad y que no es ninguna inversión, por lo que debe ser mal vista la especulación en este terreno (dice el artículo 47 de nuestra Constitución: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”… al parecer ningún cargo público había llegado a leer ese artículo)
Nuestros conciudadanos deben saber que la civilidad democrática exige la existencia de mecanismos colectivos de participación social y, por tanto, la participación efectiva de todos los ciudadanos en los mismos (si los sindicatos y los partidos son tan malos como muchos dicen, ¿por qué no aparecen otros de nuevos que cubran el vacío?) Alguien debe decirles a nuestros conciudadanos que la riqueza es colectiva y que ninguna sociedad se ha construido al margen del trabajo. Y alguien debe recordarles que la civilidad democrática es fruto de muchos años de evolución de la especie y que se ha estructurado no únicamente a través de la libertad personal, sino también mediante la igualdad y la fraternidad humana, porque si no, no existe una sociedad, existen simples ciudadanos aislados.
La actual crisis no habría existido si la codicia no se hubiera extendido en todas las capas sociales. Y no se saldrá de ella sino se invierten los valores sociales y se sitúa en el eje del debate social la necesidad del esfuerzo individual al servicio de unos valores colectivos de civilidad.
¿Alguien ha oído algo similar en el actual debate electoral? ¿Alguien ha oído hablar de nuevos valores sociales colectivos? (repito: excluyo a Joan Coscubiela). ¿Son tan inútiles los políticos –especialmente de izquierda- que no son capaces de explicar esos nuevos valores colectivos? Creo que no: el problema es que nadie se atreve a decirle al emperador que está desnudo. Porque una buena parte de la ciudadanía sigue soñando con el crédito barato, el chalecito dónde dios perdió el gorro, el sacrosanto vehículo privado, lo más aparatoso y ostentoso posible y el viaje a Cancún, mientras se embrutece viendo en televisión intoxicaciones mediáticas y cree que es libre desconociendo la existencia –y los problemas- de los demás y aislándose del debate social colectivo. Pero debe explicárseles que ese modelo ya no es posible. Porque mientras eso no se asuma, no se superará la crisis y nos seguiremos hundiendo en un pozo sin fondo. Pero así no se suman votos. Hay que decirle a la plebe lo que quiere oír, no explicarle la realidad.
¿Se extraña alguien que ante ese triste panorama social saquen mayorías absolutas políticos corruptos? La corrupción –por la universalización de la codicia y el individualismo- no está sólo en la política: está en el tuétano de nuestra sociedad por causa del capitalismo popular del neoliberalismo.
Decirle a nuestros ciudadanos la verdad debería ser el eje central de la campaña electoral de las izquierdas en estos momentos, ofreciendo a la vez un modelo social y ético alternativo. Claro que se corre el riesgo que la debacle del voto progresista sea aún más fuerte. Pero se estaría plantando la semilla de un futuro colectivo para que la ciudadanía superara el individualismo y empezara a arrimar el hombro en una ilusión colectiva. Porque el silencio no va a comportar otra cosa que más de lo mismo: es decir, ahondar en la desigualdad lo que, a la postre, no sirve más que para desestructurar aún más la sociedad e impide superar la crisis.
Parafraseando la famosa frase de Clinton a Bush padre-: “es la ética, estúpidos”
Con todo, lo que más me preocupa no es esa ausencia de debate sobre el diseño del futuro de nuestra estructura productiva o sobre el modelo del Estado del Bienestar. Ni tan siquiera me inquieta excesivamente la ausencia en el circo electoral del futuro de Europa –en un panorama cada vez más inquietante y fracturado-. Lo que me resulta del todo sorprendente es que nadie haga mención a la necesidad de una nueva ética privada y pública.
De las nefastas consecuencias del neoliberalismo la peor, desde mi punto de vista, es eso que se ha venido a llamar como “capitalismo popular”: es decir, la implementación en todas las capas sociales –y no sólo entre los opulentos, que es lo suyo- de individualismo descarnado, la falta de solidaridad con los demás, el propietarismo a ultranza, la paranoia del crecimiento económico a cualquier precio, la ostentación pública sin vergüenza.
Decían nuestro padres que “más vale pobre, pero honrado”. Era ésa una propuesta ética en toda regla, en la que nos formamos muchas generaciones y que, a la postre, venía a ocultar todo un principio de alteridad. La honradez y los valores por encima de todo, como regla de conducta personal.
Eso es hoy una entelequia. De tal manera que quien adecua su forma de vida y su actuación personal a tan sano principio de civilidad es tildado de raro, una especie de anomalía extraña. La honradez, la austeridad, el afán de autosuperación a través del trabajo y del esfuerzo personal parecen ser cosas del siglo pasado. Lo que hoy se ha instaurado es la lógica pequeño-burguesa del exhibicionismo impúdico de una supuesta riqueza sin esfuerzo (de una falsa riqueza: estaba construida sobre humo)
En estos días se critica mucho a Alemania. Sin duda que cabrá achacar a la Merkel su dogmatismo neoliberal y su cerrazón en las políticas de contención del gasto público en momentos de crisis, lo que se está convirtiendo en el mantra suicida de la Unión europea. Pero ocurre que se olvida algo importante: mientras aquél país en los momentos de crecimiento económico siguió invirtiendo en su modelo productivo y no cayó en la tentación especulativa (un piso en el centro de Berlín costaba la mitad que uno en Barcelona), en el sur de Europa hipotecamos a nuestros hijos –y probablemente a nuestros nietos- para gastárnoslo en lujo, viajes onerosos, bodorrios de ricos, automóviles de supuesta gama alta y chalecitos adocenados –la supuesta “calidad de vida”-. Aunque cabría matizar esta última afirmación: quién así obró no fueron las clases opulentas, fueron las autoproclamadas clases medias. Los “gordos” (los gordos de verdad) siguieron desplazándose por la ciudad en transporte público o en utilitarios, no en vehículos de cientos de miles de euros que poseen guardados en garajes. Sin embargo, las “clases medias” utilizaban sus estúpidos 4 x 4 para llevar al niño al colegio. Colegio, por supuesto, concertado. O, si uno se paseaba determinadas poblaciones en las que la especulación hizo estragos, podía asistir a una interminable sucesión de Mercedes.
Lo que se nos venía encima era a todas luces evidentes hace ya más de un lustro: ¿qué sociedad se podía permitir el lujo que un bien de primera necesidad como la vivienda se fuera encareciendo sin límite en base al simple crédito de futuro? ¿qué futuro aguardaba con la suicida tendencia a la simple especulación basada en un sector como la construcción, con escasa aportación de valor añadido, mientras el sector industrial se desmantelaba y apenas se invertía en nuevas tecnologías y enseñanza?
Cualquier mente mínimamente organizada podía llegar hace cinco años –y antes- a la conclusión que ese modelo era demente y que podía tener perniciosos efectos sobre nuestro futuro. Sin embargo, era ésa una conclusión que nadie quería escuchar. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si en las elecciones generales del 2008 un partido mayoritario hubiera propuesto el fin del modelo del ladrillo?... hubiera sido barrido sin consideración por los electores. Por el contrario, los programas electorales iban llenos de medidas de incremento de ayudas a la construcción, a la compra de viviendas, al crédito barato… Nadie habló de austeridad. Nadie habló de potenciar la economía productiva –más allá de genéricas declaraciones-. Nadie habló del control de la Banca y de su política crediticia.
Y ahí tenemos ahora a la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, descubriendo atónitos, como niños con juguetes rotos, que no son ricos como ilusamente creían. Lo sorprendente, con todo, no es el descubrimiento de la estupidez –lo que sería un avance-, sino su negación. Es decir, la creencia que con cuatro retoques y cinco recortes (que creen, ingenuamente, no van con ellos) se podrá volver al “paraíso” de hace unos años. Ahí están las encuestas electorales, pronosticando abrumadoras mayorías absolutas de un partido que aún no nos ha dicho qué va hacer si alcanza el gobierno, aunque todo el mundo sabe qué va a hacer (por cierto, en unos momentos en los que próximamente el vuelco hacia la izquierda en la mayor parte de los países europeos parece cantado)
Es igual para nuestra conciudadanía: la cuestión es castigar al actual gobierno de Zapatero, que es la causa de todos nuestros males. Y cierto, el actual gobierno (y el anterior) ha seguido con la política de ser muy progresista en derechos civiles, pero practicar el estúpido y ciego “laissez faire” en el terreno económico, sin profundizar en políticas sociales igualitarias, más allá de actuaciones de simple escaparate. El resultado está servido: en España ha crecido la desigualdad, no se ha alcanzado la cobertura social de otros países pese al anterior crecimiento económico y se ha desaborlado el sector productivo. Y cuando los mercados llamaron al orden, Rodríguez Zapatero fue el primero en recortar derechos sociales y desmontar nuestro escuálido Estado del Bienestar. Y el discurso electoral del PSOE es ahora manifiestamente ineficaz: “los otros –el PP- serán mucho más duros que nosotros, os están escondiendo el programa”. ¿De verdad cree Rubalcaba que los ciudadanos no saben lo que les viene encima?
Mas lo más preocupante para mí es que la conciudadania laborante siga soñando con el paraíso perdido, obviando que fue el juego de la especulación y del capitalismo popular –al que todos, en mayor o menor medida, jugamos- lo que nos llevó a la actual situación. Por eso se castiga al PSOE y se ve al PP como el mal menor.
Sin embargo, de las crisis no se sale colectivamente con la especulación. Se sale con ahorro, con trabajo y con solidaridad. Se sale con esfuerzo. Y de sale sabiendo que el futuro de las nuevas generaciones depende de nuestro afán de superación y con la previsión de un de un modelo de civilidad democrática igualitario, fraterno y colectivo. ¿Para qué me voy a esforzar en mi trabajo si de ese esfuerzo se acaban aprovechando los bancos y los más ricos? Por eso el neoliberalismo es incapaz de solucionar la crisis: porque no está ofreciendo ningún modelo de civilidad alternativo, sino la produndización de más de lo mismo.
Pero eso significa que nuestros conciudadanos deben saber que no son tan ricos como creían, que ya no forman parte –no lo han hecho nunca- de la “champios league” de los grandes países. Que comprarse un todoterreno si no se vive en zona montañosa es un acto cuasidelictivo. Que la vivienda es un bien de primera necesidad y que no es ninguna inversión, por lo que debe ser mal vista la especulación en este terreno (dice el artículo 47 de nuestra Constitución: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”… al parecer ningún cargo público había llegado a leer ese artículo)
Nuestros conciudadanos deben saber que la civilidad democrática exige la existencia de mecanismos colectivos de participación social y, por tanto, la participación efectiva de todos los ciudadanos en los mismos (si los sindicatos y los partidos son tan malos como muchos dicen, ¿por qué no aparecen otros de nuevos que cubran el vacío?) Alguien debe decirles a nuestros conciudadanos que la riqueza es colectiva y que ninguna sociedad se ha construido al margen del trabajo. Y alguien debe recordarles que la civilidad democrática es fruto de muchos años de evolución de la especie y que se ha estructurado no únicamente a través de la libertad personal, sino también mediante la igualdad y la fraternidad humana, porque si no, no existe una sociedad, existen simples ciudadanos aislados.
La actual crisis no habría existido si la codicia no se hubiera extendido en todas las capas sociales. Y no se saldrá de ella sino se invierten los valores sociales y se sitúa en el eje del debate social la necesidad del esfuerzo individual al servicio de unos valores colectivos de civilidad.
¿Alguien ha oído algo similar en el actual debate electoral? ¿Alguien ha oído hablar de nuevos valores sociales colectivos? (repito: excluyo a Joan Coscubiela). ¿Son tan inútiles los políticos –especialmente de izquierda- que no son capaces de explicar esos nuevos valores colectivos? Creo que no: el problema es que nadie se atreve a decirle al emperador que está desnudo. Porque una buena parte de la ciudadanía sigue soñando con el crédito barato, el chalecito dónde dios perdió el gorro, el sacrosanto vehículo privado, lo más aparatoso y ostentoso posible y el viaje a Cancún, mientras se embrutece viendo en televisión intoxicaciones mediáticas y cree que es libre desconociendo la existencia –y los problemas- de los demás y aislándose del debate social colectivo. Pero debe explicárseles que ese modelo ya no es posible. Porque mientras eso no se asuma, no se superará la crisis y nos seguiremos hundiendo en un pozo sin fondo. Pero así no se suman votos. Hay que decirle a la plebe lo que quiere oír, no explicarle la realidad.
¿Se extraña alguien que ante ese triste panorama social saquen mayorías absolutas políticos corruptos? La corrupción –por la universalización de la codicia y el individualismo- no está sólo en la política: está en el tuétano de nuestra sociedad por causa del capitalismo popular del neoliberalismo.
Decirle a nuestros ciudadanos la verdad debería ser el eje central de la campaña electoral de las izquierdas en estos momentos, ofreciendo a la vez un modelo social y ético alternativo. Claro que se corre el riesgo que la debacle del voto progresista sea aún más fuerte. Pero se estaría plantando la semilla de un futuro colectivo para que la ciudadanía superara el individualismo y empezara a arrimar el hombro en una ilusión colectiva. Porque el silencio no va a comportar otra cosa que más de lo mismo: es decir, ahondar en la desigualdad lo que, a la postre, no sirve más que para desestructurar aún más la sociedad e impide superar la crisis.
Parafraseando la famosa frase de Clinton a Bush padre-: “es la ética, estúpidos”
1 comentario:
Llámalo ética, crisis de valores o estupidez humana.Da lo mismo.
De todas maneras apelar a la inteligencia de la gente también puede tener su recompensa, pero claro requiere un mayor esfuerzo y como tu dices, la mayoría de políticos ni se lo plantean porque ellos mismos viven una vida exenta de ética.
http://revoltaalfrenopatic.blogspot.com/
Publicar un comentario