domingo, 16 de marzo de 2008

SINDICATOS Y MODELO DE REPRESENTACION

Mi sobrino Antonio Baylos ha escrito en su blog los siguientes trabajos: REPRESENTACION GENERAL DE LOS TRABAJADORES Y SINDICAL (2) CONSIDERACIONES SOBRE LA REPRESENTACION SINDICAL (1) El profesor Antonio Álvarez del Cuvillo, a su vez, le ha hecho un comentario que, para no marear al lector, reproduzco abajo íntegramente. Pero, antes me permito, algunas observaciones que son compartidas muy mayoritariamente por el Círculo Social Cum grano salis de la ciudad de Parapanda.


Querido Antonio, he visto el importante comentario (como corresponde a la importancia de tu escrito) que hace el profesor Antonio Álvarez del Cuvillo. Bien sabes que yo también considero que el modelo de representación “presenta algunas disfuncionalidades importantes”: de eso dejé constancia en la fraternal discusión que tuve contigo en la ciudad de Parapanda publicada en ciertos medios de difusión nacionales y extranjeros. Ni que decir tiene que has hecho la mar de bien volviendo a traer a colación el problema porque, como igualmente afirma Álvarez del Cuvillo, es importante también “seguir pensando acerca de esas disfuncionalidades”.


Cuando se estructuró el todavía vigente modelo de representación (yo lo viví en primera persona desde la dirección de CC.OO. de Catalunya y España) reproducimos el sistema, democratizándolo naturalmente, que nos había dado buenos resultados desde, por lo menos, el año 1958. Este modelo se impuso al que preconizaba UGT que se orientaba a la representación directa de los sindicatos en el centro de trabajo y no, como nosotros planteamos, el comité de empresa.


Nuestra idea –digámoslo sin pelos en la lengua— tenía dos claves: 1) aprovechar la corriente unitaria del movimiento social de los trabajadores que se había ido consolidando especialmente desde primeros de los sesenta; y 2) democratizar plenamente la estructura de los enlaces y jurados de empresa que tanta utilidad nos dieron a Comisiones. La bondad de aquello la interpretábamos así: de un lado, manteníamos la unidad social de los trabajadores desde abajo en el interior del centro de trabajo y, de otro, ampliábamos la legitimidad del sujeto social a través del instrumento unitario del comité sustentado por la “democracia de los electores”, en expresión de Álvarez del Cubillo.


Ahora bien, indirectamente teníamos en la cabeza que, así las cosas, podíamos concretar una serie de pasos para el objetivo que todavía teníamos en la cabeza: la unidad sindical orgánica, esto es, la creación de una central sindical unitaria. Que no sólo no conseguimos sino que, en las primeras etapas, las relaciones tuvieron una considerable aspereza: ¿habrá que recordar el debate televisivo en puertas de las primeras elecciones sindicales, 1978, cuando aquello del “Mientes, Marcelino”; “Te equivocas, Nicolás” de infausta memoria? Que se propinaron, sine grano salis, mutuamente Redondo y Camacho.


El modelo de representación que surgió en 1978 sigue vigente. Atina Álvarez del Cubillo cuando afirma que su vigencia se debe a algo así como una “dependencia de la trayectoria”. Pero hay algo más: se trata, a mi criterio, de una dependencia completamente inercial de la trayectoria, también como expresión de una inadecuada lectura de los grandes cambios y transformaciones así en el centro de trabajo como en eso que dimos en llamar la estructura de la composición del conjunto asalariado.


Querido Antonio: tanto tu escrito como el comentario de Álvarez del Cuvillo me permiten recordar las preguntas que vengo haciendo desde hace ya mucho tiempo sin que, hasta la presente, nadie haya dicho oxte ni moxte. A saber: con todo lo que ha llovido desde 1978 hasta nuestros días (ahora estamos en pertinaz sequía) ¿cómo es posible que siga exactamente igual el modelo de representación en el centro de trabajo? ¿Cómo se explica que la forma sindical, la llamada sección sindical, tenga la misma morfología que diseñamos hace treinta años? ¿Cómo entender, además, que la vertiginosa traslación de los espacios nacionales a la globalización del centro de trabajo y en la gestión de la empresa sigan concretándose en la existencia del comité de empresa, un ente autárquico –por autodefinición, por ley y por voluntad— cuando se ha operado el traslado de la aldea provinciana a la ciudad global? La hipótesis puede ser la siguiente: aunque el sindicalismo, en su literatura oficial, lea convenientemente los cambios no parece adecuar su proyecto a las consecuencias de los mencionados cambios.


Es cierto, querido Antonio, que todavía el sindicalismo saca rendimientos positivos del mantenimiento del modelo de representación. Los saca porque incluso en un nuevo paradigma los viejos instrumentos siguen dando ciertos rendimientos positivos y no todo lo viejo se convierte automáticamente en inútil. Pero la distancia entre las posibilidades de mejorar ampliamente el estado de cosas y seguir con los viejos aparatos se amplía. Por otra parte, seguir con la actual forma-sindicato está dejando en la cuneta la necesaria representación de esos sujetos emergentes como el precariado y otros. Así el problema, el café con leche para todos acaba siendo pura achicoria.


Tengo para mí, querido sobrino, que algunos pensáis que el mantenimiento de los comités de empresa sigue siendo un instrumento para no perder el espíritu unitario. Pero, a ver si me explico: ¿se puede pensar en un espíritu unitario cuando la realidad ha cambiado espectacularmente y, cada vez más, estamos ante una situación más gelatinosa en la estructura de la composición del conjunto asalariado? Yo creo que no es posible. Y más todavía, a diferencia de las lúcidas observaciones de Álvarez del Cuvillo –“es normal que el comité de empresa de una empresa que está en el núcleo del ciclo productivo termine respondiendo de manera más inmediata a los intereses de sus trabajadores, pero ello podría tener efectos secundarios negativos en la periferia, en la medida en que las necesidades de flexibilidad se canalicen hacia empresas donde el poder de los trabajadores es más débil”, dice nuestro amigo— yo opino que tampoco es eso posible tendencialmente.


Pero, de momento, el bachiller se calla y deja que los maestros hablen: ¿sería mucho pedir que los enamorados de los comités –los maestros Aparicio Tóvar, Luigi dal Colle y tú mismo-- digáis cuatro cosas al respecto?


EL COMENTARIO DE ALVAREZ DEL CUVILLO


A mí me parece que el sistema español de representatividad presenta algunas disfuncionalidades importantes. Eso sí, no hago una crítica muy absoluta o radical, porque pienso que seguramente no podía haberse hecho otra cosa cuando se formó el sistema democrático de relaciones laborales -debido a factores diversos- y que luego hemos estado presos de eso que llaman "dependencia de la trayectoria". De hecho, no se me ocurre una alternativa que hoy por hoy sea viable. En cualquier caso, creo que es importante seguir pensando acerca de estas disfuncionalidades. No me cabe duda de que los sindicatos representativos en nuestro sistema tienen legitimidad democrática (por medio de la audiencia electoral), aunque también podrían hacerse algunas matizaciones al respecto. Pero me parece que la legitimidad "para representar" no es lo mismo que el poder real de representar efectivamente un colectivo, poder que puede ponerse sobre la mesa de negociación. Desde luego, la capacidad de movilización de los sindicatos representativos va mucho más allá de su número de afiliados, pero creo que también es bastante menor de lo que nos darían sus índices de audiencia, salvo en ocasiones estratégicas muy determinadas. O sea, que a veces los sindicatos tienen un ambiguo poder institucional (por ejemplo, para negociar reformas del mercado de trabajo proporcionando legitimación a los partidos) que no pueden ejercer plenamente, por que es más débil su poder real de incidencia en el mercado de trabajo. En efecto, el "sindicalismo de electores" garantiza la legitimidad democrática, pero puede configurar a los "sindicatos" como instancias que los trabajadores perciben como "externas", casi ajenas a ellos, aunque más o menos preocupadas por proteger sus intereses (casi como instituciones semi-públicas u ONGs). No los propios trabajadores organizados para defender sus intereses de clase. Aunque la sensación no es idéntica, uno no percibe a los partidos políticos como la ciudadanía organizada, sino más bien como estructuras a las que uno vota o no vota en función de diversos factores. Puede pasarnos algo así con los sindicatos. Por supuesto, globalmente este "problema" puede afectar al sindicalismo mundial, pero creo que las características de nuestro sistema de representatividad le dan unos perfiles propios en España. Por supuesto, mucho más problemático es el tema de las organizaciones empresariales, a las que hemos conferido una legitimación imaginaria por razones de conveniencia para todos (por ejemplo, para poder pactar convenios de eficacia general), pero que carecen de capacidad para articular y canalizar los intereses de las empresas e incluso de legitimidad democrática real. Y esto puede llegar a ser un problema para los trabajadores, en la medida en que el fruto de la concertación social o de la negociación colectiva (muy condicionado porque las organizaciones empresariales no pueden comprometer realmente a las empresas) no se percibe por los empresarios como algo pactado, sino más bien como una norma externa. Volviendo a los sindicatos, el sindicalismo de electores podría estarlos arrastrando a la falsa disyuntiva entre ejercer un poder institucional en gran medida vacío de contenido y por tanto descafeinado o lanzarse a una vía conflictiva abocada al fracaso por carecer de poder real. Ciertamente, no conozco bien los sindicatos por dentro y me podréis corregir, pero, mirando el sistema legal que tenemos, es lógico suponer que los esfuerzos de organización se están centrando más en la obtención de delegados y miembros de comités que en la afiliación y la cohesión interna o la coordinación de todos esos representantes unitarios. Así las cosas, puede ser que exista una cierta dispersión o diversidad en las características de los representantes unitarios en cada centro, cada uno "de su padre y de su madre" y respondiendo exclusivamente ante sus votantes, que son los trabajadores del centro. Esto dificulta la articulación (o rearticulación) de los intereses de la clase obrera ante la fragmentación de la que hablabas hace poco. Por ejemplo, ante la realidad de la descentralización productiva: es normal que el comité de empresa de una empresa que está en el núcleo del ciclo productivo termine respondiendo de manera más inmediata a los intereses de sus trabajadores, pero ello podría tener efectos secundarios negativos en la periferia, en la medida en que las necesidades de flexibilidad se canalicen hacia empresas donde el poder de los trabajadores es más débil.



Querido Alvarez del Cuvillo, ponme a los piés de las Salinas de San Fernando.

2 comentarios:

Simon Muntaner dijo...

Una autorreferencia a este debate en http://baylos.blogspot.com/2008/03/remisin-un-debate-sobre-representacin-y.html
Con mis saludos de Martes Santo
Simoncete

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Vaya, veo que el vacío devoró mi comentario de hace unos días o salen dos o ninguno. Voy a intentarlo de nuevo.

En realidad, yo no discutía tanto la institución de la representación unitaria en sí misma considerada como el modelo de representatividad sindical; esto último es lo que a mi juicio provoca las disfunciones, aunque luego me resulte difícil imaginar otro modelo. Ciertamente, el énfasis en la representación unitaria tendencialmente apunta hacia un sindicalismo más de electores que de afiliados, pero esto depende en realidad de muchos otros factores. El hecho de que no haya comités no garantizaría una mayor afiliación y, de hecho, en muchas ocasiones, incluso sería perjudicial. Yo creo que lo nuevo que que se haya de construir habrá de superponerse al modelo de representación unitaria, no derrumbarlo. El problema es que construir algo nuevo implica algunas dificultades si toda la estructura determina que la finalidad primaria del sindicato va a ser tener representantes unitarios.

Un ejemplo. Para atender a los retos que plantea la descentralización productiva y que antes señalaba podrían ensayarse nuevas formas de representación. No hay ninguna garantía de que salgan bien, pero la inercia del sistema pone mayores dificultades, imponiendo una cierta rigidez en la adaptación a los cambios. Por ejemplo, si se opta por formas alternativas de representación unitaria nos encontramos con que las normas que regulan esta institución ¡son derecho necesario absoluto!, debido a la conexión que existe entre ellas y la representatividad sindical que condiciona el ejercicio de un derecho fundamental. Yo no creo que estas representaciones adicionales (por ejemplo, creadas por la negociación colectiva) sean ilegales si no suprimen las formas que ya existen en el estatuto, pero no computarían para la representatividad (lo que es un desincentivo) y además no podrían negociar convenios estatutarios. En cualquier caso, estas nuevas formas de representación podrían ser de carácter sindical, pero esto es difícil si el énfasis está en la obtención de delegados y miembros del comité.

Lo que ya parece que no está en la agenda de nadie es el tema ese que mencionabas de la unidad sindical que tan importante y polémico era durante la Transición y que ahora se ha abandonado completamente. Hoy en día no parece que haya profundas diferencias ideológicas o de política sindical que justifiquen (más allá de intereses organizativos reales) la actual dualidad de sindicatos más representativos a nivel estatal. Una -parece que muy improbable- fusión entre UGT y CCOO produciría una organización de incuestionable representatividad respecto al conjunto de la clase trabajadora. A mi juicio, aunque siguieran existiendo otros sindicatos, ello haría menos acuciante la lucha por la obtención de delegados y miembros de comité y permitiría a ese nuevo sindicato centrarse mucho más en la obtención de mayores cotas de afiliación y en mejorar su cohesión organizativa interna. Aunque fuera un desbarajuste al principio, permitiría ir superando las disfuncionalidades del sistema actual sin necesidad de emprender cambios institucionales muy bruscos.