jueves, 21 de febrero de 2008

TREINTA AÑOS DE ELECCIONES SINDICALES

Hace treinta años se celebraban las primeras elecciones sindicales democráticas. Desde ese momento, Comisiones Obreras de Catalunya viene revalidando su condición de sindicato más votado en todas los procesos electorales posteriores. Más adelante aclararé a algunos amigos el sentido de lo que siempre llamé la anomalía de Comisiones Obreras de Catalunya.


A primeros de 1978, la dirección confederal del sindicato nos encargó a Nicolás Sartorius y a un servidor que negociáramos oficiosamente con el Ministro de Trabajo –a la sazón don Manuel Jiménez de Parga-- la normativa electoral. Marcelino Camacho siempre fue muy sensible a las relaciones con Cataluña, de ahí que propusiera mi nombre. El resultado de nuestras negociaciones fue una normativa muy aproximadamente sensata. Y el proceso electoral empezó, para decirlo en palabras de la Jurado, “como una ola”.


Como he dicho en otras ocasiones, aquellos tiempos fueron un torbellino: tiramos el córner, salíamos corriendo para rematar el balón y no se cuántas cosas más. O sea, organizábamos el sindicato, preparábamos las elecciones, poníamos en marcha la primera negociación colectiva democrática, entrábamos de lleno en el proceso electoral sindical y lo que encartara. Teníamos el grupo dirigente unos treinta años y, todavía, el cuerpo tenía aguante.


Comisiones ganó en Cataluña de manera esplendorosa. Ugt pagó las consecuencias de no haberse comprometido a fondo en la trama de los enlaces sindicales y jurados de empresa, aunque más tarde Redondo admitió que eso había sido un error... Y en aquellas primeras elecciones también apareció un descomunal archipiélago de candidaturas independientes, amarillas, corporativas y demás organizaciones putativas para mayor lustre de patronos y patroncillos.


Todos los analistas afirmaron que tan sonada victoria se debía a dos consideraciones: 1) el peso de Comisiones en la lucha contra la dictadura, y 2) la potente relación del sindicato en lo que entonces se llamaba la `cuestión nacional´. Por supuesto, pero no cayeron en la cuenta que aquellas dos consideraciones se explicaban esencialmente por la calidad y cantidad de los dirigentes sindicales en los centros de trabajo que, efectivamente bajo y contra la dictadura, se habían batido el cobre con suma inteligencia.


Las sucesivas elecciones sindicales también, como se ha dicho, significaron continuados triunfos del sindicato. Que iban acompañados de unas novedades positivas: a) Ugt iban ampliando su representación, b) las candidaturas llamadas independientes, aunque todavía englobaban a importantes núcleos, iban menguando su listón electoral. Mientras tanto, una organización sindical que había luchado lo suyo contra la dictadura, USO, iba empequeñeciéndose y se veía zarandeada por desgarros internos. En todo caso, el panorama sindical iba consolidando un cuadro nuevo: Comisiones Obreras, primer sindicato, y UGT que iban incrementando el número de sus representantes ampliaban sus candidaturas en los centros de trabajo haciendo que el sindicalismo confederal catalán englobara al 80 por ciento de los delegados sindicales.


A mediados de los ochenta empecé a hablar de la `anomalía´de Comisiones Obreras. Por cierto, a algunos compañeros les daba repelús esta expresión. ¿Exactamente cómo entendía dicha cuestión? De esta manera que explico a continuación.


Con los escasos medios organizativos que teníamos (en comparación con otros) seguíamos ganando. A pesar de las repercusiones indudables de la fractura interna del PSUC, seguíamos siendo los primeros. A pesar de los apoyos de personalidades políticas socialistas (Alfonso Guerra, por ejemplo, acompañaba a sus amistades en las visitas a los centros de trabajo), nosotros revalidábamos el banquillo más alto del podio. A pesar de las facilidades que la patronal daba a otros, seguíamos cada vez más cerca del firmamento. Y, a pesar de las interferencias desde el nacionalismo conservador que intentaba crear una propia prótesis sindical, manteníamos el lugar honroso en el escalafonato social. “Anomalía”, pues.


Lo nuevo era que el apoyo que recibíamos ya no se orientaba en función de nuestro pasado. Era la conclusión de un proyecto que lideraban, de manera descentralizada, miles de delegados sindicales en los centros de trabajo en los primeros momentos de la dura reestructuración de los sectores industriales. Esta novedad (el apoyo por el proyecto propio) se vio con mayor claridad cuando, por pura demografía, iban haciéndose cargo de la acción colectiva en el centro de trabajo una nueva leva de delegados que ya no tenía nada que ver, por pura edad, con la lucha contra la dictadura. El proyecto itinerante del sindicato fue, y es, la explicación. Porque nadie vive de los recuerdos por gloriosos que sean: ¿acaso no se fueron al garete organizaciones de lucha admirable y de reconocido prestigio en la memoria de los trabajadores? Así pues, la metáfora de la `anomalía´ significaba que, contra viento y marea, Comisiones Obreras de Cataluña en todas las convocatorias cantaba como Radamés en la verdiana Aida: “ritorna vincitor”. O si se prefiere --ahora que estamos en el año de Puccini, un músico de cotofluix-- porque turandonianamente decíamos: “Nessun dorma”.


Sí, indudablemente, un proyecto que cada vez más se escribía en prosa, en buena prosa. Dicho sea de paso, para estos asuntos la épica no suele ser buena consejera, especialmente la que escriben los poetastros. Y con esta prosa, muy aproximadamente adecuada, otro dato iba acompañando al sindicalismo confederal –y en primer lugar a Comisiones de Cataluña— la extensión organizativa a los colectivos que tradicionalmente no estaban en la primera biografía sindical: los sectores de la función pública y los terciarios. Bien, digamos con Víctor y Ana Belén: “Ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo... la Puerta de la CONC”. [Para mis amistades latinoamericanas, la CONC es la Comissió Obrera Nacional de Catalunya].


Punto final: si hogaño se celebra a Puccini –oye, es que no lo soporto— con más razón, y en eso se está (me dicen), se conmemora el treinta aniversario de ser de una manera muy especial (1). Porque, si Sevilla tiene un color especial, también la CONC tiene un color especial. Perdón, muy especial.




(1) No soporto a Puccini, digo. Recuerdo que, en cierta ocasión, estaba yo poniendo verde a Puccini en una cafetería de la rambla mataronesa. Mi interlocutor era un dirigente empresarial del textil muy importante. Desde la calle, un joven
Jaume Puig, secretario comarcal del sindicato, creyó ver que aquella bronca era de tipo político porque se oía: “Ese es un mamarracho” y “Ese es un mierda seca”. Jaume entró a ver qué pasaba. Cuando se dio cuanta que el conflicto era entre un partidario de Verdi y otro de Puccini se cagó en los muertos de todo el firmamento.

Antes de que se me olvide: ¡Viva Comisiones Obreras! (Coro verdiano: ¡Vivaaaa...!)

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