martes, 7 de febrero de 2017

De Vistalegre 1 a Vistalegre 2

Javier Terriente

Avanzar en democracia,  recuperar derechos

Ninguna profesión, clase, categoría social, sexo, edad, nacionalidad o adscripción política ha quedado indemne de los recortes ni al margen de los  protestas. Guste o no, Podemos ha sabido reflejar, en mayor o menor medida, el sentir general de las asambleas del 15 M, las Mareas, la dramática precarización de las condiciones de vida y de trabajo, las reivindicaciones de los Afectados por las Hipotecas, del movimiento ecologista, feminista, de los inmigrantes, de los mayores, de las aspiraciones y sentimientos nacionales… dando por sentado que los derechos, todos, son igualmente importantes y representan un todo indivisible, desprovisto de cualquier orden jerárquico. Probablemente, este haya sido, hasta ahora, uno de sus mayores aciertos.

Está claro que hablar de derechos es nombrar lo irrenunciable de un Estado democrático, como reclamar más democracia es hacerlo en el sentido concreto de socializarla a través de un compromiso firme con la igualdad y la solidaridad; significa dar mayor sustancia a los sistemas formales de representación, a los parlamentos y asambleas locales, pero también impulsarla en los partidos políticos y sindicatos, las asociaciones vecinales, profesionales y cívicas, las empresas y centros de trabajo, el ejército y los cuerpos y fuerzas de seguridad; trasladarla a todos los ámbitos de la vida cotidiana, familiar y a las relaciones de pareja; democracia y derechos es, por supuesto, crear empleo y combatir la desigualdad, feminizar la vida en todas sus vertientes, implantar un sistema socialmente cohesionado y medioambientalmente sostenible; democracia y derechos es aplicar criterios de equidad impositiva, redistribución de la riqueza y  de lucha contra el fraude y el dinero negro; democracia y derechos es garantizar las políticas públicas y sociales y asumir la preservación y defensa de lo público; democracia y derechos es defender la laicidad del Estado y la independencia de la justicia; es la exigencia de transparencia empresarial y política y la lucha contra la corrupción; es reformar el sistema electoral…Estos son algunos desafíos.

El falso dilema, calle o instituciones

En determinados foros es frecuente oír que el problema de Podemos en los últimos tiempos ha sido su desplazamiento hacia la moderación (derechización), hasta el punto de elevarlo a la categoría de verdad revelada para justificar el fracaso de Unidos Podemos en las elecciones del 23 de mayo pasado. De este modo, se oculta que el retroceso electoral se debió entre otros factores a la decisión de comparecer en coalición electoral con IU estatal (error que hoy persiste), quebrantando una de las ideas fuerza del Podemos fundacional: primarla construcción de grandes mayorías sociales, amplias y diversas (transversalidad), sobre cualquier tipo de coalición vanguardista de izquierdas, que acabaría desplazándolo a los márgenes de la política. Esa supuesta moderación/derechización tiene un origen rechazable: Podemos ha abandonado la calle, alfa y omega de sus señas de identidad, traicionando sus raíces, sus premisas históricas surgidas del 15M. Bastaría, señalan, con volver a las fuentes del 15M para reencontrar la senda de la victoria. En correspondencia, la sublimación a la categoría de espacio bautismal de Podemos hace del 15M un lugar mítico de peregrinaje para los no iniciados, sólo interpretable por una nueva casta de sacerdotes que monopolizan la transmisión de sus esencias. Y desde esa más que discutible superioridad ético-política, nada mejor que golpear en la línea de flotación del Podemos actual, acusándolo de traicionar sus principios dogmáticos por y para refugiarse y aislarse en las instituciones. En consecuencia, la condición para recuperar la iniciativa y superar al PSOE (el sorpasso como finalidad primaria) es volver a la calle y relativizar la  dimensión institucional, invirtiendo los términos del problema. Nada que objetar, salvo que este es el camino seguro hacia la derrota en una sociedad moderna, cuyas transformaciones progresistas dependen de la plena democratización de los poderes e instituciones del Estado y de su permeabilidad a las nuevas y masivas demandas sociales. Por otra parte, la experiencia histórica señala que este tipo de argumentos suelen caracterizar a los partidos furiosamente antisistema, cuya influencia efectiva sobre la sociedad real, de la que se autoproclaman portavoces exclusivos, es prácticamente nula, cero. Surge así una pregunta retórica: ¿Qué sería de estas corrientes/ partidos sin el refugio de Podemos?

Probablemente, uno de los principales retos de Podemos sea intentar disolver las viejas dicotomías entre la sociedad civil y las instituciones, trasladando los problemas y aspiraciones de los movimientos y realidades sociales a  las actividades de los gobiernos locales, comunitarios, y materializándolas en decisiones; a la vez, Podemos debe experimentar formas y métodos que permitan socializar los mecanismos y métodos de funcionamiento de dichas instituciones. Pero esto es un proceso desigual y sin fin, no una foto fija permanente.

Sin duda, es una falsedad interesada situar las diferencias políticas en Podemos en virtud de ser más o menos “duros” o “blandos” con los poderosos, entre quienes buscan ser “temidos por mirarlos fijamente a los ojos” o “ser domesticados por ellos”. Parece como si la política se pudiera enlatar en una versión peliculera del famoso duelo en OK Corral. No hay duda de que esta forma de plantear el debate interno sería simplemente una puerilidad, si no fuese porque esconde algo mucho más serio: reducir el valor de las instituciones representativas y su carácter plural a la mínima expresión, negándoles la capacidad de construir espacios comunes de acuerdos y decisiones legislativas entre fuerzas distintas, que atiendan a las reclamaciones y exigencias de las grandes mayorías. Más allá de complacerse en una dudosa estética de la confrontación, una apuesta semejante corre el riesgo de reforzar el bloque antiPodemos en el interno del PSOE, entre sus electores y amplios sectores de ciudadanos, y provocar distanciamientos indeseables con otros posibles aliados sociales y territoriales. Y, por otro lado, al primar la conquista de la  hegemonía interna por encima de acuerdos que contrarresten las políticas del PP, facilitaría a la derecha la perspectiva de un mejor resultado en las urnas. Si el efecto deseado es el sorpasso, es dudoso que se alcance por esa vía, pero lo que si es cierto que ese es un camino seguro que facilitaría la exclusión de alternativas con vocación social mayoritaria; esto es, confirmaría la idea de que la estrategia de Podemos la dicta últimamente la vieja política de la eliminación de las disidencias y del “cuanto peor mejor” de la izquierda más sectaria. Un camino seguro hacia la marginalidad.

Superar los límites de la izquierda tradicional

Por encima de los procesos electorales, la cuestión de fondo es que las nuevas dinámicas económicas, políticas y sociales han puesto sobre la mesa la necesidad de un nuevo instrumento que trascienda los límites de la izquierda tradicional y establezca un diálogo estable y duradero con las grandes mayorías sociales. El compromiso decidido por una nueva hegemonía de los “sin poder”, permitiría, además de agrupar y convocar a colectivos diversos, dar pasos en la recuperación de la credibilidad de la política como un instrumento de representación y mediación social.

La opción de refugiarse en el gueto de los viejos esquemas de la izquierda dogmática, puede ser tentadora, pero resistirse a ello sin complejos será clave para aglutinar a todas las fuerzas y ciudadanos posibles en una gran plataforma de iguales, en condiciones de abrir un nuevo proceso de refundación democrática que alcance a la organización del Estado en todas sus modalidades. Ante sí, Podemos tiene dos grandes alternativas: (1) organizarse como una fuerza radicalmente democrática, a la vez que contribuye a la construcción una nueva mayoría social de progreso que impugne las relaciones económicas, políticas y estatales realmente existentes, o bien, (2) aspirar a transformarse en una versión 2.0 de la izquierda dogmática, metabolizando las líneas maestras de su proyecto político y sus hábitos de conducta. En el primer caso, esta nueva mayoría político-social sería la expresión plural de un amplísimo movimiento extraordinariamente complejo en el que Podemos cumpliría la misión de interpretar, desde dentro de ese movimiento y junto al resto de los interlocutores políticos, sociales y territoriales, nuevas metas, definir nuevos objetivos.

En el segundo, por el contrario, es evidente que una propuesta genérica de unidad estratégica con la izquierda dogmáticaestaría condenada a jugar en espacios políticos cada vez más reducidos, muy lejos de la necesaria suma de consensos democráticos mayoritarios para derrotar a la derecha. En este caso, el camino hacia la marginalidad y la insignificancia política estaría asegurado.

Sin duda, el objetivo es desalojar del poder al bunker conservador y articular nuevas redes de poderes democráticos; lo coherente es aspirar a una gran convergencia democrática transfronteriza capaz de aislar al núcleo duro de la derecha e infringir una derrota completa a las fuerzas del Viejo Orden. En conclusión, a nadie se le escapa que un frente de izquierdas, no en un sentido general ni de principios sino en las condiciones reales del aquí y ahora en que se encuentra la izquierda tradicional (al filo del extraparlamentarismo tras 30 años de existencia errática), además de tener un alcance restringido y un programa inasumible por las grandes mayorías, constituiría un adversario fácilmente abatible. La primera gran prueba, el retroceso de Unidos Podemos en las pasadas elecciones.

Desarrollar una democracia sin adjetivos

Hoy, la cuestión central frente a los avances ultraconservadores (y neofascistas) comunitarios y estadounidenses, vuelve a ser la defensa de la democracia sin adjetivos y su desarrollo en todos los campos, en cuya salvaguardia hay que interpelar a todos y a todas sin distinción. Millones de ciudadanos que formaron parte del bloque electoral de los vencedores (PP y PSOE) en el pasado inmediato han sido desplazados forzosa y masivamente al territorio de los vencidos, de los exiliados del sistema, de los derrotados de cualquier signo, víctimas por igual de las sucesivas lesiones de derechos. Tras cada derecho pulverizado hay centenares de miles de ciudadanos agrupando fuerzas en las Mareas, las asociaciones de afectados por las hipotecas, los movimientos vecinales, las organizaciones de pymes, de consumidores, los movimientos de mujeres, el mundo rural, los sindicatos, las asociaciones de profesionales y estudiantes... Por tanto, derechos, sí, sumados. Inseparables. Indivisibles. Inmediatos. Urgentes.

Por ello es muy importante identificar la principal contradicción a la que se enfrenta el país: una guerra brutal entre el nuevo capitalismo en reconstrucción a propósito de la crisis, y la exigencia de derechos completos y para todos/as, amputados por esta. Quiere esto decir que la perspectiva aquí y ahora, no es tanto prolongarla visión dogmática de una clase obrera como eje de una revolución social incubada en las trincheras domésticas, sino actualizar “1789”, esto es, construir un nuevo sujeto plural e “interclasista”, comprometido con el avance de una democracia con derechos e instituciones plenamente representativas. Porque es la democracia en todas sus formas la que anda en peligro, y son los derechos el verdadero objetivo a batir por las viejas fuerzas del sistema para implantar de forma duradera una sociedad hiperclasista, bipartidista y autoritaria. Un preludio del fascismo que ya habita a nuestro alrededor formando parte de la vida cotidiana de las clases populares, y que está abriendo nuevas vías de expresión en el discurso y las políticas del PP.

Refundar la organización para transformar el país

Podemos debe aspirar a consolidarse como una fuerza democrática orientada hacia las grandes mayorías sociales sin distinción, lo que lo situaría en las antípodas de aquellos partidos que relegan a funciones subalternas a los ciudadanos y a sus organizaciones sociales representativas. Pero, para ello, deberá refundar su modelo organizativo sobre bases diferentes (plural, inclusivo, participativo y feminista) desmontando la “maquinaria de guerra electoral” que justificó y alimentó el sentido providencial de una dirección autoritaria grupal, incuestionable, y promovió un microclima artificial que alumbró el nacimiento una nueva categoría de líderes carismáticos postmodernos. En tiempos de paz, la coartada de la premura de las sucesivas citas electorales tampoco parece un argumento suficiente.

Las carencias democráticas de este modelo de partido han sido reiterativas: la anulación de la necesaria supremacía del partido respecto al líder, cuyas prerrogativas unipersonales se sitúan por encima de la voluntad democrática de sus  miembros y organizaciones; la intolerancia hacia la pluralidad interna; la reducción de la participación política de los afiliados al refrendo de dirigentes y candidatos, previamente cooptados, y a las campañas electorales; la concentración del poder en un grupo reducido de dirigentes; la extrema subsidiaridad de los grupos parlamentarios respecto a las cúpulas políticas; la expansión de distintos modos de clientelismo político y prácticas internas indeseables; la formación de aparatos fieles a los líderes; en definitiva, una ley de hierro inexorable ha configurado una estructura vertical del poder, “de arriba a abajo”, a través de una trama de  delegados territoriales, interdependientes y jerarquizados, que alcanza a todos los escalones de la organización. El Manual teórico-práctico del Partido tradicional, en estado puro.Pero hay alternativas: Democratizar el poder, socializar las decisiones, normalizar y regularizar las discrepancias, diversificar las procedencias, feminizar las relaciones internas….


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