jueves, 12 de febrero de 2015

¿La solidaridad de los favorecidos con los menos afortunados?



El  filósofo José Luis Pardo publica en El País un interesante artículo, Lo viejo y lo nuevo. Lo leo y cometo el atrevimiento de meter baza. Ya se sabe, a partir de los ochenta años atreverse a tanto es un pecado venial. En el mencionado artículo nuestro filósofo escribe: «Se han roto los vínculos de confianza entre generaciones y el de la solidaridad entre los favorecidos y los menos afortunados». 

Lo que no se nos dice es lo siguiente: ¿qué características tenían aquellos vínculos? ¿qué diapasón tenía la solidaridad intergeneracional y la de favorecidos con los menos afortunados? ¿cuándo aproximadamente empezó esa ruptura y por qué? Por mi parte, hasta donde yo recuerdo, no me cabe que haya habido nunca vínculo de solidaridad «entre los favorecidos y los menos afortunados». De ahí mi insistencia: ¿en qué periodo, en qué momento concreto? Porque hablar de vínculo de confianza –así, sin más— es algo de envergadura en ese tipo de cosas.

Es más, entiendo que lo que ha existido ha sido la realidad de las «dos ciudades», desconectada la una de la otra. Ni siquiera ha habido conllevancia. Ha sido un statu quo, casi inamovible. Y más en concreto el fracaso organizado de lo que mandó Juan [13:34]: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros». Lo dejó claro una señora empingorotada, a dos leguas de Granada: «Menos mal que tenemos a la Iglesia que nos defiende de los Evangelios».  ¿Esta señorona pudo haber indiciado sin querer a  Robert King Merton a formular su conocido «efecto Mateo»,  basándose en la denuncia que hacía el apóstol publicano de las injusticias? A saber: que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres. Lo que dicho por Merton tiene cierta respetabilidad, aunque si lo manifestara un sindicalista la academia se le echaría encima.   

 

Así pues, entiendo que poco, que sea nuevo, hay bajo el Sol. Aunque bien visto la novedad esté, tal vez, en los lenguajes y comportamientos de ciertos representantes del Partido apostólico sin ningún vínculo de empatía –ni siquiera compasión--  con los menos favorecidos. Un lenguaje cruel en no pocas ocasiones, cuyo ejemplo más extremista es el tristemente célebre «¡que se jodan», eructado desde su escaño en el Parlamento. Que, en todo caso, indicaría los niveles pedagógicos de los colegios de señoritas. 


Radio Parapanda.-- Gregorio Luri: Carmen Brufau Civit, una ex-espía soviética en Yucatán



   

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