sábado, 17 de enero de 2015

A PROPÓSITO DEL DESCONCIERTO DE LOS SINDICATOS



Recordando a Bogart



Debate sindical *
Ramon Alós

Motivado por la invitación de José Luís López Bulla, me gustaría añadir tres reflexiones a los textos aparecidos sobre el porvenir de los sindicatos. Con la primera trato de situar el debate sobre la actualidad o renovación del sindicalismo; en segundo lugar introduzco una reflexión genérica sobre la “crisis” del sindicalismo, para en tercer lugar, referirme a algunos aspectos concretos que afectan de modo más particular al sindicato en España.

Primero: a propósito del debate sobre la actualidad o renovación del sindicalismo
No cabe duda que el futuro del sindicalismo, qué organizaciones son hoy necesarias en el ámbito del trabajo en nuestras sociedades capitalistas, es un tema crucial. Prueba de ello es que todos los sindicatos, al menos los principales, debaten este tipo de cuestiones, algunos de ellos desde hace ya más de un cuarto de siglo. A este respecto puntualizaría tres elementos:

1.     Este (el sindicalismo hoy) es un problema internacional, también pero no sólo del sindicalismo español.
2.     Como ya he dicho, hace ya muchos años que los sindicatos son conscientes de esta problemática.
3.     Sin embargo, pese a los años transcurridos, creo que ningún sindicato ha dado en hallar soluciones plenamente satisfactorias. Es cierto, por lo que conozco, que existen experiencias muy interesantes, de sindicatos norteamericanos y europeos, también de España; pero se trata de experiencias parciales, que no dan respuesta a la cuestión inicial.

Creo que cualquier reflexión sobre el futuro del sindicalismo no puede obviar estas constataciones. Que hayan transcurrido tantos años desde que desde el sindicalismo empezara a plantearse su “aggiornamento” y no se haya dado con soluciones satisfactorias, es un aspecto muy importante a tener presente. Por mi parte sólo le veo tres explicaciones: 1) que todos los sindicatos y sindicalistas sean incapaces de dar respuesta a dicha cuestión, posibilidad que no me atrevo a sustentar. 2) Que no haya soluciones “satisfactorias” para los sindicatos, lo que equivaldría a decir que los sindicatos son un producto del pasado, sin porvenir. En mi opinión, mientras exista empresa capitalista, los sindicatos tienen razón de ser. Por lo que me remito a una tercera alternativa: 3) Que el “problema” sindical no sea sólo un problema de los sindicatos, sino un “problema” que impregna al conjunto de la sociedad; en otras palabras, no es sólo el sindicato quien está enfermo o desubicado, quien tiene un problema, también la sociedad; y que las soluciones han de ir parejas.

Esta tercera posibilidad lleva a plantear la crisis del actual orden político, en sus niveles estatales (España,…), pluriestatales (UE,…) e internacional. La idea de fondo sería que el sindicalismo tradicional ha tenido acomodo en un orden político, económico y social del estado nación tal como hemos conocido. Este modelo de estados nación, con sus sistemas políticos, de bienestar, etc., está en crisis, sin que a día de hoy exista o se vislumbre en el horizonte un sustituto claro y asumido, de gobernanza a nivel nacional ni en ámbitos superiores o internacional. ¿Puede hallar acomodo una perspectiva clara de renovación del sindicalismo en un entorno de estas características? Evidentemente, sea cual sea la respuesta, no significa quedarse de brazos cruzados, pero las implicaciones son muy diversas.

Segundo: una reflexión genérica sobre la “crisis” del sindicalismo
Se ha escrito mucho sobre las razones de la crisis de las organizaciones sindicales. Como aspectos relevantes se apunta a los cambios sustanciales en la organización empresarial. La empresa de hoy ya no es la empresa de hace medio siglo. En este aspecto existe bastante consenso que los años 70-80 supusieron un importante punto de inflexión. Cambios originados por la globalización económica, las innovaciones tecnológicas, la ideología y política neoliberal, con todo lo que ello comporta en desestructuración de la empresa tradicional, nuevas formas de gestión, desindustrialización, externalización de actividades, financiarización de la economía, empequeñecimiento de la empresa, desestandarización del trabajo, cambios normativos, etc. Algunos de ellos han significado cambios muy radicales, que de algún modo han desconcertado la acción sindical tradicional.

Como consecuencia de esos cambios, los sindicatos han perdido influencia. La afiliación es un síntoma innegable. Los sindicatos pierden afiliación. En Estados Unidos y en Holanda desde los años 60; en Francia desde los 70; en Alemania, Reino Unido, Italia, Bélgica desde los 80. España es un caso especial, pues la transición política nos sitúa en un vagón de cola en todo ese proceso. Y los sindicatos pierden capacidad de movilización, aunque este es un aspecto más difícil de contrastar, dadas las muy variadas tradiciones sindicales y la carencia de informaciones precisas. En todo caso, el declive en el número de huelgas puede ser un síntoma de ello. La afirmación de que los sindicatos pierden afiliación no nos debe hacer olvidar que la mayoría de ellos ha tenido unos niveles elevados de afiliación no más allá de medio siglo; un corto periodo de tiempo para la historia del capitalismo. En Alemania y Holanda hoy tienen similares niveles de afiliación (tasa de afiliación) que hace cien años, en Francia y en Estados Unidos que en los años 30, en el Reino Unido que en los 40, o en Italia que en los 50.

Al respecto se añade que el trabajador hoy ya no es el trabajador hombre, industrial y fordista. Se han incorporado mujeres, inmigrantes; el empleo y sus condiciones son mucho más variadas y diversificadas. Y que como consecuencia de todo ello el sindicato tradicional es obsoleto, no representa al conjunto de los asalariados, ni puede hacerlo en sus actuales formas y maneras de proceder. Todo lo anterior es cierto pero conviene precisar algunos aspectos. Primero, muchas mujeres en los años 50 y 60 ya trabajaban, pero la mayoría de ellas lo hacía en la economía informal, y este era un espacio que el sindicalismo no atendía. Me refiero al sindicalismo tradicional.

Segundo, ciertamente el sindicalismo tradicional ha sido un sindicalismo de base industrial, con escasa o muy poca presencia en los servicios. Recordemos que las diferencias llegaban al punto que en España los trabajadores de mono cobraban salario (semanal) y los de cuello blanco sueldo (mensual). Pues bien, no está de más recordar que en 1960 apenas el 32% de los asalariados en España trabajaba en la industria o minería (y no alcanza el 35% en 1973, antes de la primera crisis industrial). El gran trasvase del empleo en España en la segunda mitad del siglo pasado se ha dado no tanto de la industria, como suele pensarse, sino de la agricultura a los servicios; por supuesto, el empleo industrial también se ha reducido.

Tercero, la referencia a fordista nos remite a un empleo asegurado en la misma empresa, en muchos casos de aprendiz hasta la jubilación, y con garantías de derechos y representación. Pues bien, en la Alemania de las grandes empresas se ha estimado que no más del 16% de los trabajadores ha experimentado este tipo de condiciones de empleo, en pleno fordismo.

¿Qué significa todo ello? ¿Significa que los sindicatos no han sido nunca organizaciones representativas del conjunto asalariado? Creo que sí lo han sido y en alguna medida aunque menos lo siguen siendo. Aunque afiliaran y representaran directamente a una parte menor de los asalariados, creo que no se les puede negar un elevado nivel de representatividad y de amplio reconocimiento. Pero han cambiado otros aspectos, que son fundamentales.

Un aspecto clave a mí entender es el siguiente. En los años “fordistas” el sindicato afiliaba y organizaba básicamente al trabajador manual de medianas y grandes empresas industriales, que veían en la acción sindical una oportunidad de defender sus derechos y mejorar sus condiciones de empleo. Pero una buena parte del resto de trabajadores, agrícolas, de la construcción y los servicios, y de pequeñas empresas también industriales, y también “otros” trabajadores no fordistas de empresas medianas y grandes, podían contemplar con buenos ojos la acción sindical, aún sin entrometerse en la misma, pues de algún modo también les beneficiaba: si mejoraban las condiciones de empleo de unos, en alguna medida repercutía en las de otros. Es más, algunos de estos otros trabajadores podía tener la expectativa de que un día entrarían a trabajar en una empresa fordista, con representación sindical, beneficiándose directamente de la acción sindical.

En otras palabras, el sindicalismo tradicional se ha nutrido de una parte limitada del conjunto asalariado y sustentado en sus reivindicaciones. No obstante, muchas de estas reivindicaciones han sido sentidas como útiles por una parte amplia del conjunto asalariado. Podría decirse que hasta cierto punto un corporativismo del trabajador hombre, manual y de empleo fordista, que luchaba y se organizaba en la defensa de sus intereses, encubría una cierta universalidad reivindicativa, al menos en una parte sustantiva de las mismas, en mejoras salariales, en tiempo de trabajo y en condiciones de empleo.

Hoy esto no es así, al menos en la medida en que lo ha sido en años pasados. Ha habido cambios, algunos importantes. Aunque el sindicato sigue representando básicamente a trabajadores de medianos y grandes centros de trabajo (no hablo ya de empresas), hoy puede decirse que no se trata únicamente de trabajadores sólo industriales y sólo hombres. Muchas mujeres de medianos y grandes centros de trabajo se han incorporado al sindicalismo, o ven próximo el sindicalismo, así como trabajadores de medianos y grandes centros de trabajo de los servicios. De hecho, el sindicalismo hoy es más fuerte en el sector público que en el privado en prácticamente todos los países del mundo.

Pero, y ésta me parece una cuestión crucial, el sindicato que conocemos ya no es considerado un instrumento válido por parte de muchos trabajadores, como muestran las encuestas de opinión. Y entiendo que no lo puede ser en sus formas actuales. Aquí caben diversas explicaciones, referidas a la globalización, la tecnología, etc. Sin menospreciar, en absoluto, ninguna de estas explicaciones, que son ciertas, la cuestión clave para mi es que hoy muchos trabajadores ya no se identifican, y difícilmente pueden hacerlo, con el asalariado que mantiene un vínculo laboral con un empresario, con cierto horizonte temporal, y para el cual la acción colectiva es un medio importante de adquisición de derechos y de mejora, o perspectiva de mejora, en sus condiciones de empleo y de vida. Hoy muchos trabajadores desconocen quién es su empresario, porque la figura de empresario se ha desfigurado. Para algunos su vinculación laboral es con terceras empresas, para otros es con clientes o usuarios, quienes les imponen ritmos, horarios e incluso salario. Otros trabajadores cambian con frecuencia de empleo y de empresario, con una elevada incertidumbre sobre su futuro. A ellos habría que añadir falsos autónomos, teletrabajadores, trabajadores sin centro de trabajo, etc. La acción colectiva, esencia del sindicalismo que conocemos, no sirve para muchos de estos trabajadores. Sus condiciones de empleo no dependen de la acción colectiva, y la posible mejora que pueda alcanzar un sindicato en convenio colectivo no les afecta. Aunque en España se hable de una elevada cobertura de la negociación colectiva, apenas uno de cada tres trabajadores lo reconoce. En este sentido considero que los sindicatos en España incurren en una cierta complacencia de pensar que lo que acuerdan en convenio se aplica de modo generalizado.

Pues bien, estos “otros” trabajadores mejoran sus condiciones de empleo básicamente: unos si consiguen un empleo mejor; otros en función de sus buenas relaciones con clientes y de adquirir suficientes conocimientos y habilidades profesionales. Unos y otros no dependen de la acción colectiva, no dependen de los sindicatos, dependen de sus relaciones personales, de sus gestiones y esfuerzos personales, también de la suerte. ¿Para qué les sirve, pues, el sindicato? Si se me apura es comparable a preguntarse ¿para qué le sirve a un joven hoy cotizar a la seguridad social para su futura pensión si su perspectiva laboral no está nada claro le genere derechos a una pensión digna?

A mi entender, sólo cambios radicales en el sistema de protección legal pueden modificar ese status quo, cambios que deben acotar esta amplia libertad que ostenta hoy el empresario en nuestra sociedad y poner orden normativo a un tremendo vacío en las relaciones de empleo. Dejo para más adelante una referencia al empleo en pequeñas empresas.

Tercero: sobre la necesaria renovación del sindicalismo en España

Finalmente, por lo que se refiere al sindicalismo en España, éste evidentemente participa de los “males generales”, pero con sus particularidades. Ante todo creo que conviene recordar que el “modelo” sindical español es fruto, como ha recordado Baylos, de un pacto de gobernanza en la transición, obviamente recogiendo prácticas y aspiraciones también de CCOO y de UGT. Dos aspectos merecen ser destacados y que nos diferencian de nuestro entorno. A los sindicatos que resulten más representativos se les otorga un plus de representatividad y se establece un sistema erga omnes para la negociación colectiva, cuyos resultados se equiparan a ley. Son dos medidas muy importantes cuyo objetivo evidentemente no era por parte de las élites políticas y económicas dar poder a los sindicatos, sino evitar en aquellos momentos una explosión de conflictos no controlados e instituir quienes serían los principales actores sociales y las reglas del juego, en un contexto que era nuevo y por tanto extremadamente incierto. En mi opinión ambas medidas son positivas, y no las pondría en cuestión, pese a que, como se ha reconocido el sistema erga omnes no sea un estímulo a la afiliación sindical, todo lo contrario.

Dicho esto, del conjunto de problemas que afectan al sindicato en España resaltaría tres: 1) que el sindicalismo llegue a los jóvenes y a trabajadores en situaciones de empleo no típicas (aunque cada vez más habituales). 2) La burocratización de la organización sindical. 3) La relación entre comité de empresa y sindicato.

El sindicato y los jóvenes y trabajadores atípicos. Creo que en estas cuestiones el sindicato debería plantear una discriminación positiva, comprometiendo la incorporación de trabajadores hoy poco representados en los órganos de negociación y dirección, como en su día se hizo (o se planteó) con respecto a las mujeres. Jóvenes, trabajadores de pequeñas empresas, inmigrantes y otros colectivos deberían tener garantizada su cabida en puestos de representación sindical, en las listas electorales y en la organización del sindicato.

Sobre la burocratización sindical. Esta no es una cuestión nueva; en todo caso es relativamente nueva para el sindicalismo español. Muchos recordarán que en los años 70 y 80 en los encuentros con sindicatos de otros países sus representantes solían ser hombres de edad avanzada, mientras los dirigentes españoles contrastaban por su juventud. El sindicato español era una organización nueva, los sindicatos europeos eran organizaciones con años a sus espaldas. El problema de la burocratización es importante y de difícil solución. Robert Michels, sociólogo alemán planteó la ley de hierro por la que entendía que en las organizaciones (partidos políticos, etc.) sus líderes en un principio se guían por una voluntad ideológica y de sus representados, pero con el paso de los años les domina el objetivo de permanencia en la organización, de la que depende su modo de vida: el líder de una organización tiende a mantener su poder, incluso relegando a segundo término sus viejos ideales. Por eso, dice Michels, las organizaciones políticas pronto dejan de ser un medio para alcanzar determinados objetivos socioeconómicos, y se transforman en un fin en sí mismo. En otras palabras, un dirigente sindical, más allá de sus ideales, es una persona que tiene que asegurarse sus medios de subsistencia. A mi entender no hay recetas fáciles. Algunas se han ensayado, como la limitación de mandatos. Pero ello no evita que el dirigente sindical acabe siendo un “funcionario” sindical, una persona que la organización resitúa en un sitio u otro. Es una cuestión importante, pues no todo dirigente sindical tiene posibilidades de hallar un empleo con ciertas condiciones fuera de la organización, y la organización a la que se ha dedicado no puede desentenderse. En todo caso creo que la organización debe buscar procedimientos de renovación, evitar que cargos antiguos ocupen e impidan la entrada de nuevos, sin sobrecargar la estructura. E impulsar la democracia interna, en todos sus niveles.

Pero la burocratización sindical tiene otra vertiente, que se muestra en la rigidez de las estructuras internas del sindicato, federaciones y territorios, y su dificultad de actuar conjuntamente. Por ejemplo en empresas, centros de trabajo o establecimientos en los que convive una pluralidad de convenios colectivos. Esta es una vertiente que creo tendría más fácil solución.

La relación entre comité de empresa y sindicato. Ante todo, veo positiva la dualidad comité de empresa y sindicato que existe en España, como en otros muchos países. Los comités de empresa, con sus elecciones, constituyen un estímulo esencial en la renovación sindical, contra la burocratización de cargos. Además, las encuestas muestran que en las empresas con comité hay más afiliación sindical, y al revés. Pero la duplicidad de funciones entre uno y otro es un freno para la afiliación sindical. Creo que deberían reservarse al sindicato algunas facultades, como la negociación de los convenios colectivos, la convocatoria de huelga o el ejercicio de los conflictos en las empresas, y relegar funciones más específicas al comité de empresa. Y sus miembros, en función del tamaño de la empresa, podrían funcionar por atribuciones: delegado de formación, delegado de salud laboral, delegado en cuestiones de discriminación o desigualdad,… Se trataría de establecer un reparto de funciones entre delegados de empresa y sindicatos que les obligue a colaborar: uno necesita al otro, no le sustituye.

Por otra parte, en zonas de concentración de pequeñas y muy pequeñas empresas los sindicatos deberían asumir directamente las funciones de representación, nominando delegados por zonas. También delegados de grandes establecimientos, como grandes superficies, aeropuertos, mercados centrales de las ciudades, etc. Debería ser la representación visible del sindicato en cada uno de esos espacios. Obviamente una legislación que obligara en este sentido sería básica, pero creo que se puede avanzar en el mientras tanto.

 * Referencias anteriores en este debate

 

Paco Rodríguez:  HABLEMOS DE LA AFILIACIÓN SINDICAL

JLLB: SINDICATOS Y EL MONOPOLIO DE LA NEGOCIACIÓN

Magdalena Nogueira y otros: Sindicatos: De la concertación (social) al desconcierto (general)

Quim González: ¿TIENE CABIDA EL SINDICALISMO EN LA EMPRESA ABIERTA?

JLLB: LA PARÁBOLA DEL SINDICATO 

José M. Izquierdo: El Sindicalismo Confederal, Evolucionar para renovar (I)



Radio Parapanda.--  RAJOY Y EL ENIGMA DE LAS CONTRA BIENAVENTURANZAS



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