miércoles, 17 de diciembre de 2014

LAS HUELGAS GENERALES EN ITALIA, GRECIA Y BÉLGICA




1.-- En Italia, Grecia y Bélgica se han producido recientemente dos importantes movilizaciones con características de huelga general. Precisamente porque se ha apreciado un importante consenso de masas se ha intentado oscurecer dicha movilización mediante  toda la panoplia informativa exclusivamente centrada en el alboroto callejero entre los manifestantes y las fuerzas de orden público. De manera que el conflicto social de masas queda secuestrado por cuatro golpes de porra contra los que protestan. Moneda corriente, se diría. En todo caso, ahí está el rechazo a las políticas de ajuste caballuno en dichos países.

Ahora bien, un preocupante regomello me atraviesa todo el cuerpo: aunque no descarto estar errado, tengo para mí que estas luchas –italianas, griegas y belgas, como antes lo fueron las españolas--  están separadas entre sí, y a falta de un proyecto europeo no tienen un referente general al que acogerse. Así las cosas, tan importantes movilizaciones se convierten en «conflictos de situación», inconexos, frente a la ruptura unilateral del contrato social, que es la forma más reciente del conflicto como ya expresó en 1988 un Ralph Dahrendorf.   

2.-- Digamos que frente a un ataque en toda la regla a la condición asalariada (y sus alrededores), el recurso de cada sindicato es recluirse en el Estado nacional.   Es pertinente, pues, preguntarse dónde está la Confederación Europea de Sindicatos (CES).

No quisiera ser excesivamente áspero, pero debo reconocer que no sé dónde está la CES, ni tampoco sorprendentemente sé dónde se encuentra. Se diría que es un magma inaprensible o, si se quiere, una estantigua que va dando trompicones solamente por los espacios institucionales. En todo caso se está consolidando, justamente ahora con la que está cayendo, una enorme distancia entre la CES y los sindicatos de cada Estado nacional. Además, queriendo ser un sindicato, la CES no dispone –ni ha pugnado suficientemente por ello— de poder contractual. Todo ello limita, naturalmente, la acción colectiva de cada sindicato nacional habida cuenta de la globalización con sus vertiginosos procesos de innovación y reestructuración de los aparatos productivos y de servicios.

Ni siquiera la CES es un paraguas de los sindicatos nacionales, lo cual –aunque insuficiente--  podría servir para algo. Vale decir que esto es extensible a las federaciones sindicales europeas. Alguien que conoce el paño desde dentro ha afirmado   estas «han abandonado el mundo del trabajo y lo han dejado en manos de los comités de empresa (supranacionales) que tienen muy poca implantación». Por lo que, con todo realismo, podemos convenir en que, mientras se mantenga esta situación, no cabe esperar ni una adecuada resistencia a las políticas gubernamentales ni, menos todavía, una preñez de proyecto de cambiar la situación. Me interesa decir que no es escepticismo lo que se dice sino la invitación a un cambio estructural de los sindicalismos europeos al alimón con la CES. 

Hablo de «cambio estructural», porque la tentación es arreglar la cosa con una mano de pintura. Pero la mano de pintura no soluciona las grietas del viejo edificio, ni lo precario de sus cimientos. De ahí que me venga a la memoria una anécdota que explicaba Umberto Romagnoli: «Dando clase explicaba que el sindicato se parece al centauro de la leyenda: mitad hombre y mitad caballo. Un día me interrumpe un estudiante preguntándome: ”Qué sucede cuando el sindicato se encuentra con molestias, hay que llamar al médico o al veterinario?” La pregunta tenía sentido. Lo solucioné respondiendo: “Ese no es el problema. Si le escuchas siempre te dice que está la mar de bien. Por lo menos nunca ha comunicado tener necesidad de que le curen”» Y ahí está el problema o, si se quiere, una parte del problema.

No puedo dejar de preguntarme –sólo para mis adentros— lo siguiente: ¿hay alguien con mando en plaza que esté verdaderamente interesado en ese «cambio estructural»? Si lo hubiera, estaría dando señales prácticas, que no retóricas, al respecto; estaría ya poniendo unas bases mínimas para sacar de la casa algunas señales de pesadilla weberiana.   

En todo caso, el reformador corre dos peligros: uno, que los afectados por dicha reformas se amotinen contra él; otra, que la reforma la hagan desde el exterior de la barraca.


Radio Parapanda.-- AVERSIÓN AL FUTURO  Escribe Paco Rodríguez de Lecea, corresponsal de Metiendo bulla en el futuro.




1 comentario:

yuper dijo...

No es extraño. Como ya participamos en el G-20, esperamos que con nuestra bien documentada oratoria se rindan y se desarmen. Con acierto, los bien intencionados alegan que no podemos negarnos a firmar lo que supone una mejora para la gente que necesita ya. Pero las bases para que el sindicalismo vuelva a ser una cosa de héroes las están poniendo muy sólidas. ¿Que hacer para recuperar la canalización del conflicto? porque ocultarlo no podemos e intentar levantar la voz, cada vez se nos antoja que no es el momento.
Manuel Perez