martes, 8 de junio de 2010

MALDITOS TIEMPOS. Angel Rozas como telón de fondo




Nota editorial. Una pluma alquilada ha escrito un artículo lamentable a propósito de la muerte de Ángel Rozas en Avui Paper Diàleg. Tiene la palabra quien le responde adecuadamente. [Se hace notar que el diario Avui ha rechazado la publicación de este artículo]



Miquel Àngel FALGUERA BARÓ
Magistrado Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya
Profesor de la UPF

Malditos sean los tiempos que hacen necesario recordar la obviedad. Esta es una maldición lamentablemente más viva que nunca, en un periodo histórico en el que el voto de los ciudadanos sirve poco para determinar las políticas económicas y sociales. Un tiempo en el que el pensamiento crítico –tan necesario, aunque esté equivocado— para que la sociedad avance mediante el debate colectivo y, en consecuencia, en la civilidad, es menospreciado y cualquier reflexión se limita a tópicos, apriorismos y frases hechas.


Pues bien, permítanme que recuerde obviedades. Que la democracia es el gobierno de los pobres hombres libres. Y que la oligarquía es el gobierno de los hombres ricos libres. Lo dice Aristóteles. De estos mimbres –que algunos preservaron en tiempos obscuros-- surgió el concepto moderno de democracia. Es decir, “libertad, igualdad y fraternidad”. Por tanto, contra lo que pueda parecer, porque la simplicidad conceptual es el pan nuestro de cada día-- democracia no es solamente libertad. Es también igualdad. Y es también fraternidad, vale decir, el reconocimiento por la sociedad del derecho de todo ciudadano a desarrollar todas sus potencialidades como ser humano o, como afirmaban los padres constituyentes norteamericanos, el derecho a la felicidad. Nadie puede ser libre si no puede decidir su futuro; no sólo una nación, también los individuos.


¡Qué simple es equiparar comunismo y fascismo! Es un buen ejemplo de la simplicidad conceptual a la que antes hacía referencia. Estos análisis olvidan, sin embargo, que el comunismo, como el socialismo, bebe de las fuentes de la Ilustración, aunque sitúa su énfasis en la igualdad, a diferencia del liberalismo, que sólo reflexiona en clave de libertad. Por el contrario, el fascismo –al igual que el nazismo o el franquismo-- lo que negaban (no sé si utilizar el tiempo pasado o el presente) es precisamente la Ilustración y la democracia.


Ciertamente del comunismo que llegó a gobernar –el comunismo de las pesadillas, que decía Manolo Vázquez Montalbán— surgieron regímenes opresivos y leviatanes genocidas. Pero ahora no se trata de entrar en el debate pueril de quién ha producido más muertos a lo largo de la historia: si el del llamado modelo colectivista o los sistemas liberales. Esta es una dialéctica, que muchos cultivan, que evidencia de nuevo el simplismo ideológico que nos inunda.


Pero también existió el comunismo de los sueños. El de aquellas personas que sacrificaron su vida, su libertad, su integridad física, su futuro profesional y económico, e incluso sus familias por un concepto de democracia que situaban la centralidad en la igualdad y la fraternidad. He conocido muchos de comunistas ilusos. Son –prácticamente ya se puede decir que “eran”, ya que la mayoría ha muerto sin ningún tipo de reconocimiento-- personas extraordinarias que un buen día decidieron poner a disposición de los demás todas sus capacidades y su propias personas. Ciertamente, en determinados momentos obviaron el concepto de libertad. Pero lo hicieron en situaciones en las que la gente se moría de hambre, de enfermedades que mataban sus familiares y amigos, lo que no pasaba con los ricos. Y posteriormente, cuando la situación económica eliminó estas situaciones tremendas, reivindicaron en las calles la libertad, poniendo en riesgo sus vidas.


Estas reflexiones vienen a cuento de un artículo publicado por Agustí Colomines, comentando la muerte de mi amigo y maestro Ángel Rozas. Persona que conocí cuando yo era estudiante de Derecho y militante del PSUC y empecé a dar cursos de formación sindical a los afiliados de la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, una actividad de la que Ángel era responsable, en los inicios de la transición.


Ángel fue la clara expresión –entre otras muchas personas dignas que he conocido-- de aquellos individuos que lo sacrificaron todo por un concepto de democracia integral; que no sólo se basa en ir a votar de vez en cuando, sino el gobierno de las cosas por los pobres hombres (y mujeres, claro) libres. Lo reitero por si alguien lo ha olvidado: Aristóteles.


La muerte de Ángel –una persona sin la cual difícilmente se puede entender gran parte de la resistencia de los trabajadores al franquismo, o por qué Comisiones Obreras lleva por nombre aquí Comissió Obrera Nacional de Catalunya, entre otros muchos aspectos— merecía una resonancia mediática más significativa que la que ha tenido. Porque era una persona digna que dedicó, prácticamente desde su infancia, la vida a los demás, a la sociedad, a los valores republicanos de libertad, igualdad y democracia. Lo que resulta paradójico es que este diario [Avui] haya dedicado más espacio a incluir una crítica actual a los partidos políticos que directa o indirectamente siguen la tradición histórica del PSUC, como es el caso del señor Colomines que a la explicación de quién era Rozas. Ángel no se lo merecía.


Porque estoy hablando de una persona –para los que no le conocían: físicamente era un enano-- que vivió la miseria extrema en su familia; que llegó a Barcelona con catorce años, que aprendió a leer como los autodidactas; que organizó a principios de los años cincuenta más de doscientas personas en el PSUC, aunque todavía no había conectado con dicho partido de manera orgánica; que fue detenido en numerosas ocasiones; que padeció torturas, prisión y exilio. Estoy hablando de una de las personas más libres, sinceras y antisectarios que he conocido en mi vida. Utilizar su muerte para hacer una crítica de una parte de la izquierda de este país, sin explicar quién era Ángel, me parece un ejercicio lamentable, especialmente cuando lo firma como historiador.


Es verdad, la Internacional se cantó en castellano en el acto del adiós de Ángel. Probablemente porque él se expresaba en esa lengua. Pero resulta extraño que un asistente al mencionado acto obvie lo que explicaba en su intervención José Luís López Bulla: cómo la policía franquista lo maltrató a él y a su compañera, Carmen Jiménez (otra persona digna) el 11 de setiembre de 1967 cuando los trabajadores encuadrados en Comisiones Obreras se manifestaban en la calle en defensa de las libertades nacionales de Catalunya. Mientras tanto, otros lo miraban desde los balcones, recordando que hacía algunos años habían cantado el Cant de la Senyera en el Palau de la Música.


Si yo dicto mis sentencias en catalán –y, por eso, me cae lo que me cae— lo hago, convicciones personales a parte, porque Ángel fue mi maestro.


Reitero, malditos los tiempos en los que se ha de recordar lo que es obvio. Malditos los tiempos en los que la muerte de uno de los mejores ciudadanos de Catalunya no ha tenido prácticamente ninguna resonancia mediática, sólo –como es el caso-- para su utilización política en detrimento de unas determinadas opciones electorales.


Cualquiera puede justificar su trayectoria política con los argumentos que quiera. Estamos acostumbrados ya a los saltimbanquis. Pero, por favor, que no se utilice la muerte de una persona digna para espurios intereses personales. Incluso toda la simplicidad argumental tiene límites éticos.




Traducción del original catalán (
MALEÏTS TEMPS) a cargo de Félix Mármol de Macael.


2 comentarios:

Simon Muntaner dijo...

magnífico artículo, compañero Falguera / Helecho. Da gusto ser amigo tuyo.

Señor G dijo...

Seria "encantador" que los obituarios de dirigentes de CiU o PP en la prensa lo hicieran los responsables de las fundaciones del PSUC-variado, de ICV o de EUiA. No me lo puedo ni imaginar de inimaginable. Lo que dices, un artículo con un título para hablar de otras cosas, sinceramente da asco, cuanto menos intelectual, el artículo del Colominas y encima sin dejar respuetas. Definitivamente el ágora está tomada y sitiada.