Ignacio Fernández Toxo dijo hace poco que es
necesaria la «refundación del sindicato» y en el contexto del importante
congreso ugetista Cándido Méndez afirma, más o menos, que «a Ugt le conviene
algo más que un lavado de cara». Ambas
son ideas-fuerza de especial contundencia, que se confrontan con las «ideas
muertas» que son la madre de las «prácticas muertas». Como es bien sabido, John
Stuart Mill definía las ideas muertas
como aquellas ideas que se aceptan por costumbre y sin discusión alguna. Tres
cuartos de lo mismo podríamos decir de las prácticas
muertas: aquello que se sigue haciendo por pura rutina y ya desubicado de
la cambiante realidad.
Debemos congratularnos de esa tensión renovadora de
la que hacen gala los dos dirigentes sindicales porque apuntan sin ambages a un
cambio profundo de la personalidad del sujeto social más importante en nuestro
país y de su quehacer cotidiano. Ciertamente, no es la primera vez que apuntan
en la misma dirección pero nunca lo habían planteado con un carácter tan
solemne y perentorio como en esta ocasión.
Este es el momento de proceder gradualmente a esa
operación que plantean Toxo y Méndez. De un lado, la coincidencia unitaria en
la necesidad de la renovación; de otro lado, la visible estabilidad de los
grupos dirigentes de ambas organizaciones. En momentos de unidad –máxime si
viene de muy atrás-- y de estabilidad
orgánica son posibles esas operaciones que aspiran a ser de largo recorrido.
Por otra parte, el impulso que proponen ambos sindicalistas es, sobre todo, una
interferencia a esa tendencia –diríase natural— de las grandes organizaciones a
la esclerosis y burocratización.
La necesidad de la autorreforma sindical viene a
cuento no sólo porque hay que encarar esta crisis gigantesca con nuevos y más
eficaces métodos sino porque se precisa que el sujeto social afronte los
grandes desafíos del ya instalado cambio de paradigma en los centros de
trabajo, las transformaciones en el seno de la estructura de las clases trabajadores
y la mutación de la economía. En ese sentido, el sindicalismo no puede agrupar
sólo a los «últimos mohicanos». Así pues, los llamamientos de Toxo y Méndez
representan un algo más que un toque de atención a los evidentes retrasos que
tiene el sindicalismo confederal, a toda una serie de asignaturas pendientes
que se van dejando siempre a un incierto «mañana» al igual que el viejo cartel
de las tabernas antiguas: «hoy no se fía, mañana sí».
Por lo demás, sería oportuno que esas grandes
declaraciones estuvieran acompañadas de reformas puntuales, concretas. Esto es,
convertir en «ideas vivas» y «prácticas vivas» la acción colectiva del
sindicalismo confederal. Pongamos que hablo, de entrada, de la representación
en los centros de trabajo y de la negociación colectiva, a ser posible con
experiencias piloto. Y, así, mantener una ruta que afecte al conjunto del
contenido y el continente del movimiento sindical.
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