La muerte de ese gran dirigente sindical que fuera Marcelino Camacho propone una serie de reflexiones sobre su decisiva y original aportación al movimiento organizado de los trabajadores. Sin duda, Marcelino representó una profunda discontinuidad en la historia del movimiento sindical español, una cesura muy original con relación a la práctica de las organizaciones tradicionales UGT y CNT. Digamos, además, que el nombre de Marcelino tiene una similar significación en dicha historia como en sus momentos fundacionales lo tuvieron Pablo Iglesias y Anselmo Lorenzo. Tan disciplinadamente estudioso, tan pedagogo de multitudes y tan austero en su comportamiento como ellos. Y, de la misma manera que Iglesias y Lorenzo, Camacho vio las novedades de su época con su larga mirada.
Nuestro hombre vio lo siguiente: … “[...] A la capital administrativa ha sucedido el Madrid industrial; hoy son millares de obreras, que con sus batas blancas o azules, pasan por Atocha camino de Standard, Telefunken o Phillips hacia las máquinas-herramienta y las cadenas de montaje”. Así lo escribió en un importante artículo "El fetichismo y la realidad", Cuadernos para el diálogo (Junio de 1964). Aparentemente esta descripción camachiana podría ser interpretada como un relato costumbrista. Pero tiene mucha más miga. Es la percepción de un paisaje socioeconómico que ha desplazado definitivamente lo anterior: por la calle --de la fábrica hasta casa-- el mono azul de un tipo de trabajo asalariado ha emergido y de esa visibilidad antropológica Marcelino saca sus conclusiones sociopolíticas y culturales. Los talleres de modistillas han sido substituidos por las grandes empresas matalúrgicas: la artesanía ha sido licenciada y, en su lugar, surge un fordismo que, aunque muy particular, representa un nuevo paradigma. Ese es el trasfondo del artículo de Marcelino en la revista "Cuadernos para el Diálogo".
Es, a principios de los años sesenta, cuando nuestro hombre –en plena Dictadura franquista— plantea que la acción colectiva no debe ser clandestina para cumplir sus objetivos de mejorar la condición de trabajo y vida del conjunto asalariado. Lo que supone, a su vez, la puesta en marcha de un movimiento abierto y reivindicativo, basado en la unidad social de los trabajadores. Pilar básico de la propuesta es la independencia y autonomía sindicales cuya base es la democracia deliberativa en el taller y la oficina: la asamblea, expresión real de lo que podríamos denominar democracia próxima, elemento central de la independencia yn autonomía del nuevo sindicalismo que estaba en sus primeros andares. Todo ello dicho en unos momentos de intensa negación y persecución de todas las libertades suponen una radical heterodoxia en los planteamientos teóricos y prácticos de la lucha contra la Dictadura. Esta aportación camachiana no es el resultado de una abstracción sino de su concreta experiencia como trabajador de la empresa madrileña Perkins. Salvando las distancias de todo tipo, se diría que los planteamientos camachianos entroncan con algunas aportaciones de gente de tanta solvencia como Joan Peiró (especialmente el de la etapa contra el general Primo de Rivera) y Giuseppe Di Vittorio en lucha clandestina contra Mussolini. Camacho comparte con ellos lo siguiente: considera que el objeto de los sindicalistas no es exactamente el sindicato sino los trabajadores de carne y hueso, el amor apasionado por la formación intelectual y el estudio y la relación caliente con las personas.
Ya en aquellos tiempos –esto es, a principios de los sesenta— Marcelino era una persona querida y respetada: una condición que le acompañará toda su vida. En realidad, en mi larga vida como sindicalista, nunca he conocido una persona de la vida pública que haya concitado ese respeto y afecto de masas como vi en Marcelino. Acompañarle por la calle era un todo un baño de saludos y abrazos, incluso (y especialmente) de aquellas gentes, de cualquier edad, que se paraban a darle la mano, a “tocarle”. Era, por así decirlo, la metáfora de la democracia próxima. Recuerdo un sucedido en Lleida: estábamos comiendo en un restaurante; estábamos separados por una mampara de una familia numerosa que estaba celebrando la primera comunión de uno niño. El padre del jovencito vino y le pidió a Marcelino que fuera a tomarse una copita. Dicho y hecho, después le pide que diga unas palabritas. Pues bien, habla Marcelino durante dos minutos (¡una proeza en él!) y le dice al chaval que aproveche el tiempo, que estudie y sea muy formal. La gente aplaudió como si aquello fuera una magna asamblea de la SEAT o cosa por el estilo.
Así era Marcelino. Una persona de la que dijo un viejo sindicalista mataronés: “En Marselinu es com jo, però que en sap mes”. Sólo desde esa naturalidad podía poner en marcha esa discontinuidad histórica que se llama Comisiones Obreras. Un hombre que, a pesar de los larguísimos periodos de prisión, siempre tuvo la sonrisa de par en par. Un hombre que gestó un gran movimiento, que lo vio crecer y crecer … Un hombre del que nuestro Manuel Vázquez Montalbán dijo : "Asistiremos a la autoconstrucción de un dirigente obrero, que luchó como peón de la Historia en la Guerra Civil, y que, a partir de la derrota personal y de clase, se movió como un héroe griego positivo, en la lucha contra el destino programado por los vencedores, personal y coralmente.... Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho. Es decir, que no está hecho a la medida de los débiles".
Radio Parapanda. Homenaje a Marcelino: REVISITANDO LOS ORIGENES DE COMISIONES OBRERAS
Ya en aquellos tiempos –esto es, a principios de los sesenta— Marcelino era una persona querida y respetada: una condición que le acompañará toda su vida. En realidad, en mi larga vida como sindicalista, nunca he conocido una persona de la vida pública que haya concitado ese respeto y afecto de masas como vi en Marcelino. Acompañarle por la calle era un todo un baño de saludos y abrazos, incluso (y especialmente) de aquellas gentes, de cualquier edad, que se paraban a darle la mano, a “tocarle”. Era, por así decirlo, la metáfora de la democracia próxima. Recuerdo un sucedido en Lleida: estábamos comiendo en un restaurante; estábamos separados por una mampara de una familia numerosa que estaba celebrando la primera comunión de uno niño. El padre del jovencito vino y le pidió a Marcelino que fuera a tomarse una copita. Dicho y hecho, después le pide que diga unas palabritas. Pues bien, habla Marcelino durante dos minutos (¡una proeza en él!) y le dice al chaval que aproveche el tiempo, que estudie y sea muy formal. La gente aplaudió como si aquello fuera una magna asamblea de la SEAT o cosa por el estilo.
Así era Marcelino. Una persona de la que dijo un viejo sindicalista mataronés: “En Marselinu es com jo, però que en sap mes”. Sólo desde esa naturalidad podía poner en marcha esa discontinuidad histórica que se llama Comisiones Obreras. Un hombre que, a pesar de los larguísimos periodos de prisión, siempre tuvo la sonrisa de par en par. Un hombre que gestó un gran movimiento, que lo vio crecer y crecer … Un hombre del que nuestro Manuel Vázquez Montalbán dijo : "Asistiremos a la autoconstrucción de un dirigente obrero, que luchó como peón de la Historia en la Guerra Civil, y que, a partir de la derrota personal y de clase, se movió como un héroe griego positivo, en la lucha contra el destino programado por los vencedores, personal y coralmente.... Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho. Es decir, que no está hecho a la medida de los débiles".
Radio Parapanda. Homenaje a Marcelino: REVISITANDO LOS ORIGENES DE COMISIONES OBRERAS
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