miércoles, 8 de mayo de 2013

EL SINDICATO Y EL CENTAURO (En Toledo)



Presentación en la Facultad de Derecho de «La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo», de Bruno Trentin.


8 de Mayo 2013


Queridos amigos, queridas amigas:

Antes de meterme en harina quiero traer a colación una anécdota que explica Umberto Romagnoli, de sobras conocido en esta Universidad.  Decía el maestro: Dando clase explicaba que el sindicato se parece al centauro de la leyenda: mitad hombre y mitad caballo. Un día me interrumpe un estudiante preguntándome: «¿Qué sucede cuando el sindicato se encuentra con molestias, hay que llamar al médico o al veterinario?» La pregunta tenía sentido. Lo solucioné respondiendo: «Ese no es el problema. Si le escuchas siempre te dice que está la mar de bien. Por lo menos nunca ha comunicado tener necesidad de que le curen».  Fin de la cita. Ya la recuperaremos más adelante. 

Los quebraderos de cabeza que tuve cuando traduje al castellano La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo del gran sindicalista italiano Bruno Trentin han sido recompensados con creces por todos aquellos que lo han leído, que ya no son pocos. Más todavía, fueron igualmente recompensados cuando, a sugerencia del infatigable Luis Collado, Antonio Navarro me invitó a hablar, aquí en Toledo,  del libro que ha sido reeditado por Bomarzo. Quedo agradecido a Luis y Antonio por este generoso detalle, que extiendo a todos vosotros por acudir a este acto.

La lectura y el estudio de La ciudad del trabajo tiene una gran utilidad para los sindicalistas españoles de todas las generaciones, los operadores jurídicos iuslaboralistas y el conjunto del mundo de los saberes e igualmente para toda la izquierda política. De un lado, porque es una profunda investigación crítica de la historia de las ideas y las prácticas de las izquierdas sociales y políticas del siglo XX y, de otro lado, porque el autor, Bruno Trentin, expone sus diferencias con todo aquello al tiempo que va desbrozando un consistente proyecto emancipatorio. Este es, según refiere Antonio Baylos en su prólogo, «un libro de culto».   

Primero.  Bruno Trentin ha sido posiblemente el sindicalista europeo más fascinante de la segunda mitad del siglo pasado desde responsabilidades tan importantes en el sindicalismo italiano como las de dirigir  la Federación de los metalúrgicos (FIOM) y la propia Confederación CGIL. Es, sin lugar a dudas, el dirigente sindical de mayor proyección teórica de toda la historia del sindicalismo europeo. En ese sentido, debo aclarar que su fecunda teoría no surge de un alambique sino de su relación directa con los trabajadores y de las experiencias que se van desarrollando en las fábricas. Por ejemplo, Trentin fue el principal impulsar de los consejos de fábrica italianos de principios de los años setenta del siglo pasado. Aquello fue una forma de representación de los trabajadores que substituyó a las anteriores estructuras que ya habían quedado obsoletas. Fue una potente operación reformadora que abrió paso a un amplio proceso unitario, desde la base, hasta las direcciones de las confederaciones sindicales italianas y a nuevas maneras de concebir la negociación colectiva y a la intervención del sindicalismo en territorios tradicionalmente reservados a la acción política de los partidos como, por ejemplo, la enseñanza, la vivienda y la política fiscal. 

Segundo. Trentin elabora un discurso que según ha explicado Antonio Baylos es «extremadamente actual, puesto que señala la relación directa entre libertad, derechos democráticos en el espacio público y el autoritarismo en el que se expresa la situación de explotación laboral, la carencia de derechos en la concreta realización del trabajo. Esta desconexión de la problemática de la libertad y de los derechos civiles del trabajo y su complejidad social y política es hoy un elemento central del debate democrático en el que estamos inmersos tras la crisis. En positivo, se habla de derechos civiles ligados a la persona que no está marcada por su posición subalterna derivada del trabajo, y en negativo, se piensa en garantizar los derechos cívicos, pero velando los lugares de trabajo  como espacio opaco a los mismos. Una especie de “externalidad” democrática que hace del trabajo  un elemento “privado” sometido por tanto a un espacio de autoridad privada sin límites».

Esta «externalidad democrática» le quita el sueño a Bruno Trentin y es una de las críticas más contundentes que nuestro hombre hace a la acción política de las izquierdas durante el siglo XX, salvo honrosas excepciones. La crítica es concretamente ésta: habéis puesto todo el énfasis en la conquista del Estado y ninguno en transformar la sociedad desde el trabajo heterodirigido. Por ello, dice nuestro hombre machaconamente, no habéis visto el carácter y las consecuencias de los cambios que se han producido en los centros de trabajo. Y tras lo cual os habéis contagiado de los efectos devastadores del taylorismo y fordismo: dos sistemas de organización del trabajo que se os han metido en los mismísimos tuétanos.

Tercero. Afirmo que el libro –y, en general, toda la obra de nuestro autor--  es imprescindible para proceder a lo que Ignacio Fernández Toxo propone como la «refundación del sindicato» y, en parecido sentido, lo que afirma Cándido Méndez de que «UGT necesita algo más que un lavado de cara».  Ahora bien, la necesidad de refundar el sindicato y de proceder a algo más que un lavado de cara requiere una argumentación consistente que, hasta la presente, no se ha dado. Me propongo hacerlo desde el desparpajo que se le concede a quien está ya en edad veneranda. Lo que indica que, después de muchos años, el sindicato reconoce que necesita, no ya cuidados sino una intervención quirúrgica.  

Si vivimos en otro paradigma –justamente el que plantea Trentin con su formulación de que el «fordismo es ya pura chatarra»--  que, para abreviar, llamaré postfordismo; si estamos en una fase de largo recorrido de innovación / reestructuración de los aparatos productivos, de servicios y de toda la economía; si se han operado, fruto de todo ello, cambios en la estructura de las clases trabajadoras; si ese paradigma se da en el contexto de la globalización, que ya no tiene marcha atrás… es de cajón que pensemos muy seriamente qué cambio de metabolismo necesita el sindicalismo confederal. Justamente para ser más eficaz en su condición de sujeto social. Porque lo que no puede ser es que todo cambie vertiginosamente y nosotros sigamos lo que John Stuart Mill llamaba «creencias muertas», esto es, aquellas que se mantienen por pura rutina y sin discusión alguna. De este tipo de creencias muertas se pasa a las «prácticas muertas», las que se  siguen practicando por pura rutina y sin debate alguno. El coraje de las propuestas de Ignacio y Cándido debería partir de esas consideraciones.

Las preguntas serían estas: ¿es conveniente mantener el modelo de representación que tiene cerca de cuarenta años cuando todo se ha movido como una centella?, ¿tiene sentido seguir con la forma sindicato después de casi ocho quinquenios de vida?, ¿si, además, el fordismo es «pura chatarra» por qué seguimos con los contenidos y características de ese sistema de organización? Una refundación siempre es poner patas arriba las cosas. Pero no de manera alocada, ni tampoco dejando las cosas siempre para mañana. Hay que hacerlo de manera gradual, seguramente con experiencias-piloto y a través del método acierto y error.  Por supuesto, sabiendo aquello que nos alertaba Maquiavelo: «quien introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se benefician del ordenamiento antiguo y, como tímidos defensores, a todos los que se beneficiarán del nuevo». Lo que un servidor ignora es si existen más «enemigos» que «tímidos defensores» como tampoco sé si los «amigos entusiastas» son más que la suma de los dos anteriores, al menos de los «enemigos».

Ahora bien, ¿el sindicalismo español está en condiciones de ponerse manos a la obra de su propia refundación? Me permito dos referencias históricas de gran contenido que, en su tiempo, tuvieron características de gran reforma en la historia de Comisiones Obreras: una fue la generalizada práctica de la asamblea de trabajadores en los centros de trabajo; otra, la progresiva conquista de la independencia con relación al partido político, una de cuyas matrices fue la propia asamblea como mandato principal para los representantes de los trabajadores. 

Sea como fuere, una cosa tengo cierta: si no se procede a esa refundación y a ese algo más que lavado de cara, el sindicalismo corre el peligro de convertirse en «el último mohicano». Por supuesto, heroicamente resistente pero sin capacidad de intimidación al poder privado empresarial. Hay que elegir, pues. El libro de nuestro amigo Trentin da las suficientes pistas para emprender ese viaje.


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