Carocas santaferinas do ponen a Rafael Rodríguez Alconchel en los cuernos de la Luna.
Tras el concreto redactado de la aparatosa enmienda a la Constitución que, de manera coalescente, han fabricado con agostosidad y alevosía Zapatero y Rajoy, el candidato Rubalcaba ha afirmado vanilocuentemente que solucionar el déficit no es de derechas ni de izquierdas. Una opinión que podría calificarse de bastardía intelectual, de disparate político, aunque a decir verdad no es la primera vez que algo similar se ha dicho y propalado desde los tiempos lejanos de María Castaña, una dama de armas tomar. Comoquiera que uno está, dada la edad, en bajas condiciones para polemizar con don Alfredo, recurro a la fuente sapiencial de uno de los padres nobles de la izquierda Europea, Norberto Bobbio. Y busco entre mis amistades, los libros, el ejemplar del maestro “Derecha e Izquierda, que publicó en su día la Editorial Taurus (1995).
Bobbio dijo en su día que tras el fracaso del comunismo “su desafío permanece, y de igual modo permanece la distinción entre izquierda y derecha”. Quienes negaban dicha distinción con más énfasis eran los exponentes de la derecha en busca del proustiano tiempo perdido. Los exponentes de la izquierda putativa solían ser más comedidos, disfrazándose de noviembre para no infundir sospechas. Hasta que fue generándose un hartazgo de ambidextros que pasaron –primero de manera lábil, después tomando carrerilla y, tras ello, en un “andante con moto”— a negar las razones de la izquierda. El arsenal de las bagatelas teóricas se trasladó (ese era su objetivo) al almacén del quehacer político. Había que poner coto a la extraordinaria fuerza expresiva de la izquierda que seguía reclamando su carácter antagonista. Incluso personajes de práctica moderada como Pablo Iglesias eran sospechosos de tener las uñas excesivamente afiladas, y teóricos como Gramsci resultaban ya una interferencia para ese hartazgo de ambidextros. Rubalcaba, así las cosas, tenía esa asignatura pendiente: todavía no se le conocía un dicho contundente para incorporase a la nómina del hartazgo.
Los términos “derecha” e “izquierda” no son solamente emotivos, cargados de emociones. Se refieren a valores, derechos e intereses contrapuestos. Se vinculan estrechamente a la concepción de la prelación entre nueva servidumbre o la ciudadanía activa e inteligente, al predominio del privilegio sobre los derechos y deberes. De ahí que, siguiendo al viejo Bobbio, quienes hablan de la indistinción entre derecha e izquierda “no dan en absoluto la impresión de usar las palabras en balde porque se entienden muy bien entre sí”. Lo hacen a queriendas y sabiendas en una coherente identificación entre el sistema-empresa y el quehacer vicario de la política; es la exaltación del verticismo taylorista sobre la participación mediante saberes, instrumentos y la palabra colectiva. Es en suma la gran operación de relegitimación de la empresa –incluso con el uso de una sintaxis de fagocitación de los clásicos conceptos de la distinción— cuyo objetivo es seguir poniendo las bases de una nueva acumulación capitalista en esta nueva fase de la innovación y reestructuración de toda la economía global. Por eso, es lo de menos que la máxima rubalcabiana se haya dicho en puertas del proceso electoral, lo de más es la semilla que sigue poniendo.
Punto final. No me resisto a publicar lo que Santiago Carrillo ha escrito en facebook. Tiene la palabra Santiago: La enmienda Constitucional propuesta por Rodríguez Zapatero, gestionada por Rubalcaba en su formulación definitiva en el pacto con el PP, es un acto muy grave. Para empezar parece ser el pago de un precio muy caro por la adquisición hecha por el BCE de bonos de la deuda española, que en definitiva no aleja definitivamente el peligro de que España entre en la “zona de rescate” si la crisis se prolonga. Y se va a prolongar porque la política que sigue aplicándose frente a la crisis, política dictada por los mercados, agrava y convierte en crónica, la crisis económica.
El hecho de que no se lleve a la Constitución la cifra tope de endeudamiento ya no es tan importante, si como sucede, ya hay un pacto entre el PSOE y el PP, de fijarlo en una nueva ley orgánica.
No se si un parlamento próximo a su caducidad posee autoridad moral para tomar una decisión tan grave. En todo caso a la hora presente ese Parlamento no posee la debida confianza popular y solo formalmente es el depositario de la voluntad popular. Esta podría expresarse actualmente por un referéndum popular.
Pero lo más grave de esta enmienda es que pone en manos de un posible Gobierno del PP, la posibilidad de acabar con el Estado de bienestar, en nombre de “la Obediencia a la Constitución”. Bastaría con que la política fiscal de ese Gobierno sea la que siempre ha defendido el PP, para que los ingresos del Estado no permitieran sostener los gastos que el Estado de bienestar exige. Y la responsabilidad sería achacable al partido Socialista.
Esto ya sería razón suficiente para reclamar un referéndum. Sin contar los conflictos de otro tipo que pueden desarrollarse en nuestro Estado de autonomías.
Si la enmienda no se somete a un referéndum popular, la derecha está bien servida. No podía pedir más.
Bobbio dijo en su día que tras el fracaso del comunismo “su desafío permanece, y de igual modo permanece la distinción entre izquierda y derecha”. Quienes negaban dicha distinción con más énfasis eran los exponentes de la derecha en busca del proustiano tiempo perdido. Los exponentes de la izquierda putativa solían ser más comedidos, disfrazándose de noviembre para no infundir sospechas. Hasta que fue generándose un hartazgo de ambidextros que pasaron –primero de manera lábil, después tomando carrerilla y, tras ello, en un “andante con moto”— a negar las razones de la izquierda. El arsenal de las bagatelas teóricas se trasladó (ese era su objetivo) al almacén del quehacer político. Había que poner coto a la extraordinaria fuerza expresiva de la izquierda que seguía reclamando su carácter antagonista. Incluso personajes de práctica moderada como Pablo Iglesias eran sospechosos de tener las uñas excesivamente afiladas, y teóricos como Gramsci resultaban ya una interferencia para ese hartazgo de ambidextros. Rubalcaba, así las cosas, tenía esa asignatura pendiente: todavía no se le conocía un dicho contundente para incorporase a la nómina del hartazgo.
Los términos “derecha” e “izquierda” no son solamente emotivos, cargados de emociones. Se refieren a valores, derechos e intereses contrapuestos. Se vinculan estrechamente a la concepción de la prelación entre nueva servidumbre o la ciudadanía activa e inteligente, al predominio del privilegio sobre los derechos y deberes. De ahí que, siguiendo al viejo Bobbio, quienes hablan de la indistinción entre derecha e izquierda “no dan en absoluto la impresión de usar las palabras en balde porque se entienden muy bien entre sí”. Lo hacen a queriendas y sabiendas en una coherente identificación entre el sistema-empresa y el quehacer vicario de la política; es la exaltación del verticismo taylorista sobre la participación mediante saberes, instrumentos y la palabra colectiva. Es en suma la gran operación de relegitimación de la empresa –incluso con el uso de una sintaxis de fagocitación de los clásicos conceptos de la distinción— cuyo objetivo es seguir poniendo las bases de una nueva acumulación capitalista en esta nueva fase de la innovación y reestructuración de toda la economía global. Por eso, es lo de menos que la máxima rubalcabiana se haya dicho en puertas del proceso electoral, lo de más es la semilla que sigue poniendo.
Punto final. No me resisto a publicar lo que Santiago Carrillo ha escrito en facebook. Tiene la palabra Santiago: La enmienda Constitucional propuesta por Rodríguez Zapatero, gestionada por Rubalcaba en su formulación definitiva en el pacto con el PP, es un acto muy grave. Para empezar parece ser el pago de un precio muy caro por la adquisición hecha por el BCE de bonos de la deuda española, que en definitiva no aleja definitivamente el peligro de que España entre en la “zona de rescate” si la crisis se prolonga. Y se va a prolongar porque la política que sigue aplicándose frente a la crisis, política dictada por los mercados, agrava y convierte en crónica, la crisis económica.
El hecho de que no se lleve a la Constitución la cifra tope de endeudamiento ya no es tan importante, si como sucede, ya hay un pacto entre el PSOE y el PP, de fijarlo en una nueva ley orgánica.
No se si un parlamento próximo a su caducidad posee autoridad moral para tomar una decisión tan grave. En todo caso a la hora presente ese Parlamento no posee la debida confianza popular y solo formalmente es el depositario de la voluntad popular. Esta podría expresarse actualmente por un referéndum popular.
Pero lo más grave de esta enmienda es que pone en manos de un posible Gobierno del PP, la posibilidad de acabar con el Estado de bienestar, en nombre de “la Obediencia a la Constitución”. Bastaría con que la política fiscal de ese Gobierno sea la que siempre ha defendido el PP, para que los ingresos del Estado no permitieran sostener los gastos que el Estado de bienestar exige. Y la responsabilidad sería achacable al partido Socialista.
Esto ya sería razón suficiente para reclamar un referéndum. Sin contar los conflictos de otro tipo que pueden desarrollarse en nuestro Estado de autonomías.
Si la enmienda no se somete a un referéndum popular, la derecha está bien servida. No podía pedir más.
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