En cierta ocasión escribí que “yo no tengo raíces, sino piernas”. Desde ciertos sectores identitarios me pusieron como un pingo; voces conocidas y saludadas fruncieron el ceño. Me reafirmo en lo dicho: una cita que tomé prestada del maestro George Steiner sobre quien, según parece, no cayó chaparrón alguno. Repito, piernas. Y es sobre la base de tener esos artefactos anatómicos lo que me permite contar con una mirada de présbita, pero no miope (al menos todavía). Así empezaré mi intervención en un coloquio que ha organizado la
La invitación parte de Carme Valls, a quien agradezco el detalle. Y el objetivo de este ejercicio de redacción es poner por escrito unos primeros pespuntes de lo que pretendo explicar en el mencionado coloquio. Espero ponerles los pelos de punta a los organizadores, y de esa manera evitar que hagan firme la invitación. Así me evitaría hablar. En todo caso, si no la retiran iré con mucho gusto a compartir mesa y micrófono con el ilustre periodista y el afamado notario.
1.-- Como digo, se trata de unos primeros pespuntes. En días sucesivos, según me visiten las musas, iré ampliando en una segunda parte el resto de mi conversación. De momento, me interesa hablar de lo he dado en llamar las asimetrías de Catalunya. Pienso que, mientras se mantengan –al menos tal como se presentan en estos tiempos-- hay pocas posibilidades de salir de ciertas patologías culturales y políticas.
Primera asimetría: el mundo vive una gran transformación de características globales e interdependientes; mientras, sectores relevantes de la política y la sociedad catalanas siguen instalados en el solipsismo nacionalista. Esa instalación atraviesa, en menor o mayor grado, a derechas e izquierdas en una indistinta defensa y rememoración de las raíces, al margen del avance de las piernas del mundo.
Segunda asimetría: si revisitásemos el libro del profesor Ramón Trías Fargas “Introducción a la economía de Cataluña” (Alianza Editorial, 1974), caeríamos en la cuenta del espectacular cambio que se ha dado en Catalunya desde aquellos tiempos. Más todavía, si nos comparamos con el resto de lo que se ha dado en llamar –un tanto presuntuosamente, es cierto— “Cuatro motores para Europa” (Baden Wutemberg, Lombardía, Rhône-Alpes y nosotros) llegaríamos a la conclusión que casi casi estamos a la par en no pocos indicadores económicos y sociales. ¿Panglossismo? No. Échense los números. Y sin embargo...
Y sin embargo, deambula por ahí –preferentemente en círculos noctámbulos-- una especie de mirada chuchurría (mustia, quiero decir) que está en precario a la hora de observar los cambios y avances que están ahí presentes. Los cambios que se deben a las piernas de la gente en las más variadas disciplinas y quehaceres cotidianos.
Tercera asimetría: esta gente que mueve el país es cada vez más diversa y plural; frente a esa potente novedad, que viene de un tiempo a esta parte, sectores no irrelevantes de la política y de la sociedad reclaman insistentemente –a veces por activa, a veces metafóricamente para no infundir sospechas excesivas— una rotunda unicidad identitaria que sea fiel a una inventada autoctonía de los tiempos de las nieves de antaño. Se trata de un conjunto de miedos amalgamados: de miedos al otro, que es diferente; de miedos a lo nuevo, que es una incógnita; de miedos a que Catalunya, con sus pies, no sea permanentemente itinerante. Miedos, claro, de diverso signo. Pero miedos al fin y al cabo.
2.— Conversando sobre estas cuestiones con algunas amistades, me aclaran que la responsabilidad de todo ello radica en el largo mandato de Jordi Pujol. No comparto esa idea, lo que no quita que algo tenga que ver en ello. A mi juicio, la cosa podría estribar –lo digo en condicional-- en la indistinción cultural de una parte relevante de las izquierdas con las derechas nacionalistas catalanas, al menos en los aspectos identitarios. Unas izquierdas que no han primado lo suficiente la cuestión social.
Tengo para mí que mientras se mantengan tales asimetrías, Catalunya no podrá abordar con claridad sus contenciosos, de ayer y hoy, con `España´. Pero ya basta por hoy. Porque no se trata de poner encima de la mesas, y de sopetón, todas las provocaciones. Hay que dosificarlas con moderación: igual que el bicarbonato.
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