ANGEL ROZAS, JOVEN SINDICALISTA DE QUATRE VINTG AÑOS
José Luis López Bulla y Javier Tébar*
Hace unos días Angel Rozas cumplía sus primeros ochenta años. No se puede decir, pues, que sea un zagal. Pero todavía tiene la suficiente juventud para ir enseñando y dando testimonio de su antigua sabiduría. Ahí está viendo cómo viene el futuro presidiendo la Fundació Cipriano García - Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya. Estoy por decir que Angel es el sindicalista más querido y respetado de la numerosa familia de su sindicato. Hoy un grupo de viejas amistades de ayer celebramos con nuestro amigo una cena, de la que todavía el maestro –a estas alturas del día— ni siquiera está enterado. No informarle era conveniente porque, poco amigo de trajines encomiásticos, era seguro que se hubiera negado. Comoquiera que Josep Maria Rodríguez Rovira es una persona seria –e incapaz de montar ningún embrollo— se consideró que debía organizarle a Angel una mentirijilla. Así es que aparentó que iban a cenar juntos, como tienen por costumbre de vez en cuando, y nuestro hombre picó el anzuelo. Allí estábamos una veterana cofradía de alumnos de nuestro hombre. Cuando Angel vio lo que había allí reunido sonrió, puso las cejas como acentos circunflejos y debió pensar que a sus ochenta años le habían engañado como a un crío.
Rozas nació en Olula del Río (Almería) muy cerquita de Macael, el famoso pueblo que según nuestro amigo “tiene el mejor mármol del mundo, mucho más que el de Carrara”. Así debe ser. Porque sabe de qué va el paño (perdón, el mármol) al haber trabajado allí, en las canteras, cuando era niño chico. (Por cierto, andando el tiempo volvió al pueblo para recibir la alta distinción que le dedicó el Ayuntamiento, nombrándole Hijo predilecto; todavía en vida de su Carmen).
Con muy pocos años, en 1943, la familia parte para Barcelona, siguiendo ese recorrido –a golpe de la carbonilla de aquellos trenes-- en busca de mejores oportunidades. Y Ángel se va haciendo un hombretón, trabajando a todo meter. Hasta tal punto que siempre explicó que “había aprendido a leer debajo de la luz del farol de la esquina”. Entre 1947 y 1949 aparece vinculado a las Hermandades Obreras de Acción Católica. Pronto lo expulsan: no sabemos si es que el joven Rozas no se sabía el Credo de memoria o no se santiguaba convenientemente. Simplemente sabemos que le expulsaron: la Iglesia católica es una gran fábrica que, de manera taylorista, organiza una legión de ateos.
Así las cosas, nuestro Angel se mete en la CNT, que tampoco le dice nada; este hombre, por lo que se ve, es un tiquismiquis. Sus ideas van en otra dirección: encuentra el PSUC, en puertas de la gran huelga general de Barcelona (la de los tranvías) de 1.951, y con sus amigos de La Torrassa se acerca a una gran manifestación que cubre las Ramblas de Barcelona hasta llegar al Puerto. El cuadro de arriba es un testimonio fehaciente de cómo nuestro hombre le lleva la delantera a los grises. En 1.954 es ya orgánicamente miembro del PSUC. La cosa le costó un Consejo de Guerra y los correspondientes años de prisión en el Penal de Burgos. Allí iba la abnegada Carmen Giménez Tonietti, su esposa, a llevarle el paquete y los correspondientes materiales clandestinos. Carmen no pararía de llevar paquetes de comida a todas las cárceles habidas y por haber. Corre el rumor –no convenientemente documentado— de que los flanes que Carmen llevaba a la Modelo de Barcelona provocaban irascibles contiendas entre un mozuelo y el veterano sindicalista Pedro Hernández en un conflicto generacional cuyos rasgos no están suficientemente historiados.
En su día es elegido enlace sindical y vocal nacional del ramo de la Construcción. Estaba, como miles de compañeros, aprovechando los cauces legales en la forma y medida que se ha explicado en el artículo titulado “Revisitando los orígenes de Comisiones Obreras” en este mismo blog.
Angel forma parte de la generación fundadora de aquel movimiento de trabajadores, Comisiones Obreras. Una generación que tuvo dirigentes de la talla de Cipriano García, Luis Romero, Antonet Martí Bernasach, Agustí Prats, Angel Abad, Nicolás Albendíz... Perdón, es imposible citarlos a todos. No cabrían aquí. Y, como fundador de aquel movimiento, ninguno de los pasos que se dieron le pillaron al margen, ni a trasmano.
Ángel Rozas era el hombre de la síntesis, un mediador nato entre las diversas `corrientes´ que siempre existieron en Comisiones Obreras. Cedía en lo accesorio para ganar en lo fundamental del debate. Sus compañeros oponentes siempre le trataron con afecto y respeto. Uno y otro no venían sólo ni principalmente de su combatividad y ejemplo; era, en especial, de la claridad y pedagogía de sus planteamientos. Era, también, la ternura que siempre inspiró un hombre muy bajito, muy bajito de estatura física. Y de cuerpo quebradizo, que parecía que se iba a partir en un momento dado. Pero ¡cá!, aquello era una roca de padre y muy señor mío: puro mármol de Carrara; perdón, de Macael.
Los distintos avatares de la lucha antifranquista –varios juicios en el Tribunal de Orden Público pendientes— le llevaron a aceptar a regañadientes (¡el partido tuvo que cuadrarle!) su salida clandestina hacia París. Desde luego, allí era más útil que pudriéndose en la cárcel.
En la capital francesa Angel forma parte de la delegación exterior de Comisiones Obreras (DECO), --una especie de “embajada oficiosa”-- organizando la solidaridad con las luchas obreras y estudiantiles de finales de los sesenta. Y allí tejió una potente red de relaciones con los sindicatos de todo el mundo. En cierta ocasión, Cipriano García y Rozas se entrevistaron con el embajador del Vietnam del Norte a quien le entregaron cincuenta mil pesetas (de la época, claro) que habíamos recogido en los centros de trabajo de Barcelona y su cinturón industrial.
En 1977 retorna del exilio con Carmen. Ocupa un lugar destacado en la dirección de Comisiones Obreras de Catalunya en la Secretaría de Formación sindical, teniendo a su lado un jovencísimo Miquel Falguera que hoy luce nobles puñetas y altas responsabilidades.
En resumidas cuentas, Angel Rozas es la historia viva del sindicalismo confederal catalán y, en la alta parte que le corresponde, de Comisiones Obreras. Un humanista a carta cabal. Un hombre que mira el futuro con sus ojos un tanto traviesos. Un veterano que, de cuando en vez, acostumbra a hacer picardías: por ejemplo, atraviesa adrede la calle cuando el semáforo está en rojo, provocando la estupefacción de sus parciales y la ira de los conductores. Pues bien, este amigo nos recibe –sin saberlo-- esta noche. Seguro que habrá cánticos –El ejército del Ebro, Bella ciao, L’ exèrcit popular, Bandiera Rossa, La bien pagá, Corazón partío y otras— y todos, menos el homenajeado, libaremos nuestras copitas de orujo. Porque in oruxo, veritas. (Tertuliano, Operae Variae)
¡Que tiemble el barrio de Gràcia!
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*José Luis López Bulla es pastelero. Javier Tébar es molinero.