domingo, 15 de octubre de 2017

¿Qué dirá mañana Puigdemont?



Los ´argumentos´  del apostolado independentista de mayor calado han sido dos a lo largo de los últimos años. Uno, Europa nos recibirá con los brazos abiertos; dos, la independencia no tendrá costes. Cuantas veces se han repetido, otras tantas se han desmentido. Sin embargo, el desparpajo se ha ido manteniendo y, a estas alturas, es posible que alguna alma bendita siga creyéndolo.

1.-- Hace tiempo conversaba con un destacado independentista. Sostenía de manera militante que, una vez proclamada la independencia, Cataluña no tardaría ni cinco minutos en ingresar en la Unión Europea. «Lo ha dicho Romeva, que conoce el paño», afirmaba mi interlocutor con la misma fe que los santos padres de la Iglesia se citan los unos a los otros. Le objeté que antes había un paso previo: que Cataluña fuera independiente. Me miró perdonándome la vida: «Hombre de poca fe», exclamó, «eso es pan comido, las cancillerías europeas están con nosotros». Entendí que lo creía a pies juntillas. La fe es así de chocante.

Nadie con cara y ojos ha apoyado el proceso catalán. No obstante, se mantenía la mandanga. A pesar de que el divino Romeva seguía en sus trece se mantiene la mandanga. Los desmentidos de la Unión –y especialmente de quien manda realmente— se han multiplicado y reiterado. Aunque ahora se vuelve a otra martingala: si Rajoy aplica el 155 la Unión estará con nosotros. No han tomado nota de que, desde 1998, el Reino Unido ha suspendido cuatro veces la autonomía de Irlanda del Norte y nadie movió un dedo. 

2.--  La segunda mandanga: la independencia de Cataluña no tendrá costes. No lo sabemos, pero sí estamos al corriente de que la antesala a una (hipotética) independencia está costando lo suyo. De momento, el intangible de la división vertical en dos comunidades cada vez más antagónicas. Y, también de momento, la marcha de la razón social de casi seiscientas empresas y, entre ellas, algunas huídas de la sede fiscal. Las autoridades independentistas nunca creyeron –o fingieron no creer--  que eso sucedería. Incluso más, cuando empezaron los primeros movimientos de dio éxodo algunos testarudos le restaron importancia. Hoy Cataluña es altamente sospechosa de inestabilidad. Una triste fama ganada a pulso por el apostolado independentista. La política de campanario acostumbra a ser estúpidamente orgullosa. Y lo que es peor: ocurra lo que ocurra en la próxima semana esa malquerencia de los mercados a Cataluña se mantendrá. No valdrán las balandronadas de unos y las jaculatorias de otros. A eso nos ha llevado el choque entre los hunos y los hotros. Pero --¡oído, cocina--  sabemos, desde Joan Fuster, que «un fracaso no se improvisa nunca, sino que se construye».

3.--  Así las cosas, Puigdemont debe optar por la respuesta menos mala para la ciudadanía. Si opta por el enfrentamiento con el Estado perjudicará a todo el pueblo de Cataluña; si responde que no proclamó la independencia, cosa que formalmente es cierto, provocará un desaguisado mayúsculo, pero sólo en las élites del soberanismo. Que siempre tendrá el consuelo político de haber conducido una operación que ha llevado al independentismo a las cotas más altas de su historia. De ahí que Puigdemont debería leer adecuadamente lo que dejó dicho Platón hace ya muchos siglos: «el objetivo de la salud no son los médicos sino los pacientes». Es decir, el objetivo de la política no son los políticos sino la ciudadanía.

4.--  ¿Qué pasará mañana? Lo mejor es seguir el famoso consejo de don Juan de Mena, ilustre cordobés pre renacentista «Non los agüeros, los fechos sigamos». Laberinto de Fortuna.


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