Homenaje a Conxita Frasquet
De un tiempo a esta parte todo
fifiriche que se precie usa la palabra fascista a troche y moche. Vale le mismo
para un zurcido o un barrido. La dice gente con estudios o talabarteros
diplomados. Desorden conceptual, por supuesto. Mi suegra mataronesa, Conxita Frasquet, era más juiciosa. Ella y su
marido, Mingu Roig, venían de las filas del
anarco sindicalismo y sufrieron en sus carnes el exilio y el destierro.
Recuerdo que, en cierta ocasión a mediados de los setenta,
la brigadilla político-social fue a casa de mis suegros pensando que yo me
encontraba allí. Conxita abre la puerta, los reconoce y se pone a gritar
«¡tuberculosos, tuberculosos!». Y les cerró la puerta sin consideración alguna.
No hubo que lamentar víctimas. Pasaron los días y, ya enterado del sucedido, le
digo a mi suegra que qué es eso de tuberculosos,
que son fascistas. Su respuesta fue rotunda: el fascismo se quita, la
tuberculosis, no. Conxita no estaba enterada del avance de las ciencias. De ahí
el sentido de su maldición bíblica. ¿Quién era yo para llevarle la contraria?
Ahora bien, los fifiriches de
hoy en día tal vez saben la diferencia entre la tuberculosis y el fascismo.
Pero usan el fascismo venga a cuento o no. De ahí que sea útil recordar la
famosa controversia entre Palmiro Togliatti
y Maurice Thorez, dos leones del comunismo:
italiano el primero, francés el segundo. Que se desarrolló en la revista
teórica Lo
Stato operaio a principio de los años 30 del siglo pasado.
A raíz de una violenta carga
policial contra los metalúrgicos en Paris, Thorez calificó aquello de esta
manera: «C´ est le fascisme». Togliatti
le respondió sin vacilar: «No, es la lucha de clases; fascismo es lo que yo
tengo en Italia». Thorez calló tras el cogotazo de su camarada. Y Togliatti le
echó tierra al asunto para no darle cuatro cuartos al pregonero.
Primera sugerencia: gobiernen el
lenguaje. De lo uno y lo otro se pueden sacar conclusiones diferentes. En
cualquier caso, mi suegra Frasquet fue más lúcida. Ella conocía el fascismo de primera mano, no a través de un libro de baratillo. Ella lo sufrió, no se lo contaron.
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