Carles Puigdemont
no ha respondido. Su contestación parece encuadrada en una situación
normalizada. En la carta a Rajoy se limita a pedir «diálogo». Sin formular,
además, sobre qué términos, aunque se debe entender que lo hace sobre la base
de cómo conseguir la independencia de Cataluña. Comoquiera que debemos
atribuirle conocimientos suficientes sobre la situación hay que convenir que
quiere apechugar con la puesta en marcha del artículo 155 de la Constitución
Española. En definitiva, el carácter dilatorio de la respuesta se debe, en mi
opinión, a dos razones: 1) es un brindis a la galería europea –cancillerías,
medios de comunicación y opinión pública--
que simpatiza con la idea del diálogo, sea esto lo que sea; 2) ganar
tiempo para intentar convencer a la CUP de que no haga un marramiau.
En todo caso, la incertidumbre
se mantiene. Una incertidumbre que podría ser gestionada por la política, pero
no por la economía, cuyas razones son otras. Con lo que no sería de extrañar
que desgraciadamente siga la fuga de empresas. Sea como fuere todavía no está
vendido todo el pescado. Hay tiempo hasta el jueves: ya sea para seguir con el cocherito leré o para que Puigdemont
responda sin requilorios a lo que se le ha preguntado. Lo dicho: «non los
agüeros, los fechos sigamos».
Mientras tanto, Galicia, Asturias el norte de Portugal y una parte de León arden
por los cuatro costados. Cataluña sigue con su ablativo absoluto.
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