lunes, 24 de octubre de 2022

A contracorriente


 

Europa se está convirtiendo, de un tiempo a esta parte, en un conjunto de tapas variadas que no tienen nada que ver las unas con las otras y, encima, no conforman un menú coherente. Depende qué países parece un comistrajo, según otros lugares tiene la pinta de las zahúrdas de Plutón y, no se olvide tampoco, hay terrenos que dan la impresión de ser un socarral. Para decirlo con palabras santaferinas, privadas de toda malsonancia, se diría que Europa es un follaero. Follaero es, según la académica definición del maestro Juan de Dios Calero «el superlativo estado de confusión en el que están las cosas».

Europa azotada en algunos lugares por el populismo y la reaparición de movimientos fascistas, nazis y xenófobos. Inglaterra, sumida en un quilombo político, que provoca más que hilaridad una profunda y angustiosa perplejidad; Italia, a la que han vuelto aquellos que huyeron de la ´citta aperta´, protagonizando una transferencia de poderes mezclada por el blanqueo de la ceniza y el añil, que nos ha dejado estupefactos.

Todo ello en el contexto de una guerra, provocada por la invasión de Rusia a Ucrania. Un terrible conflicto del que hoy por hoy nadie sabe cómo y cuándo salir. Que está provocando –además de la destrucción, en algunos casos masiva— el aniquilamiento de regiones ucranias y el empobrecimiento muy generalizado de los sectores más modestos de Europa.  

Europa es el gráfico de una parábola descendente, que parcialmente está frenada por los mecanismos de contención de la todavía importante fuerza política y económica de Europa. Lo que no sabemos es si la capacidad de freno es igual o inferior a los efectos de corrosión. Dejo esto para los expertos en la materia, ya sean centrocampistas, falsos nueve o talabarteros diplomados.

Pues bien, en este orfelinato que es Europa hace tiempo que se está radicalizando un conflicto entre fuerzas diversas de la sociedad civil de unos países contra otros. Que están azuzados, o no, por la clase política gobernante: recuerden aquella lacerante expresión de los países pigs. Ahora, la confusión británica –un auténtico galimatías de solemnidad— ha dado pie a algo que me parece estúpidamente  desestabilizador: las portadas de The Economist, comparando gráficamente los problemas de Inglaterra con los de Italia. Brytaly. O la portada del Der Spiegel indicando que Inglaterra es una república bananera.  Cuando los grandes medios se explayan en estos comportamientos, las conclusiones son los enfrentamientos en las opiniones públicas y la consolidación del nacionalismo de barra de chigre.

A ese estado de cosas se ha llegado (el follaero) porque la política ha dejado de ser el sujeto guía del país, la argamasa de la convivencia y los mimbres de la solidaridad. El follaero es la consecuencia de la derrota del capitalismo industrial por los poderes financieros, el deslizamiento de las derechas hacia las zonas calientes de lo no ilustrado y la sistemática desatención de las diversas izquierdas, fatigadas de los éxitos de antaño y de desconocer qué nuevas paradojas arrastran tales conquistas, qué nuevas patologías sociales aparecen cuando por la puerta de los derechos se han conquistado nuevas tutelas y mecanismos de protección. No, las izquierdas no acudieron a clase cuando el profesor explicaba el famoso principio de acción y reacción.

Es cierto que, matiz arriba y matiz abajo, este modesto e incompleto recuento de problemas es real, si algún rasgo aparece excesivamente negro es porque tengo la intención de que no se deje al pairo. Más todavía, los problemas son ásperos, pero en Europa quiero creer –me cuesta lo mismo decir lo contrario— que hay mimbres para la reorientación de nuestro viejo continente. Si creyera lo contrario me dedicaría a demostrar que la serie de los números primos no es infinita.    

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