A
medida que uno se va haciendo provecto el lenguaje va dando un giro,
deslizándose la sintaxis del imperativo al condicional. Madurez o rutina, quién
sabe. O más bien, hartazgo de tanto imperativo tan rutinario como inútil. Lo
digo por la frase –rotunda donde las haya--
de Josep Borrell: «Es el momento de resistir, no podemos arrugarnos
ahora». Me suena a aires de sospecha, como si alguien de los aliados quisiera rajarse. No comparto la opinión de Borrell.
Pues
bien, ¿de qué es el momento? Lo mejor es decirlo sin rodeos: es el momento de proponer
una tregua y por quien corresponda ponerse a negociar. La posición de China es
de la mayor importancia. De un lado, acuden a la cita de Samarkanda con los
rusos; y, de otro lado, intenta mantener un equilibrio sofisticado: critica a
Occidente, pero no quiere que sus palabras y, sobre todo, sus actos perjudiquen
sus intereses. De ahí –nos dicen las corresponsalías-- el premier Xi le ha dicho a Putin que está
preocupado por lo de la guerra. Porque, en realidad, los chinos están
preocupados por estas razones: el enemigo principal debe ser superado con creces
en la economía y el enemigo secundario debe estar tan lejos que no tenga
capacidad de incordio. Son razonamientos disparatados de ese sentido común de
gran potencia. Pero –tal vez, digo que tal vez— esos diseños no acaben siendo
tan exactos pudiendo afectar a China más de lo que ella sospecha.
Es
el momento de una tregua. Debe suspenderse durante un cierto tiempo la lógica
de la guerra por el logos diplomático. Y mientras tanto, Occidente debería
saber qué pasa exactamente en sus adarves. O, lo que es lo mismo, ¿hay por
nuestra barriada alguien que quiera arrugarse?
P/S
Nos ha dejado Fausto Miguélez. Cambió el curso
de los estudios sociológicos sobre la empresa. En la foto.
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