El
estilo gótico de la arquitectura de la España de las autonomías –o sea, su
práctica política-- está llevando al
país a lo que en la Vega de Granada llamamos follaero. O sea, lío, desbarajuste. Es una palabra expresiva y tan plástica
que mi tío, don Gaspar Quevedo, cura santaferino,
aunque bilbaíno dese el primer botón de la sotana hasta el tejo, la usaba con
frecuencia. Pues bien, España se está convirtiendo en un follaero de mucha
consideración. Vamos camino del autonomiaje y no parece que haya autoridad para
achicar esa agua sucia que corre de norte a sur y de levante a poniente.
Madrid
que no es una parte de España sino España de parte coloca los impuestos que le
salen de los sobacos a doña Isabel
III de Castilla, nacida plebeyamente Díaz Ayuso. La situación es tal que la brecha entre Madrid y la
autonomía que más paga crece hasta un 21 por ciento. Se trata de una política
fiscal depredadora de otras autonomías, que se pone en marcha y se desarrolla
sin ningún freno que lo impida. No es la autonomía, es el autonomiaje. A su
vez, Andalucía suprime el impuesto de patrimonio y rebaja el IPRF en un intento
de aprender a agredir fiscalmente a otras autonomías.
Se
trata de un desorden fiscal, que favorece a los altos capitales y a la
mesocracia—cohíba al tiempo que arruina el conjunto de regiones de España. Así
pues, las desigualdades se incrementan sin que ni siquiera lleguen virutas a
las clases menos favorecidas.
Atención:
este follaero autonomista destartala la economía española, lesiona a la inmensa
mayoría de la sociedad y es el camino inverso para consolidar una arquitectura
consistente. Por lo que esta autonomía gótica no puede conducir al federalismo,
de una parte; y, de otra parte, estas prácticas de prestidigitación fiscal me
llevan a no tener entusiasmo por el federalismo. Porque entonces la cosa puede
ser peor que la casa de la Troya. Sobra
decir que este quilombo lo ha organizado la derecha, que es tan gótica como don
Rodrigo. El de Guadalete.
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