Esta mañana hemos esparcido las cenizas de la Muchacha del 78. Se me fue hace un poco más de un año, y por motivos que no hacen al caso no he podido esparcirlas antes. Ha sido en un paraje bellísimo en la montaña amiga en pleno Maresme.
Adios, Roser, una vez más. Te he leído el soneto de Quevedo
que tanto te gustaba. Lo he hecho tartamudeando y el final –eso me han
dicho-- apenas si se oía. Aunque todos
nos lo sabíamos de memoria.
Cerrar podrá mis ojos
la postrera
sombra que me llevare
el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso
lisonjera;
mas no, de esotra
parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la
agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a
tanto fuego han dado,
medulas que han
gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no
su cuidado;
polvo serán, mas polvo
enamorado.
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