miércoles, 16 de diciembre de 2020

Meditaciones desde mi ambulancia (26)


 

Joan Canadell es un empresario gasolinero, es dueño de nueve distribuidoras con sólo tres asalariados en total. Agitador conspicuo del independentismo catalán. Ingeniero industrial. En este caballero desembocan todas las corrientes atolondradas del secesionismo en sus diversas vertientes de las derechas reales y las sumergidas del siglo XX. (Menos mal que fue un siglo ´corto´).

Este Canadell ha sido elegido en las primarias como segundo de la lista de los de Waterloo, que ahora se llaman Junts. Los medios indican que literalmente ha barrido en las primarias. Exageraciones, es poco serio llamarlo así cuando el censo de votantes no llegaba a cinco mil personas. Tan menguado número de inscritos es, quizá, el resultado de la desmembración sistemática de convergentes que otrora fueron el tronco, la cabeza y las extremidades de Cataluña. Ahora todo eso se ha quedado en un juanete.

Joan Canadell es un personaje singular. Comparte con una acreditada cofradía de creyentes que toda una serie de personajes de altas campanillas fueron catalanes: Cervantes y Leonardo da Vinci, Cristóbal Colón y Teresa de Ávila. Tal como propalan licenciados en Historia generosamente financiados por los diversos Gobiernos de Cataluña. Los mismos que niegan la catalanidad a Manuel Vázquez Montalbán, Fernando Mendoza y Juan Marsé. ¿Es posible que un ingeniero industrial crea tales patrañas?  Puede ser. Lo que en realidad llevaría a la conclusión de que se puede pasar un examen de Análisis Matemático y, sin embargo, ser culturalmente un botarate. Es posible, me digo. Precisamente el número dos del Partido Popular, Teodoro García Egea, es igualmente ingeniero y sin embargo solamente destaca intelectualmente por su pericia en poner en órbita los huesos de las aceitunas, que algunos llaman güitos.

Con todo, yo estimo que Joan Canadell no participa de esos disparates, aunque los utiliza. Los usa para cubrir una serie de objetivos: a) atraerse las simpatías de quienes, de tanto repetir tales dislates han acabado creyéndolos; b) cubrir el déficit histórico de personalidades catalanas de aquellos tiempos lueñes. Sea lo uno o lo otro, o ambas cosas a la vez, es el uso taylorista de la patraña. La mentira como arma de los populismos, viejos y nuevos. Porque han visto que la mentira, como metáfora de la fe, también mueve montañas. Por lo que, alevines de Tump y Neil Farage, el fin justifica esos medios.

El problema es que, a estas alturas, tras la sistemática desagregación de los post post post convergentes, se desconoce qué objetivos persiguen, aunque es reconocible el diapasón de la patraña.

Mi compañero de ambulancia, también de Pineda de Marx, se ha despedido hoy. Ahora, tras haber pasado por el taller, deberá acudir a la sección de verificación. A mí me quedan ya sólo once viajes a can Ruti, que está en la Badalona de Manuel Moreno Mauricio.     

 

Post scriptum.--- Yo también soy un admirador de Smiley. Sólo le digo que nunca dijó algo tan macizo como «Lo primero es antes». Que lució siempre don Venancio Sacristán.

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