lunes, 28 de septiembre de 2020

Es urgente que la psiquiatría cure a Quim Torra


 

Quim Torra y las ciencias de la psiquiatría no se llevan bien. Es lo que me parece a mí. A este caballero –mitad monje, mitad seglar--  la realidad se le aparece, según le convenga,  con formas cóncavas o convexas. Un personaje pintorescamente singular que los días pares cree a pies juntillas que «som una República» y en los nones entiende que está a punto de tocar los cielos de la independencia catalana. Sin embargo, cuando su músculo duerme y la imaginación descansa, el tango --disfrazado de realidad-- le hace ver que ni lo uno ni lo otro: ni vive en la república catalana, ni está a punto de despegar rumbo al firmamento. Es lo que le ha ocurrido recientemente. Aunque no por ello nuestro hombre deja de desvariar.

Torra, entrevistado en campo propio, Vilaweb, sostiene que los «funcionarios representan un obstáculo porque personifican los límites del autogobierno y en ocasiones pueden ejercer la represión contra el secesionismo». Extravagante afirmación, que calla que, siguiendo su paralogismo, el primer límite sería él mismo como el primer representante del Estado en Cataluña. Más, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, los interventores, la policía autonómica y no sabemos si también el Club Náutico de Mollerusa, en el caso --seguramente improbable incluso para Torra-- de que esta ciudad tuviera ventanas al Mediterráneo. Decididamente, incluso cuando Torra no vive en república ni vuela hacia el cielo yerra por los cuatro costados. Las ciencias de la psiquiatría tienen serias limitaciones para ver qué le pasa a este caballero y cómo sanar sus retro nostalgias.

¡Los Mossos, ah los Mossos…! Formalmente la joya de la melancolía del independentismo. Forman –dice—parte de esos límites, pues obedecen a los jueces. Y como ejemplo afirma con sancta simplicitas  que, cuando tuvieron que reprimir a los violentos manifestantes de la Plaza Urquinaona, lo hacían en función de esos límites. Extraños calostros políticos tomó este Quim Torra en los campamentos juveniles de verano.   

Permítaseme un desahogo a través de una anécdota personal. Hace años, estando en Granada, mis amigos santaferinos y yo nos fuimos a tomar unas cañas a Los Manueles, el antiguo templo de la gastronomía de la ciudad. En la barra se encontraba el afamado dibujante Yebra. Le saludo, hablamos. Me cuenta: «Los catalanes son mis mejores clientes, gente seria, formal. No tengo ninguna queja y eso que trabajo para ellos desde hace cuarenta años». Mi respuesta fue: «Maestro, así es. La inmensísima mayoría son así. Pero, sepa usted, que han aparecido unos cuantos ciezos, que empiezan a dar por culillo».  Yebra puso los ojos en forma de arcos ojivales, calló, me dio la mano y se marchó.

(El maestro Yebra en la foto)

 

Post scriptum.--- «Los números capicúa de cuatro cifras son, todos ellos, divisibles por 11» (Es la conjetura de Juan de Dios Calero). Nada que objetar. Y, menos todavía, al postulado de don Venancio Sacristán: «Lo primero es antes».


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