Quim Torra y las
ciencias de la psiquiatría no se llevan bien. Es lo que me parece a mí. A este
caballero –mitad monje, mitad seglar-- la realidad se le aparece,
según le convenga, con formas cóncavas o convexas. Un personaje
pintorescamente singular que los días pares cree a pies juntillas que «som una
República» y en los nones entiende que está a punto de tocar los cielos de la
independencia catalana. Sin embargo, cuando su músculo duerme y la imaginación
descansa, el tango --disfrazado de realidad-- le hace ver que ni lo uno ni lo
otro: ni vive en la república catalana, ni está a punto de despegar rumbo al
firmamento. Es lo que le ha ocurrido recientemente. Aunque no por ello nuestro
hombre deja de desvariar.
Torra, entrevistado en campo propio, Vilaweb, sostiene
que los «funcionarios representan un obstáculo porque personifican los límites
del autogobierno y en ocasiones pueden ejercer la represión contra el
secesionismo». Extravagante afirmación, que calla que, siguiendo su
paralogismo, el primer límite sería él mismo como el primer
representante del Estado en Cataluña. Más, el Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña, los interventores, la policía autonómica y no sabemos si también el
Club Náutico de Mollerusa, en el caso --seguramente improbable incluso para
Torra-- de que esta ciudad tuviera ventanas al Mediterráneo. Decididamente,
incluso cuando Torra no vive en república ni vuela hacia el cielo yerra por los
cuatro costados. Las ciencias de la psiquiatría tienen serias limitaciones para
ver qué le pasa a este caballero y cómo sanar sus retro nostalgias.
¡Los Mossos, ah los Mossos…! Formalmente la joya de la melancolía del
independentismo. Forman –dice—parte de esos límites, pues obedecen a los
jueces. Y como ejemplo afirma con sancta simplicitas que,
cuando tuvieron que reprimir a los violentos manifestantes de la Plaza
Urquinaona, lo hacían en función de esos límites. Extraños calostros políticos
tomó este Quim Torra en los campamentos juveniles de verano.
Permítaseme un desahogo a través de una anécdota personal. Hace años,
estando en Granada, mis amigos santaferinos y yo nos fuimos a tomar unas cañas
a Los Manueles, el antiguo templo de la gastronomía de la ciudad. En la barra se
encontraba el afamado dibujante Yebra. Le saludo,
hablamos. Me cuenta: «Los catalanes son mis mejores clientes, gente seria,
formal. No tengo ninguna queja y eso que trabajo para ellos desde hace cuarenta
años». Mi respuesta fue: «Maestro, así es. La inmensísima mayoría son así.
Pero, sepa usted, que han aparecido unos cuantos ciezos, que empiezan a dar por
culillo». Yebra puso los ojos en forma de arcos ojivales, calló, me
dio la mano y se marchó.
(El maestro Yebra en la foto)
Post scriptum.--- «Los números capicúa de cuatro cifras son, todos ellos,
divisibles por 11» (Es la conjetura de Juan de Dios Calero). Nada que
objetar. Y, menos todavía, al postulado de don Venancio Sacristán: «Lo primero es antes».
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