En algún sitio Ralph W.
Emerson escribió que
«una institución es la sombra alargada de un hombre». No estoy en condiciones
de llevarle la contraria ni de lo contrario. Pero si tuviera razón
este intelectual norteamericano habría que convenir que esta Generalitat
–no quiero problemas con nadie, he dicho ´esta´-- ha sido hasta el
día de hoy la sombra alargada de Quim Torra –mitad
moqueta, mitad barricada--, un personaje pintoresco, fruto del
dedazo del hombre de Waterloo. El Alto Tribunal lo ha puesto de
patitas en la calle. Debo decir que se lo ganó a pulso.
Como era de esperar están lloviendo los pronunciamientos en contra desde el
independentismo, y también –todo hay que decirlo-- de la santa
hermandad de la equivocidad hemos oído lamentos en do menor; hasta Manuel Castells ha recuperado el acné
sesentayochista y olvida que es ministro y que esto no es
Nanterre.
Pero, no seremos nosotros quienes lo ocultemos, el independentismo político
ha respirado; el Tribunal Supremo les ha quitado un problema de encima. Con
esta decisión el independentismo intentará tapar la esperpéntica gestión del
caballerete. Como es previsible pondrá en marcha todo el aparato que pueda.
Estos tiempos –de cansancio ante la falta de resultados y, sobre todo, por los
efectos de la pandemia— no son los más propicios para que el independentismo
consiga el nivel de respuesta que, a su juicio y en teoría, merecería un
´ataque´ de esas dimensiones. También, porque la inminencia de las elecciones
autonómicas requerirá que el independentismo quiera poner –así lo ha manifestado-- en
primer plano su capacidad de gestión. De no hacerlo le daría cuatro cuartos al
pregonero de los neo neo neo convergentes del Partido Nacionalista Catalá.
Los llamados comités de defensa de la república ya han empezado sus
movilizaciones. Comoquiera que no atienden a razones de conveniencia política,
y son refractarios a cualquier contingencia, sus movilizaciones se
caracterizarán por la exasperación. Posiblemente renazca el ave fénix de
aquel Tsunami, el independentismo divino, siempre y
cuando el sinedrio de Waterloo conceda el placet. Y poco más. En todo esto hay
una razón que es preciso que se desvele de una vez para siempre.
Quim Torra –mitad monje, mitad seglar— desde hace tiempo se ha convertido
en un estorbo para el independentismo político. Su desgobierno y enfermizo
narcisismo, rayano en la ridiculez, empezaban a crear no pocos problemas y,
especialmente, estupor entre los sectores moderados del independentismo. Y
algo más: empezaba ya a querer romper el cordón umbilical con Waterloo. Más
todavía, intentaba disputar martirologio al de Waterloo. Un cuestionamiento
egocéntrico que le llevaba a competir en ´martirio´ con Lluis Companys. Así las cosas, Torra se creería el único presidente mártir, pata negra.
Pues Companys era sólo un federalista, amigo de España y, encima, abogado
defensor de sindicalistas.
Se ha cerrado una etapa, que ha sido estéril para Cataluña, y peor todavía
de marcha hacia la decadencia. Una etapa grotesca. Hoy ha empezado
otro itinerario.
Post scriptum.--- Heisenberg demostró que la incertidumbre se definía
así: ΔpΔx ≥ h; don Venancio Sacristán popularizó esta
certeza: «Lo primero es antes».
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