Reconozco que soy muy
susceptible. Y excesivamente pejiguera. Con los años voy perfeccionando esa
técnica tan insoportable de ser quisquilloso. Esta mañana, sin ir más lejos, he
llegado al grado más alto. Les explico.
He seguido atentamente la sesión
del Parlament de Catalunya, la primera después de las últimas elecciones.
Algunos la han bautizado como la sesión del desbloqueo. Su objetivo era allanar
el camino para la investidura del presidente. Los discursos de Sus Señorías me
han dado la impresión de que todavía seguíamos en la campaña de elecciones. Mi
mal humor se acrecienta. Y sigue el bla bla bla…
Terminan los portavoces. Nadie
--¿lo oyen ustedes?-- nadie ha hecho
mención de lo que le ocurre a más de
nueve millones de personas de carne y hueso: los pensionistas, que
nuevamente se han manifestado en la calle. Con lo que, en el colmo del
hartazgo, apago el televisor, me levanto del sillón y suelto una maldición que
espanta a mi señora.
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