Ha fracasado lo que parecía un
dogma: «Puigdemont
o Puigdemont». Ahora, la continuidad de la biografía del hombre de Bruselas
será «Puigdemont provisional». Así son las convenciones de los politicastros.
El Parlament de Catalunya en una cabriola barroca le reconoce la legitimidad, pero le niega que pueda ser
presidente. Nueva división en el bloque independentista, que sigue siendo
incapaz de reconocer públicamente el fracaso sin paliativos del procés. Un fracaso que se ha ganado a
pulso.
Pero el hombre de Bruselas
responde, vía youtube, transformando la gallina en un pavo real. Se auto
designa presidente de la república catalana, se saca de los leotardos un
sedicente consejo de la república y entiende que tiene la potestad para nombrar
a su sucesor en quien ha puesto todas sus esperanzas. La declaración de Puigdemont es la ausencia de
las reglas del decoro político y de las normas democráticas. Y transforma a su
sucesor en mera hijuela. Sólo
le ha faltado usar el Nos mayestático. Da un paso al lado y se reserva provisionalmente para lo que encarte.
El hombre de Bruselas mantiene
su condición de hooligang, un término que inmortalizó sir Arthur Conan Doyle en su novela Los seis Napoleones. Un hombre que
acumula al por mayor arrobas de egotismo: la excesiva
importancia concedida a sí mismos y a las propias experiencias vitales; en
suma, de la tendencia a hablar o escribir de modo excesivo sobre sí. Narciso.
Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la
venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente.
¿Cuál es el sentido de la ´legitimidad´ de
Puigdemont? No desamparar la intendencia que necesita. El caserón de Waterloo y
toda su crematística hay que financiarlo. Así pues, se estipula la legitimidad
para que, desde el consejo republicano se ponga en marcha un impuesto patriótico que deberían pagar
los catalanes que creen que somos una república.
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