lunes, 6 de marzo de 2017

El declive de la socialdemocracia

(Borrador para amistades)

Manuel Castells ha publicado un interesante artículo en La Vanguardia con el sugerente título ¿Renacerá la socialdemocracia?  (1) Son muchos los acuerdos que tengo con dicho trabajo. Sin embargo, no comparto su argumento principal, que el curioso lector podrá ver en la conexión que establezco a pie de página. De manera concisa, casi telegráfica, explicaré mi punto de vista sobre la acumulación de crisis que la socialdemocracia europea ha tenido hasta nuestros días. Es, en buena medida, una explicación que podría referirse al conjunto de las crisis de toda la izquierda. Lo haré en torno a dos consideraciones: los cambios que se han ido dando a lo largo del siglo XX hasta nuestros días y el quehacer político de la socialdemocracia a lo largo de todo ese tiempo.

Tengo para mí que dichos cambios no han sido leídos convenientemente: cambios tecnológicos, económicos, culturales y políticos. Algunos de ellos provocando nuevas estratificaciones en el seno del conjunto asalariado, afectando principalmente a la clase obrera industrial, otrora el filón y caladero principal de la socialdemocracia. Y también cambios en las prerrogativas que han ido acumulando aquellos sujetos que, por decirlo coloquialmente, eran los aliados naturales de la socialdemocracia, por ejemplo, los sindicatos.

Las grandes transformaciones que se han operado en el siglo XX y las conquistas democráticas (de las que la socialdemocracia es también responsable en buena medida, por ejemplo el Estado de bienestar) configuraron un nuevo tipo de sociedad. La socialdemocracia no estuvo atenta a toda esa vorágine. No vio la potente transformación del centro de trabajo, ni los cambios en la estructura de  las clases trabajadoras. Y, sobre todo, no observó las consecuencias que cada cambio –y también de cada conquista— iban provocando. Menos todavía observó el contradictorio uso social de las conquistas. Es más, ni siquiera tomó nota de que el sindicalismo iba entrando en un terreno que le hacía la competencia. Y no sólo ello. Pasado un tiempo el sindicalismo confederal fue paulatinamente desprendiéndose de su propia servidumbre voluntaria en relación a papá partido, dejándole ayuno y sin una fiel intendencia.

El viejo sindicalismo, tras la Segunda guerra mundial, fue conquistando parcelas de intervención que antes eran de exclusivo monopolio del partido político, en concreto de la socialdemocracia. Por ejemplo, la construcción itinerante del Estado de bienestar, cuyos pilares y paredes maestras fueron obra del partido. El sindicalismo fue acumulando una serie de poderes contractuales en materias de trabajo y enseñanza, sanidad y vivienda. De esa manera se fue convirtiendo en protagonista directo de las realizaciones de las políticas de welfare.

Lo anterior explicaría hasta qué punto la socialdemocracia europea ha estado desubicada de los procesos de la globalización. Lo que es realmente sorprendente porque los partidos socialistas y socialdemócratas nacieron con una potente vocación internacionalista. Global, diríamos hoy. Y, sin embargo, sus prácticas a lo largo del siglo XX fueron justamente lo contrario: un voluntario camino hacia el enclaustramiento de su acción política en el marco de los Estados nacionales. 

Por supuesto, se pueden argüir más elementos. Pero, tengo para mí que los reseñados son la madre del cordero. Las cosas que faltan son derivaciones. Simplemente segundas derivadas.  




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