A la mayoría parlamentaria de
Cataluña no le salen los números. Ni tampoco sabe cómo transformar la hojalata
del procés en el oro de la
(hipotética) independencia. Por eso aprovecha la ocasión de los juicios a sus
dirigentes y allegados en peligrosas
prácticas de alquimia política. Ahora, inspirados en la truculencia de la
reforma exprés que en su día practicaron el PSOE de Zapatero y el PP de Mariano
Rajoy, intentan cambiar el Reglamento del Parlament de Catalunya. En plena
legislatura. Eso no lo hacía ni Guruceta. Quieren oficializar una declaración
de independencia eliminando todos los requisitos del debate y utilizar lo que
se llama «lectura única», esto es, sin plazos previos, sin discusión, sin enmiendas.
La independencia a palo seco.
Enric Juliana,
nunca dado a estridencias, ha calificado esta martingala como bonapartismo. Y
ha hablado de Directorio. Así es, en
efecto. Bonapartismo puro y duro. Con un añadido por mi parte: tan estridente
superchería no es, principalmente, una reacción a la intransigencia del
gobierno español. Es un intento artificioso de reaccionar contra la cadena de
juicios que se están celebrando, en Madrid y Barcelona, contra los jerarcas
catalanes y lo que pueda salir a flote en el juicio del caso Palau (Millet y
compadres): el desvío de importantes masas de dinero hacia la vieja
Convergència. «El juicio a la gran cloaca catalana», que ha dicho Enric Fernández en El Periódico. Una situación que ha
roto parcialmente el constructo de «España nos roba». De ahí que dicha idea ha
acabado concretándose en que también
nos roban desde dentro de casa. Y sin contemplaciones.
Y algo más. Esta alquimia
parlamentaria se orienta a esta amenaza: como toquéis a uno de los nuestros se
acabó el carbón. Nadie mejor que el dicharachero de Quico Homs en explicitarlo: si me condenan se
rompe la relación con el Estado. Un pirómano fatuo donde los haya. Un bravucón
de moqueta. No obstante, hay algo más inquietante todavía: el fin de todo ello
está enfangado por unos medios de corrupción, económica y política. Por
separado y juntas entre sí. Igualico que el difunto de su agüelico.
Mientras tanto, Junqueras pone
delicadamente sus manos en los hombros de Soraya. Si fuera Adamo los pondría en
su cintura.
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