miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Tiene solución la cosa catalana?




Primer tranco

Sostiene Enric Juliana con palabra sosegada y sin levantar la voz que en el documento programático de la coalición electoral Junts pel Sí la «república catalana» aparecía en tres menciones y medio escondidas; añade, además, que la expresión «desobediencia al Tribunal Constitucional» ni siquiera aparece (La Vanguardia de hoy).  Así pues, si tan solemnes palabras escénicas (en el sentido que Giuseppe Verdi le daba a parola scenica), podemos establecer la siguiente hipótesis, basándonos en el rastreo que Juliana ha hecho de dicho programa electoral: una cierta parte del electorado de la coalición no ha votado exactamente lo que más tarde aparecía como el resultado de la voluntad de los electores en el documento conjunto de los allegados de Artur Mas y la familia de la CUP, ahora ya con formato parlamentario.  Digamos de paso que quien afirme que el periodista embarulla las cosas tiene todas las de perder. Mi conclusión es, pues, que se ha hecho a queriendas y sabiendas una interpretación torticera del programa electoral. Lo que hace que la llamada hoja de ruta del famoso procés esté plagada de truculencias a mayor gloria de la independencia.

Por otro lado, Antoni Puigverd acierta cuando –hoy en su artículo Examen en La Vanguardia--  que «el independentismo no fue determinante en la gran manifestación de rechazo a la sentencia del Tribunal Constitucional» (verano de 2010). Digamos que tampoco Puigverd, persona temperada donde las haya, jamás ha sido visto como un enredador. Sin embargo, los Partido Apostólico y sus piquetes electrónicos, también de manera torticera, prefirieron interpretar la manifestación como un volcán independentista. «A bodas me convidas», debió decirse Artur Mas, que en aquellas calendas estaba en la oposición. Mas y los suyos vieron la oportunidad de «acumular fuerzas», dice Puigverd, y aquellos (los apostólicos) tuvieron la excusa de aprovecharse de la parola scenica de la independencia. Digamos que la acumulación de fuerzas que fueron creando exitosamente los independentistas coincidió en el tiempo con un debilitamiento de los sujetos sociales, tradicionales o de nuevo estilo, que en algunos casos dieron la impresión de actuar como figurantes estéticos del procés. Más todavía, mientras se operaba dicha acumulación de fuerzas se iba produciendo la acentuación de contrastes, algunos no menores, entre organizaciones ´hermanas´, políticas y sociales, de –por decirlo de una manera plástica--  Madrid y Barcelona.  


Segundo tranco

Dicen que nada es imposible en este mundo. No obstante, veo muy difícil salir de esta situación. Si es a través de un pacto –más bien sería un apaño--  ¿con qué contenidos y qué garantías tendría de una razonable ´esperanza de vida´. Si es mediante una solución intervencionista ¿qué garantías tendría de evitar una mayor acumulación de fuerzas independentista?  Ahora bien, para que haya pacto o apaño tiene que haber fuerzas políticas dispuestas a ello, ni veo inteligencia y cintura políticas para ese menester; es claro que ahora o no existen o no quieren esa vía. Sin embargo, para la intervención sí hay fuerzas que, en mayor o menor medida, están dispuestas a ello. De todas formas, sin pacto o apaño, el asunto se enquistará, dejando el conflicto no ya latente sino en pública y aflorada ebullición.

Entiendo que estamos ante un callejón (casi) sin salida. Porque si se explora la vía del pacto o apaño, una de las salidas sería que decidiera la ciudadanía de Cataluña. Hipótesis a: que ganaran las fuerzas independentistas, ¿qué sucedería? Hipótesis b: que venzan las fuerzas contrarias: ¿cuál sería el tiempo de vigencia del convenio? Por lo demás, habría partidos que orientarían al voto diciendo que quieren la separación. Pero dentro de la izquierda ¿habría quien seguiría jugando al ratón y al gato no precisando qué orientación clara, no refugiándose en la libertad de voto, piden al electorado? Es decir, sin parola scenica.

En todo caso, lo que me parece que no admite duda es que, mientras dure este follón caballuno, los problemas sociales seguirán a la Luna de Valencia. Razón de más para urgir una solución eficaz y de largo recorrido.



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