«¿Si este
país [Cataluña] no hubiera hecho un relato en clave nacionalista cómo hubiera
resistido unos ajustes de más de 6.000 millones de euros?», se pregunta el
consejero del gobierno catalán, Santi Vila.
Antes de meternos en harina, séanme permitidas dos previas: 1) el consejero
habla como si en este país todos aceptaran el credo nacionalista; 2) nótese el
baile semántico que arrancaba –cuando
todo eran eufemismos-- hablando de
ahorros en vez de recortes, ahora (trasladado el relato en clave nacionalista al
independentismo) se habla de ajustes, aunque todavía no de recortes.
Los que
dijimos que tales recortes tenían personalidad propia acertamos de pleno. Los
recortes, en efecto, eran una expresión clara del carácter del gobierno
convergente, de su salto a las políticas neoliberales rampantes, indistintas de
las que practicaba el gobierno central. Sin embargo, necesitaban una cobertura
--«un relato nacionalista»-- para que
fueran digeridas, con una cierta resignación o con el menor conflicto social
posible. Los recortes, por así decirlo, eran una variable independiente del
relato. Pero el relato era un disfraz de los recortes.
Que los
recortes y privatizaciones tienen un recorrido propio –la variable
independiente que hemos dicho-- lo deja
meridianamente claro el consejero de Sanidad, Boi
Ruiz, que, poco dado a
requilorios-- afirma que «no imagina una sanidad basada en
presupuestos distintos de los actuales». El caballero está informando de que, en
una (hipotética) independencia de Cataluña, la sanidad será el desarrollo de lo
que está poniendo en marcha. Y, por extensión, el resto de las políticas de
welfare. Esto es, un Estado social cuyos derechos de ciudadanía social
se presentan como costes (e impuestos) no salariales del trabajo y se
contemplan como reductores de la competitividad. Aliados
tendrá en las derechas económicas españolas, aunque hoy se disfracen de
lagarterana.
Una parte considerable de la izquierda catalana ha vuelto a
repetir una serie de torpezas del pasado. Bruno
Trentin lo dejó meridianamente claro en sus
reflexiones en la La ciudad del trabajo (http://metiendobulla.blogspot.com.es/)
cuando, de manera reiterada, reflexiona sobre ¿qué es lo primero: la toma del
poder o cambiar el trabajo? La torpeza fue considerar que debía endosarse al
futuro –esto es, a la toma del poder--
la tarea de humanizar y cambiar el trabajo. Esa parte de la izquierda
torpe considera que lo primero es la independencia de Cataluña y,
posteriormente, ya veremos. De ahí que
apenas haya presentado una confrontación contra las políticas neoliberales del
gobierno convergente.
Más todavía, parece evidente el fracaso de ese sector de la
izquierda catalana, al poner en el centro de su quehacer la hipótesis de la
independencia frente a la certeza de la motosierra, situándose de manera
subalterna en un terreno que no es el suyo. Y ha dejado de lado su cometido: la
transformación de las cosas aquí y ahora.
Nota de urgencia.
Alguien de la vieja izquierda está encantado con la propuesta que se le ha
hecho: formar parte de la «lista de Artur Mas» para las llamadas elecciones
plebiscitarias. Lo sabemos de muy buena tinta.
Me pregunto: ¿será porque está conforme con lo manifestado por el
portavoz del gobierno catalán de que «españoliza el debate entre izquierda y
derecha? Dicho lo cual, sacando restos de mi tradicional cortesía le dijo:
«¡Alma de cántaro!». La santaferina gente somos así de educados.
Radio Parapanda.-- EL PRESIDENTE NO TIENE QUIEN LE CREA
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