El lema de este blog es: "Nada curo llorando y nada empeoraré si gozo de la alegría" (Arquíloco).
sábado, 29 de marzo de 2014
¿CÓMO SE ENTRA A NEGOCIAR?
En este blog Quim González en Diálogo Social:
¿foto u oportunidad? y un servidor en ¿Hacia un pacto
social? hemos dado unas opiniones de urgencia sobre el encuentro
reciente entre el Gobierno (con Rajoy al frente), las organizaciones sindicales
y las empresariales. Vaya por delante
por coincidencia con lo planteado por Quim González. Y como no se trata de
repetir las consideraciones ya expuestas en los anteriores artículos entro de
lleno en algo que me parece de gran interés.
Mi impresión es que se ha ido a las conversaciones sin una información
previa a las estructuras. Esta forma de hacer las cosas, que no viene de ahora,
no cuenta con mis simpatías. Porque lo que está en juego es el carácter
participativo del sindicato Entre paréntesis: he dicho «participativo». Lo que
me lleva a las siguientes consideraciones: ¿hasta dónde puede llegar el poder
discrecional de los grupos dirigentes en el sindicato?, ¿qué relación hay entre
participación y grupos dirigentes? No son pejiguerías, ni tiquismiquis.
Son interrogantes cuya respuesta delimitaría qué vínculo establece el
grupo dirigente con sus propios afiliados y el conjunto de los trabajadores. La
red de actos participativos, normados en los Estatutos, establecería una
aproximada distinción entre sindicato-de-los-trabajadores y sindicato-para-los-trabajadores.
O de o para.
Se podría contrarrestar mi preocupación mandándome el siguiente recado:
«Oye, no es para tanto, ese encuentro con la patronal y el gobierno era
solamente una exploración de las condiciones». Vale, pero –si fuera de esa
manera— no era necesaria esa estética. En todo caso, comoquiera que apuesto (lo
dije en el artículo que cito arriba) por acuerdos –no hace falta añadir que
valgan la pena-- sería de conveniente
recibo que la cosa se orientara en un camino participativo, digno de ese
nombre: tanto en el inicio (los contenidos de la “plataforma”) como el
resultado final. Un resultado final que debería liquidar el viejo estilo: para
decir que no se firma basta la decisión de Pedro y Pablo, siendo uno y otro los
jefes de fila de las diversas cofradías políticas en el
interior del sindicato.
No hace falta que diga que con más participación el conjunto del
sindicato es más fuerte y, como hipótesis, más eficaz. Y también los grupos dirigentes salen más
fortalecidos y con una legitimación itinerante que consolida la legitimación de
origen.
Apostilla. No leerían bien lo que digo quienes piensen que sólo me
refiero a los grupos dirigentes confederales porque hay una opinión extendida
que entiende que se puede reclamar participación a los de arriba haciendo de su
capa un sayo cada cual en su parroquia.
En resumidas cuentas, el
sindicato no es (o no debería ser) una pirámide sino lo que, en geometría, se
conoce como un poliedro estrellado.
Radio Parapanda.-- Carlos Arenas en
viernes, 28 de marzo de 2014
SOLIDARIDADES Y ESTADO SOCIAL. Javier Aristu y un servidor
Javier Aristu
Entro de manera inmediata, no con
la reflexión que necesita una cabeza
lenta como la mía, al debate sobre este asunto de la relación entre la crisis
del Estado social (estado del bienestar, estado providencia, welfare) y la necesidad de configurar un
marco nuevo de solidaridades sociales (*). José Luis López Bulla, con su
habitual sagacidad, me pilló en un
renuncio cuando usé la fatídica palabra “expropiar” (despropiar dicen por el agro andaluz con esa imaginación carente de
academicismo pero a veces certera) al hablar de la solidaridad nacional del
estado. Vamos pues a precisar, de forma sucinta y escalonada, algunas variantes
sobre este asunto.
1.
Quizá
el uso del término “expropiar” no sea adecuado, ciertamente. Lo ponía entre
comillas para identificar cómo el estado, esa máquina portentosa de acumular
fuerza y poder durante siglos, se hizo con la tarea de facilitar la vida y el
trabajo de las gentes, asunto que hasta entonces pertenecía a la responsabilidad
de cada individuo (supervivencia) o de las organizaciones sociales que se
fueron construyendo a lo largo de la historia para salvar a los individuos.
José Luis dice que eso es la
“constitucionalización” de los derechos, y me parece impecable. Con
aquel otro término, tan querido a los campesinos y jornaleros de mi tierra, se
da la impresión de que el estado secuestra, usurpa la fuerza de la solidaridad
a las gentes. Pero en cierto modo así ha
sido también; el estado se ha caracterizado por ir absorbiendo cada vez más,
desde el siglo XIX, tareas que hasta entonces o no existían o pertenecían al
ámbito del individuo y de la sociedad (¿Hablamos de la URSS ?). Todo Estado de algún
modo capta energía social para solidificarla, fijarla, encerrarla en el marco
de la coerción que él ejerce. Y eso significa que hay un doble o contradictorio
proceso: al acumular esa energía el estado nos hace en parte más seguros y más
libres porque consigue realizar los grandes objetivos de la realización humana
de mejor y más potente manera: nuestra salud, nuestra educación, nuestra
seguridad a lo largo de la vida —antes de trabajar, cuando trabajamos y después
que pasamos la edad laboral— son mejor realizadas por los servicios del estado
que por nosotros mismos. Eso es indudable. Pero a la vez, eso nos hace más
dependientes del estado, somos más objetos de la atención del estado que
sujetos autónomos que decidimos sobre nuestras vidas. En fin, el Estado liberal
del XIX es un avance extraordinario en relación con el papel del individuo; el
estado social de principios y mediados del siglo XX supone una revolución
cuando asume la necesidad de proteger, velar y cuidar del ciudadano como
trabajador y de sus circunstancias laborales.
Nunca el hombre social había sido capaz de asegurar su vida con nada que no fuera su propia inteligencia y sagacidad; a partir de la creación del seguro de vida y seguro de trabajo (Bismarck, Beveridge) el Estado garantiza la seguridad de ese ciudadano trabajador hasta el final de su vida. Sin embargo, es evidente que si algo ha generado a lo largo de ese mismo proceso es una cada vez mayor fortaleza de los instrumentos del estado (antes los llamábamos “aparatos de estado”) que ya no están destinados a proteger sino cada vez más a vigilar, perseguir, controlar y reprimir al ciudadano.
Nunca el hombre social había sido capaz de asegurar su vida con nada que no fuera su propia inteligencia y sagacidad; a partir de la creación del seguro de vida y seguro de trabajo (Bismarck, Beveridge) el Estado garantiza la seguridad de ese ciudadano trabajador hasta el final de su vida. Sin embargo, es evidente que si algo ha generado a lo largo de ese mismo proceso es una cada vez mayor fortaleza de los instrumentos del estado (antes los llamábamos “aparatos de estado”) que ya no están destinados a proteger sino cada vez más a vigilar, perseguir, controlar y reprimir al ciudadano.
2.
No creo que tengamos que tirar por la borda
las conquistas del Estado social. ¡No estoy loco! Lo que sí digo es que debemos
aprender de estos últimos treinta años para dar salida a la actual crisis de
este estado del bienestar. Pierre Rosanvallon (La nueva cuestión social, 1995) nos dice que el Estado social ha
pasado por tres tipos de crisis: una, la fiscal en los años 70 del pasado
siglo, y aumentada en estos, cuando se produce un crecimiento del gasto y una
reducción del ingreso de ese estado; otra, la ideológica, cuando ese Estado
providencia —que Ken Loach retrata tan bien en su película El espíritu del 45—, como
empresario social es incapaz de resolver bien a partir de un momento (los años
80) los problemas de la solidaridad, haciéndose cada vez más opaco, más
burocrático y más tecnocrático frente a sus propios acreedores, que son los
ciudadanos. Desde mi punto de vista, esta crisis ideológica es palpable,
terrible y fenomenal en la educación española—la experiencia andaluza en
educación es significativa— aunque ahora no me puedo detener en esta decisiva
cuestión. Finalmente, dice el pensador francés, hay en estos años de principios
de siglo, y tras los acontecimientos económicos y geopolíticos ya conocidos,
una tercera crisis de tipo filosófico caracterizada por “la desintegración de los principios organizadores de la solidaridad y
el fracaso de la concepción tradicional de los derechos sociales para ofrecer
un marco satisfactorio en el cual pensar
la situación de los excluidos”.
Es decir, y como están ya constatando gente de la que nos podemos fiar (Sennet, Bauman, Sassen, Supiot, etc.), el mundo actual es un conjunto de desagregaciones, de desarticulaciones; cada vez más gente se queda fuera de los circuitos de protección y seguridad, cada vez más millones de personas, no ya en “el tercer mundo” como antes sino precisamente en la desarrollada, integrada y organizada sociedad europea, están saliendo del sistema de seguridad, no tienen ningún tipo de protección y están “al pairo” en su discurrir vital. El capitalismo los usa y los tira, la antes sociedad solidaria (sindicato, mutua, partido, casa del pueblo, cooperativa de consumo) o no existe ya o no les da cobertura, y el estado benefactor y providencial literalmente los ha echado de sus listas (emigrantes, precarios, trabajadores en negro, mayores de edad, becarios y tantos más). Se trata de una crisis completa del sistema de solidaridad construido en el siglo XX y tenemos por tanto que levantar otro modelo que por un lado mantenga y haga prevalecer lo mejor de aquél pero por otro incorpore nuevos planteamientos y sea capaz de inventar a partir de la práctica de la lucha social. Como siempre ha sido.
Es decir, y como están ya constatando gente de la que nos podemos fiar (Sennet, Bauman, Sassen, Supiot, etc.), el mundo actual es un conjunto de desagregaciones, de desarticulaciones; cada vez más gente se queda fuera de los circuitos de protección y seguridad, cada vez más millones de personas, no ya en “el tercer mundo” como antes sino precisamente en la desarrollada, integrada y organizada sociedad europea, están saliendo del sistema de seguridad, no tienen ningún tipo de protección y están “al pairo” en su discurrir vital. El capitalismo los usa y los tira, la antes sociedad solidaria (sindicato, mutua, partido, casa del pueblo, cooperativa de consumo) o no existe ya o no les da cobertura, y el estado benefactor y providencial literalmente los ha echado de sus listas (emigrantes, precarios, trabajadores en negro, mayores de edad, becarios y tantos más). Se trata de una crisis completa del sistema de solidaridad construido en el siglo XX y tenemos por tanto que levantar otro modelo que por un lado mantenga y haga prevalecer lo mejor de aquél pero por otro incorpore nuevos planteamientos y sea capaz de inventar a partir de la práctica de la lucha social. Como siempre ha sido.
3.
Hay
que ir, por tanto, a través de dos caminos que siendo paralelos son
convergentes en su destino final. Por un lado la reforma, adaptación y mejora
del Estado y de sus poderes y servicios que, en nuestro caso, solo puede ir de
la mano de la democratización progresiva y expansiva así como de la integración
europea. Ya ningún estado nacional podrá en nuestro continente resolver por sí
solo el problema de la “solidaridad nacional”. Por otro, la creación, extensión
y desarrollo de “círculos de solidaridad” social y civil (Supiot, L’Esprit de Philadelhie, 2010) que
sustituyan, amplíen, mejoren o profundicen la labor del Estado. Esto yo lo
tengo clarísimo aunque no sepa cómo articularlo en lo concreto: hay que dejar
de ser simples “usuarios de servicios del estado” para desplegar nuestra
dimensión como “ciudadanos autónomos” que, en solidaridad con los demás,
formemos el auténtico poder de la democracia (we the people…) Como dice mi hipercitado Alain Supiot “la palabra
«pobre», en distintas lenguas africanas, no designa eso que el banco Mundial
entiende como tal (un ingreso inferior a dos dólares por día): «es pobre aquel
que tiene pocas personas», quien no puede contar con la solidaridad del otro”.
Y lo dejo aquí para que otros puedan intervenir en esta conversación.
De JLLB a Javier Aristu
Querido Javier, me siento cómodo con este
nuevo artículo que nos presentas; Paco Rodríguez de Lecea y tú mismo sabéis que
este viejo quisquilloso no lo dice por protocolo. Es más, pienso que has
elevado el tono de nuestra conversación, lo que tampoco es cortesía por mi
parte. Te agradezco que nos hayas aclarado (yo lo he reclamado vehementemente)
que tu primera observación era el interés por relacionar «la crisis del Estado
social (estado del bienestar, estado providencia, welfare) y la necesidad de configurar un marco nuevo de
solidaridades sociales». En todo caso, para hacer gala de mis condiciones de
cascarrabias, expondré algunas observaciones, en tono menor, a lo que has
escrito.
1.--
Los tres (Paco Rodríguez, tú mismo y un servidor) sabemos perfectamente
lo que Joaquín Aparicio recuerda a los desmemoriados: el Estado social no fue
un regalo. Es algo que nos ha faltado explicar suficientemente, especialmente a
las nuevas generaciones, que se ha encontrado con un importante acervo de
bienes democráticos (siempre parciales, claro está) que no cayeron del cielo
sino que fueron el resultado de importantes movilizaciones de nuestros
antepasados y de las luchas –todo hay que decirlo— de los de nuestra quinta.
2.--
Dices (después de aclarar las comillas de expropiar con la misma
elegancia que Einstein introdujo su famosa constante cosmológica) que «el estado se ha caracterizado por ir
absorbiendo cada vez más, desde el siglo XIX, tareas que hasta entonces o no
existían o pertenecían al ámbito del individuo y de la sociedad». Aquí vuelvo a
arrugar la nariz. En todo caso, todavía no hemos valorado (me refiero a
nosotros tres) el tránsito del Estado beneficiencia a los primeros andares de
un aprendiz de Estado de bienestar, que nos recuerda Aparicio en su artículo
sobre el particular (1). Más todavía, las «tareas» que iba «absorbiendo» el
Estado fueron, también y especialmente, una consecuencia de las importantes
luchas de nuestros tatarabuelos cartistas. Nuestro amigo Trentin caracterizó el
Estado social como una «conquista de civilización». Convengamos, pues, que no
se compadecen conceptos como conquista de civilización y, en este caso,
expropiación, despropiación o desposesión. Por cierto, la gran mayoría de las
leyes que se refirieron a mejoras sociales fueron dispuestas por gobiernos
conservadores británicos. En casi el mismo orden de cosas, una gran parte de la
literatura del abuelo de Tréveris plantea directamente
al Estado la exigencia de leyes sobre la jornada laboral, el trabajo
infantil, la salud e higiene en el centro de trabajo. Y hasta donde yo sé,
aprendido en primero de Marcelino Camacho, Marx no era lassalleano. Por ello me
atrevo a decir que el barbudo de Tréveris estaba planteado lo que hoy diríamos
la «constitucionalización de los derechos».
3.--
Dices, amigo Javier, (y dices bien)
«que debemos aprender de estos últimos treinta años para dar salida a la
actual crisis de este estado del bienestar». Claro que sí. Si se me permite, no
obstante, yo miraría más atrás. Habría que remontarse al difuso momento de la
colonización que hizo el fordismo de la política de izquierdas y de los
sindicatos. El libro de Trentin, La
ciudad del trabajo, nos da pistas suficientes para ello (2). Y no abundo en
ello porque tanto Paco Rodríguez como un servidor hemos escrito largo y tendido
sobre ello.
Sería necio, no obstante, ignorar ciertas
gangas del Estado social. Por ejemplo, su carácter centralista. También que la
solidaridad que practicó fue, al decir de Trentin, una «solidaridad oculta»,
que no es lo mismo que la expropiación, despropiación
o desposesión. La cosa tiene su importancia (me refiero a la solidaridad oculta)
porque, en parte, fue causa y efecto de la aparición de redes clientelares que
laceraban el Estado social. Pero, parafraseando a Richard Sennet, eso fue la
«corrosión del carácter, del Estado social. Más todavía, lo que parcialmente
provocó la crisis del Estado de bienestar.
Y sobre esta crisis quisiera meterme ahora en
un jardín escabroso. Si el movimiento sindical iba consiguiendo nuevas
conquistas sociales y no reformaba las fuentes de financiación es claro que la
crisis estaba cantada. Si la vaca no tiene un prado verde de donde comer y los
mortales (cada vez más) tienen que comer es claro que el generoso animal tenga
cada vez menos leche. La metáfora puede ser pedestre pero es, a mi entender,
suficientemente clara. O, lo que es lo mismo: si cada conquista social no va
acompañada de reformas, nuestros familiares de las izquierdas (políticos y
sociales) –y nosotros con ellos-- somos
responsables también de la crisis del Estado social. Como dice un personaje del
programa humorístico de TV3 «alguien tenía que decirlo». En definitiva, querido amigo, nuestras
críticas al neoliberalismo (global, rajoyano y de Artur Mas) y las
movilizaciones que hay en su contra –en unos sitios más que en otras latitudes
de Sefarad-- tendrían más rigor si los
que no hemos hecho crecer la hierba para la vaca-welfare hubiéramos estado por
la labor.
4.— Punto final. Se nos ha quedado en el
tintero algo de gran interés: las experiencias de nuevas solidaridades que,
aunque minoritarias, merecerían una reflexión (dentro de unos meses) por
nuestra parte. Me refiero al banco del tiempo y a la economía de trueque (yo te
hago un servicio gratuito a cambio de recibir una compensación no económica por
otra persona o por la misma a la que he hecho ese “favor”). De manera que la
difusión de este tipo de trabajo, todavía minoritarios, que nada tienen que ver
con las mercancías, abre un nuevo horizonte completamente diverso del que tiene
el mercado laboral, acercándose a las modalidades de cambio o trueque, donación.
Pienso que podríamos haber sido más fructíferos si, desde el principio, hubiésemos
caído en la cuenta de estas novedades, de estas solidaridades que, en cierta
medida, se relacionan con las dificultades del Estado social.
(*) Los documentos de referencia son:
http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/03/contra-el-estado-de-bienestar.html
(Paco Rodríguez de Lecea)
http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/03/que-estado-de-bienestar.html
(José Luis López Bulla)
http://japariciotovar.blogspot.com.es/2014/03/el-estado-social-no-fun-un-regalo.html
(Joaquín Aparicio Tovar)
(1) http://metiendobulla.blogspot.com.es/2012/07/sumario-de-los-capitulos-de-la-ciudad.html
(Bruno Trentin)
miércoles, 26 de marzo de 2014
EL ESTADO SOCIAL NO FUE UN REGALO
Joaquín
Aparicio Tovar
En
la esfera de Parapanda han parecido unas interesantes aportaciones de los
amigos Javier Aristu (1) y Paco Rodríguez de Lecea (2) que suscitan algunas
reflexiones críticas. La tesis central, con todos los riesgos de las
simplificaciones, es que la crisis de la izquierda tiene mucho que ver con que
mira al pasado, mira al Estado Social que es hijo de una sociedad industrial
que ya no existe y a la que servía. La crisis del Estado Social es también la
crisis de la izquierda. “El Estado Social, dice Aristu, hizo posible
sustituir las viejas solidaridades interindividuales (a través de la familia,
los gremios, las diversas asociaciones de todo tipo que desde la Edad Media han jalonado
la historia europea) que hicieron posible que las personas pudieran sobrevivir
en mundos hostiles […] El Estado
social “expropió” el protagonismo de la solidaridad de la gente y levantó un
inmenso edificio de servicios sociales, con fondos aportados por los
impuestos”, a lo que Rodríguez de Lecea añade: “me interesa en particular esa
idea de la expropiación, de la desposesión de la solidaridad que podían
proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos […] nos encontramos hoy a la
intemperie: huérfanos del welfare al que tanto quisimos y que tanto nos quiso,
y privados de la solidaridad paliativa generada antes por la propia sociedad y
que fue arrasada de raíz por la poderosa competencia del Estado benefactor”.
Quizá
sea conveniente distinguir entre Estado Social y Estado de Bienestar. Para
algunos, como Ignacio Sotelo y parece que los amigos con los que aquí se
discrepa, el Estado de Bienestar (aún con otro nombre) es una invención de
Weimar que tenía como objetivo la superación del capitalismo por métodos
democráticos, mientras que el Estado Social, por el contrario, lo reforzaría,
aunque dando prestaciones sociales. Pero, si miramos nuestra Constitución (y
otras de Europa occidental) lo más correcto es pensar que el Estado Social es distinto del Estado
de bienestar porque este último alude a una función del Estado y no a su
“configuración global”. Implica “un proceso democrático, más complejo […] que
el de la simple democracia política, puesto que ha de extenderse a otras
dimensiones”, como dijo García Pelayo. Este es el primer punto de discrepancia
con Aristu y Rodríguez de Lecea. El Estado Social ha de verse como lo que es,
como un proceso de profundización del principio democrático en el camino de
realización de la igualdad real. La democracia no es algo dado para siempre,
depende, como enseñó el maestro Josep Fontana, de la capacidad de lucha que se
tenga para exigir derechos sociales, que, no olvidemos, son expresión de la
igualdad real. No se puede achacar al Estado Social la crisis económica, social,
política y ética actual y la consiguiente crisis de la izquierda política. Ya
es algo que se venía gestando desde la llamada crisis del petróleo de los años
70 del pasado siglo. Las élites capitalistas entendieron que ya se había
demasiado lejos en las realizaciones del Estado Social y para ello lo primero a
eliminar fue el pleno empleo, que una vez que existió, socavaba las bases de la
autoridad en la empresa y, por ende, en la sociedad. Que los partidos
socialistas de Europa occidental, en el ambiente de la guerra fría, abandonasen
el horizonte de emancipación que las fuerzas antifascistas lograron abrir en el
pacto constituyente posterior a la segunda guerra mundial, ya es otra cosa.
Otro
punto de discrepancia es que los amigos Aristu y Rodríguez de Lecea
tienen una especie de nostalgia de una mítica solidaridad que a lo largo de la
historia hizo posible que la gente sobreviviese en mundos hostiles. Que existió
solidaridad interpersonal y, en especial, dentro de un grupo profesional
definido no cabe la menor duda, pero tampoco la cabe de que sus
resultados fueron deplorables. Las masas de menesterosos y depauperados, de
excluidos sociales, fue una lacerante realidad en Europa hasta después de
la segunda guerra mundial. Hasta el Estado Social. La solidaridad no resolvía
tan grave problema. No es que no hubiese medios, incluso arbitrados por el
Estado, en la lucha contra la miseria (poor laws, beneficencia,
asistencia social) pero las prestaciones que dispensaban estigmatizaban a
quienes las percibían y por ello el orgullo de mucha gente les hacía alejarse
de tan dudosa merced. Si el seguro social, primero, y la Seguridad Social ,
después, tuvieron éxito y prestigio entre los trabajadores fue porque proveían
sus prestaciones con el título de derecho subjetivo, y los derechos no
estigmatizan, sino que hacen entrar a la gente en la esfera de la ciudadanía.
Esto lo vio claro Lloyd George cuando en 1911 importó a Gran Bretaña el seguro
social, criticado por los socialistas fabianos, como los Webb, porque no atajaba
las causas de la pobreza, sino sus efectos. Hay que recordar que ni el
seguro social ni la
Seguridad Social , que es el núcleo del Estado Social, fueron
concesiones graciosas hechas por las clases dominantes a los trabajadores, sino
que les fueron ganadas. En el campo de aplicación de los seguros sociales de
Bismarck solo entraban los trabajadores de la industria que no superasen un
cierto nivel de rentas, es decir, los que apoyaban a los partidos
revolucionarios.
Por
último, el problema de la ciudadanía. Ser ciudadano es tener derechos y los
derechos sociales, propios del Estado Social, hacen pasar a sus titulares de
súbditos a ciudadanos. Después de la Revolución francesa,
vino la estabilización liberal, vino el termidor pero ¿se debe renegar por ello
de la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano?
2.-
Contra el Estado de Bienestar. http://lopezbulla.blogspot.com.es/
¿QUÉ ESTADO DE BIENESTAR?
Queridos
amigos Javier y Paco:
Creo que estamos en puertas de un debate
acerca del pasado y presente del Estado de bienestar que puede levantar algunas
ampollas de mucha consideración. Ruego a quienes quieran participar en esta
conversación que fijen su atención en el primer párrafo (Javier Aristu) y en el
segundo (Paco Rodríguez) y, a partir de ahí, iniciar una primera tanda de
intervenciones (1).
«El Estado social
“expropió” el protagonismo de la solidaridad de la gente y levantó un inmenso
edificio de servicios sociales, con fondos aportados por los impuestos», señala
Javier.
«Me interesa en
particular esa idea de la expropiación, de la desposesión de la solidaridad que
podían proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos. Se
puso en marcha una solidaridad mil veces más potente, desideologizada y
globalizada. Fue en ese punto del trayecto donde la izquierda abandonó a Marx
en masa para seguir a Lassalle. Ahí fue donde nos hicimos estatalistas, donde
atisbamos un atajo cómodo para acceder al socialismo de forma indolora»,
escribe Paco.
En primer lugar digamos que los
conceptos de Estado de bienestar, Estado social y welfare state pertenecen al
mismo tronco familiar. El primero lo utiliza generalmente la literatura
científica en lengua castellana, el segundo la italiana y el último los
anglosajones. El que no esté avisado ya lo está. Dicho lo cual, me dispongo a
decir la mía sobre los dos importantes pasajes de los no menos importantes
artículos de mis dos amigos Javier y Paco. Este artículo intenta reflexionar
sobre ambos párrafos tan suculentos.
Queridos amigos, yo veo las cosas
de otra manera. Aunque quiero entender que «el Estado social ´expropió´ el
protagonismo de la solidaridad de la gente …» (Aristu) no lo comparto, ni
aunque esas comillas de «expropió» tuvieran una intención metafórica. Lo que me lleva a un desencuentro
añadido con Paco Rodríguez. Entre
paréntesis, no recuerdo cuando Paco y un servidor disentimos en algo importante.
El de ahora es un desacuerdo importante, que no nos priva de echarnos
fraternalmente una botellita de verdejo entre pecho y espalda.
Entiendo que el Estado de
bienestar no fue nunca un estatuto
concedido o una cesión gratuita. El punto de referencia histórico en el que
conmúnmente nos movemos, Bismarck, con la creación de los primeros andares del
Estado de bienestar tuvo dos claves: a) las luchas del incipiente movimiento
sindical alemán y b) el intento del canciller de que los trabajadores y los
sindicatos estuvieran al margen del Partido socialista, al que Bismarck había
ilegalizado. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir de la relación entre
grandes movilizaciones y conquistas sociales. Por cierto, no tengo empacho en
admitir que además de ese proceso de presión sostenida en Europa, otro factor
añadido es que el propio desarrollo del capitalismo precisaba de unos
estándares de protección social: una «famélica legión», extenuada, era un freno
para la producción y el consumo.
Aristu y Rodríguez de Lecea
establecen una relación entre ese Estado social y el protagonismo de la
solidaridad. Paco concreta más: «desposesión de la solidaridad que podían
proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos» (el
subrayado es mío). Ahora bien, el mismo Paco nos da una pista a la que me cojo
como un clavo ardiendo: tras dicha desposesión «Se puso en marcha una
solidaridad mil veces más potente…». Lógico, la construcción de ese gran
edificio de tutelas, controles y recursos (siempre insuficiente, por supuesto)
no podía hacerse con cuatro chavos por muy solidarios y épicos que fueran. Os
pregunto, queridos amigos, ¿la enseñanza pública, la sanidad y otros bienes
democráticos se podían hacer sin contar con el Estado? Creo que no.
Recuerdo
una conversación en Roma con Fausto Bertinotti. El amigo italiano se deshacía
en elogios hacia los viejos tiempos de las Bourses du Tavail francesas donde en
las sedes de la CGT
se abrieron escuelas para alfabetizar a los obreros. «Es una pena que se haya
perdido, José Luis», me decía apesumbrado. Le hice ver a Fausto que me parecía
mucho más importante la batalla que dieron los sindicatos y las izquierdas por
la escuela pública y gratuita. Me contestó con un enigmático «Eres
incorregible, José Luis».
Yo no
entiendo que se tratara de una ´estatalización´ del Estado de bienestar, ni que
ello tuviera que ver con abandonar a Marx y seguir, en este caso, a Lassalle.
Porque no se trata de estatalización sino de constitucionalización.
Gradualmente esos bienes democráticos entraron por la puerta grande de las
constituciones europeas como han manifestado en reiteradas ocasiones dos sabios
de nuestros días, Umberto Romagnoli y Joaquín Aparicio. Por otra parte, como he dicho antes, la
política estatalista de Lassalle tiene más que ver con la total
desconsideración de éste con los sujetos y movimientos sociales (siempre
subalternos, según él, de los partidos, cuya función es –dicho
esquemáticamente-- hacer la política ´de
Estado´ como única forma de intervención. Y, también, de partidos políticos para los ciudadanos y no de los ciudadanos.
Cuestión
diferente es, no obstante, que dichos bienes democráticos fueran gobernados y
gestionados (porque sus controles democráticos eran débiles) unilateral y
discrecionalmente por los gobiernos de turno.
En
todo caso, esta conversación –si les parece bien a mis amigos Javier y Paco,
con el ruego añadido de que Joaquín Aparicio se tire al ruedo-- podría añadir otras consideraciones: a) ¿cómo
defender el Estado de bienestar, pasando de la lucha actual (de resistencia) a
una fase de alternativa?; b) ¿de qué manera se puede reconstruir un welfare que
no sea de resarcimientos; c) ¿qué papel juega la solidaridad en este
archipiélago de situaciones?
(1)
Las referencias están en
http://encampoabierto.wordpress.com/2014/03/21/nuevas-solidaridades/
(Javier Aristu) y http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/03/contra-el-estado-de-bienestar.html
(Paco Rodríguez de Lecea)
martes, 25 de marzo de 2014
CONTRA EL ESTADO DE BIENESTAR
Paco Rodríguez de Lecea
Un texto reciente de Javier Aristu en el blog hermano En Campo Abierto (1) viene a poner de
relieve un problema crucial para la izquierda en nuestro país, y no sólo en
nuestro país: un problema, además, que tiende a agravarse de día en día, y que
el tiempo por sí solo no va a remediar. Se trata de la “dislexia” (elijo un
término metafórico y suave; puede decirse de forma más directa y brutal)
existente entre el universo de los movimientos sociales y el de la política
institucional. Viene a suceder (otra metáfora) como si hubiera desaparecido un
engranaje esencial en el mecanismo de transmisión de los impulsos de una esfera
a la otra. La protesta social está alcanzando niveles muy altos de masividad, de
confluencia y de madurez, como ha demostrado la jornada del pasado día 22 con
la ocupación del centro de Madrid por las columnas de la Marcha por la Dignidad ; pero esa
protesta resbala en las instituciones y no acaba de generar un movimiento
político correspondiente de alguna envergadura. En el parlamento se comenta lo
que ocurre en la calle, pero ese comentario no genera una actividad concreta de
oposición; seguramente porque nuestras cortes generales trabajan en el vacío. A
la inversa, lo que suceda en las Cortes a la calle le trae al pairo.
En apariencia la normalidad democrática es total; el voto
ciudadano conforma mayorías y minorías en el quehacer político, y las centrales
sindicales mayoritarias revalidan con regularidad su representatividad en los
centros de trabajo y en la negociación de acuerdos de orden general. Sin
embargo, en la calle se vive una historia paralela. La oleada creciente de
protestas alcanza y salpica por igual a izquierdas y derechas, a partidos y
sindicatos, todos revueltos en una enmienda radical a la totalidad del sistema.
Javier recuerda en relación con esta crisis lo ocurrido en
1898, cuando algunas cabezas preclaras suspiraban por la aparición de un
“cirujano de hierro” que sajara de un tajo valiente la pústula corrompida de
nuestras miserias políticas. Y el tal cirujano, en efecto, apareció. Primero
con el nombre de Primo de Rivera, luego de forma más prolongada con el de
Franco. La historia ha mostrado lo que dan de sí los cirujanos de hierro. La
política puede no servir para nada en momentos críticos de bloqueo social; la
antipolítica sí que sirve entonces, pero siempre al poder, a la derecha.
Por eso a Mariano Rajoy no le preocupan las
manifestaciones de protesta: para él es una cuestión que se arregla con fuerzas
antidisturbios, multas administrativas y condenas judiciales. Es la izquierda
la que tiene un problema.
La política de la derecha circula de arriba abajo, es
verticista y autoritaria. Para la derecha el partido político es sólo una
plataforma que vehicula sus intereses en forma de consignas y de promesas
(vacías) al electorado. La sociedad es percibida desde este punto de vista como
un entramado de intereses, y el partido como una superestructura sin una
incidencia real en la sociedad que lo sustenta. El partido ejerce de correa de
transmisión de los intereses reales de la derecha; o, dicho de forma más
gráfica, de celestino de sus amores ilícitos.
En cambio la política de la izquierda debe circular de
abajo arriba, en un contexto en el que el partido político se postula como un
mediador necesario ante el poder estatal de los intereses y las
reivindicaciones de las clases asalariadas y de los sectores menos favorecidos
de la sociedad. La aspiración de la izquierda es el cambio. No existe izquierda
sin un modelo de sociedad implícito o explícito diferente del existente.
Una hipótesis de explicación del actual impasse en que se
encuentra la izquierda es la siguiente (la expongo con todas las cautelas
necesarias, el lector debe entender que generalizo y simplifico de forma
abusiva, porque busco aislar e identificar algo que existe sólo
tendencialmente): en lugar de mirar adelante, la izquierda mira hoy hacia
atrás. El ideal de cambio que propone ya existió antes, es la sociedad
industrial avanzada, compacta, con un desempleo reducido y una cobertura social
prácticamente universal y completa, de la época de las grandes políticas del
welfare. La izquierda se mueve todavía en el paradigma del fordismo-taylorismo,
cuando ese sistema productivo está ya obsoleto, desaparecido para no volver.
En el subconsciente de la izquierda es posible rastrear la
fijación tenaz del estado del bienestar. Y en este punto es particularmente
luminosa la sugerencia de Javier Aristu, sostenida en un análisis de Alain
Soupiot.
Regresemos a épocas pasadas, cuando aún no teníamos la
televisión. Ya sé que no nos es posible hacerlo con la memoria (¡somos tan
jóvenes!), pero no faltan documentos sobre la época. La cohesión social y el
adoctrinamiento ideológico tenían lugar entonces, en un pueblo o ciudad de
provincia, a través de los sermones del cura párroco por un lado (¡cuánto poder
llegó a tener el párroco en la formación de las conciencias! Basta releer “La Regenta ” o las historias
de Don Camilo), y por otro de las conferencias del ateneo libertario, o de la
circulación abierta o clandestina de la prensa de este o aquel partido. No
existía un adoctrinamiento uniforme para todos a partir del procedimiento de
enchufar el chisme. Y la solidaridad se vehiculaba también de forma diferente para
unos u otros a través de las mismas entidades citadas, con el ropero parroquial
o la sopa boba del convento para los menesterosos “de bien”, y con el “socorro
rojo” para las familias de los presos, los fugitivos y los represaliados.
«El Estado social “expropió” el protagonismo de la
solidaridad de la gente y levantó un inmenso edificio de servicios sociales,
con fondos aportados por los impuestos», señala Javier. Me interesa en
particular esa idea de la expropiación, de la desposesión de la solidaridad que
podían proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos. Se
puso en marcha una solidaridad mil veces más potente, desideologizada y
globalizada. Fue en ese punto del trayecto donde la izquierda abandonó a Marx
en masa para seguir a Lassalle. Ahí fue donde nos hicimos estatalistas, donde
atisbamos un atajo cómodo para acceder al socialismo de forma indolora.
Pero Soupiot y Aristu continúan: «Ese Estado social,
construido en Europa a partir de los años 30 del pasado siglo, es un hijo de la
sociedad industrial. Ha crecido para servirla y ha heredado de ella rasgos que
le incapacitan hoy severamente.» Y así, nos encontramos hoy a la intemperie:
huérfanos del welfare al que tanto quisimos y que tanto nos quiso, y privados
de la solidaridad paliativa generada antes por la propia sociedad y que fue
arrasada de raíz por la poderosa competencia del Estado benefactor.
Esa orfandad genera un resentimiento social tanto más
agudo por la forma drástica como se han cercenado las enormes expectativas
generadas. Y ahí puede estar una razón (una de las razones) por la que también
la izquierda se ve situada en el punto de mira de las iras de los movimientos
sociales. Se impone un cambio de actitud por parte de la izquierda “instalada”.
Se impone un nuevo gran pacto de ciudadanía, una nueva expectativa, un nuevo
modelo de sociedad futura capaz de generar nuevas solidaridades e ilusiones
también nuevas en el territorio de la izquierda.
jueves, 20 de marzo de 2014
¿HACIA UN PACTO SOCIAL?
El Presidente
del Gobierno ha llamado a las organizaciones sindicales y patronales a explorar
las posibilidades de un pacto social. Hemos visto la foto de ese primer
encuentro que es un tanto especial. Se trata de un cuidado escenario (austero y
funcional) que nos indica que todos están por la labor.
Primera
aproximación al asunto: el Gobierno ha convocado cuando le ha interesado; no lo
hizo cuando los sindicatos al inicio de la crisis alertaron del peligro de no
acordar instrumentos y políticas anti crisis. Y la crisis desbordó todas las
previsiones. El Gobierno plantea ahora ese pacto cuando estamos en puertas de
las elecciones europeas y, según afirman personas aproximadamente bien
informadas, no corren buenos tiempos para la lírica del Partido popular. Es más,
plantea ese pacto cuando ha destartalado mástiles significativos del Estado de
bienestar. Por lo demás, dicha convocatoria es consciente de que, antes de los
comicios europeos, no habrá acuerdo, pero el guiño sutil es el carácter
centrista del Gobierno.
Nunca dí
por buenos los argumentos de que negociar era un «balón de oxígeno» para los
gobiernos. Ahora tampoco. Los sindicatos deben negociar en función de los
intereses materiales de sus representados, al margen de las contingencias políticas.
Lo que es exigible es que la decisión de negociar y los contenidos de la misma sean
el resultado de una discusión capilar del sujeto social tanto en su interior
como con las personas a quien representa.
Ahora bien,
los interrogantes que se me aparecen son los siguientes: ¿se van a repetir los
planteamientos de las viejas políticas de concertación, que nada tenían que ver
con los gigantescos cambios de los aparatos productivos, con las profundas mutaciones
de la economía? ¿qué decir de todo ese cúmulo de derechos que han sido
apisonados? ¿qué relación se va a establecer entre los representantes y los
representados? ¿qué capacidad real de plena independencia y autonomía tiene el
sujeto social para meterse en esa harina, que no es precisamente candeal?
viernes, 14 de marzo de 2014
NACIONALISMOS VERSUS INTERNACIONALISMO
(Borrador
para amigos)
Blanes,
15 de Marzo de 2014
De hecho mi intervención es un homenaje a mis
lejanos tatarabuelos que hace un siglo y medio fundaron en Londres la Asociación Internacional
de Trabajadores, llamada coloquialmente la Primera Internacional ,
liderada por Marx, Engels y Bakunin. Pero es, a la vez y sobre todo, una
invitación a repensar las cuestiones del internacionalismo a la luz de los
problemas de nuestro tiempo. Que, en mi opinión, son dos: 1) la gran
transformación de los aparatos productivos y de servicios, de toda la economía,
en la actual fase de la globalización de la economía, que ya no tiene retorno;
y 2) la reaparición e, incluso, la exacerbación fisiológica de los
nacionalismos. Sin ningún tipo de protocolo afirmo: cada vez estoy más convencido que la crisis
de la izquierda guarda una estrecha relación con ambas cuestiones. Y en el
fondo de ambas la gran crisis económica que es, a la vez, social y, en nuestro
país, política y moral.
Primer tranco
Lo más sorprendente es que, en esta coyuntura que
viene desde 2008, se ha agravado en España la crisis de la izquierda
política. De un lado, no interpretando
los grandes procesos de reestructuración de la economía (y actuando frente a
ellos) y, de otro lado, una parte de la izquierda la vemos desempolvando los
viejos manuales del nacionalismo. Todavía es la hora que un servidor sepa
exactamente qué dice, qué plantea la izquierda política frente a unos procesos
agresivos –diré sólo unos cuantos ejemplos actuales-- como los que se están produciendo en el
sector de las industrias alimentarias. Pongamos por caso que hablo de Findus,
Pescanova, Puleva, Unilever y los más recientes de Panrico y Coca Cola, cuyos trabajadores
siguen en lucha. Que, como se sabe, todas ellas son trasnacionales.
Lo
chocante, además, es que esa expresión de los procesos de globalización se está
produciendo en unos momentos históricos de exacerbación de los nacionalismos.
Más adelante hablaremos de lo específicamente catalán. Pero, de momento,
podemos sacar una triste conclusión: el neoliberalismo, una ideología global,
arrasa por doquier, amparado además por gobiernos neoliberales que se disfrazan
de nacionalistas o gobiernos nacionalistas que, en sustancia, son neoliberales.
También más adelante hablaremos de ello.
Conocemos
en nuestras carnes las consecuencias de esas políticas: un ejército de reserva
de millones de parados, a la mayoría de los cuales se les han privado de
mecanismos de protección; el elevadísimo índice de impagos de las hipotecas
que, en los dos últimos años, se ha incrementado en un 42 por ciento; la
desarboladura de importantes tutelas y protecciones en los terrenos de la
sanidad y la enseñanza, la vivienda, las pensiones y el derecho a una justicia gratuita,
trasladando gran parte de sus competencias a los negocios privados; el
endurecimiento de las políticas mal llamadas de orden público; la ampliación de
la pobreza y la ampliación de la distancia entre ricos y pobres; la
desnaturalización del sistema democrático a través de políticas autoritarias (eliminando
derechos a mansalva) y el retorno a toda una serie de valores de tiempos que
creíamos superados mediante una alianza entre la economía, la política y los altos funcionarios de la Iglesia , avalado todo ello
por la ocupación del partido gobernante en los aparatos más sensibles del
Estado.
Frente a
ello, la izquierda mayoritaria está perpleja. Y se auto reduce a intervenir, a
salto de mata, sólo en las instituciones con una visión exclusivamente aldeana,
de campanario.
Sin
embargo, el vacío que deja esa izquierda política lo está cubriendo una amplia
y diversa izquierda social. Son los sindicatos y los movimientos (a veces sin
la necesaria buena amistad) quienes están dando la cara frente al gigantesco
proceso de demolición que provoca el neoliberalismo. Se trata de una batalla
sostenida desde el mismo inicio de la crisis, con huelgas generales y
sectoriales, con potentes manifestaciones de masas que, incluso en este
contexto tan agresivo, han conseguido frenar grandes estropicios. Ahí están los
siguientes casos, que también deben formar parte de nuestro análisis: la gran
huelga de la limpieza de Madrid, la defensa de la sanidad madrileña y el ya
legendario barrio de Gamonal de Burgos. Ahora bien, sin pelos en la lengua diré
lo siguiente: estas batallas victoriosas se han producido donde la sociedad
civil y sus organizaciones no están contaminadas por la adormidera del
nacionalismo. Por eso, a nosotros –aquí mismo--
nos cuesta tanto poner ejemplos tan llamativos como los anteriores. Mientras
no saquemos las convenientes conclusiones y enseñanzas más áspero será nuestro
calvario.
Segundo
tranco
La crisis
económica en su versión española ha exacerbado las relaciones entre Catalunya
y, digámoslo así, el resto de España. Un enfrentamiento que se azuza de mayor a
menor por el gobierno del Partido popular y el Govern de Catalunya. Sin
embargo, deberíamos ahondar más en el asunto. Más allá de la parte más visible
de ese conflicto, no podemos dejar de lado la plena coincidencia de ambos
gobiernos en los terrenos de la economía y las políticas sociales.
Hace años,
cuando CiU estaba en la oposición, Artur Mas dio un giro –mejor dicho, hizo
público lo que estaba latente en su interior--
en una conferencia que dio en la famosa London School of Economics. Allí
explicó las virtudes del neoliberalismo rampante. Avisé a mis amistades de
aquel cambio de metabolismo del grupo dirigente de Convergència. A pesar de que
el texto de la conferencia era claro, mis amistades consideraron que un
servidor empezaba a chochear. Alerté, además, de que Artur Mas estaba buscando
la complicidad de los poderes fácticos de la economía para, por así decirlo,
darle ´respetabilidad´ a su nacionalismo tradicional. Sólo y solamente cuando
volvieron al gobierno, tras la derrota del tripartito, empezaron a verse con
claridad hacia dónde apuntaban los tiros. Porque no sólo se trataba de la
puesta en marcha de políticas neoliberales (especialmente en sanidad), por
supuesto, a cargo de personalidades de esa ideología sino del tipo de
argumentos ideológicos que acompañaban tales políticas, saber, la primacía de
los negocios sobre lo público, de un lado, y, de otro, el traslado de los
enormes recursos financieros del Estado de bienestar al mundo del poder
privado. El cambio de metabolismo era, chispa más o menos, como el de la rosa
de Alejandría: neoliberales de noche y nacionalistas de día.
Lo que me
parece destacable es lo siguiente: los diversos nacionalismos españoles aplican
las prácticas neoliberales mientras las izquierdas parecen obligadas a disputar
el terreno en términos nacionales o nacionalistas. Es claro que esa asimetría
entre economía global e izquierda nacionalista (o contagiada por el nacionalismo)
incapacita a esta para ejercer su acción de manera eficaz. Un ejemplo: a
finales del año pasado, el patrimonio bajo gestión de los fondos de inversión
en todo el mundo se situó en 22,1 billones de euros y el de los fondos de
pensiones en 18,1 billones; entre ambos manejan el 75,5 por ciento del PIB
mundial. Es la financiarización que ha
cambiado la composición orgánica global del capital.
Así las
cosas, o salimos de este atolladero o la izquierda política se irá debilitando,
todavía más, en su conjunto.
Tercer
tranco
He dejado
conscientemente que la gran cuestión del federalismo sea abordada por los
profesores Duarte y Coll. Es sensato dejar tan importantes cuestiones a los que
verdaderamente conocen el paño. No obstante, me permito plantear algunas cosas.
En primer lugar, mi apuesta es por un federalismo pluralista que haga viable un
federalismo social fundado en el protagonismo de la sociedad y, especialmente,
en la centralidad el trabajo. Porque el federalismo no es sólo una vía para la
mejor articulación territorial del Estado sino el camino más fructífero para
una democracia expansiva.
Entiendo
que nos encontramos no sólo ante una democracia envejecida ante las grandes
transformaciones de época sino ante una democracia demediada que cada vez más
se inscribe en el autoritarismo de matriz bonapartista. Todo
ello en el contexto de la
corrupción más vergonzosa jamás conocida en el periodo democrático.
Y, de otro
lado, ante un conflicto territorial de gran envergadura, que puede llevar al
distanciamiento o enfrentamiento, incluso entre los trabajadores de distintas
comunidades del Estado español, a pesar de que todos somos agredidos por las
políticas indiferenciadas de los gobiernos del PP y de CiU. Dicho sobriamente: entiendo que el Estado de
las autonomías está muy averiado. Una avería de tal magnitud que ya no lo
resuelve una o varias manos de pintura. Volver al viejo estado centralista
agravaría mucho más la situación. De
manera que no veo otra salida que el Estado federal. No me vale el argumento de
que se llega tarde o que parece que somos pocos los federalistas. Estas dos
observaciones también podrían haberse hecho en su día a nuestros tatarabuelos
que hace siglo y medio fundaron la Primera Internacional.
Vale.
Radio Parapanda. EL MAL EJEMPLO
ESPAÑOL (Antonio Baylos)
jueves, 6 de marzo de 2014
¿SÓLO DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER? Un poco de formalidad
«Ponerle nombre a un gato es harto complicado,
desde luego no es un juego para los muy simplones».
desde luego no es un juego para los muy simplones».
Como muy bien sabe el lector, ese es el incípit de un
famoso poema de T.S. Eliot. Dar el nombre apropiado es algo muy importante. Si
convenimos en ello, cabe suponer que poner un nombre «a la cosa» debería ser la
conclusión de un proceso de averiguación del vínculo entre el significante y el
significado. Es tan importante la idoneidad del nombre que, precisamente por
ello, la política instalada recurre a metalenguajes para destrozar o mistificar
la relación de viejos términos porque la potencia hacia dónde apuntaban es
ahora inadmisible para los adversarios de las, según Mariano Rajoy, «ideologías
trasnochadas» (1).
Por ejemplo –y este es el motivo de este ejercicio de
redacción-- fue importante en su día que
el 8 de Marzo fuera declarado Día Internacional de la Mujer trabajadora (sic). La
propuesta partió de Clara Zetkin. Y alcanzó mayor relevancia tras el incendio
en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York en marzo de 1911 que costó la vida de 146 mujeres y
ocasionó 71 heridas. «Día internacional de la Mujer trabajadora» fue el nombre que
tradicionalmente usó la izquierda. Pero no se sabe muy bien por qué a partir de
un cierto momento se empezó a amputar lo de “trabajadora”. No sé el motivo,
pero puedo tener sospechas que, como tales, son solamente las sospechas de un
sindicalista ochentón. En todo caso, aclaro: no es un problema de ortodoxia,
sino de ortopraxis.
Pero lo que más me irrita es que, incluso en algunos manifiestos,
carteles y murales del sindicalismo, se haya eliminado lo de “trabajadora”. Antes
lo hizo la izquierda homeopática. No es irrelevante saber los motivos de esa
amputación. ¿Desconocimiento de la historia? ¿Contagio de lo que viene de
fuera? Vaya usted a saber, desde que escribir sobre el particular, Metiendo bulla: DÍA INTERNACIONAL ¿DE QUÉ?,
no he conseguido despejar esta incógnita.
Apostilla. Soy del parecer que la búsqueda de alianzas se hace desde las
señas de identidad propias, no desde su amputación, aunque cabe la posibilidad
de que un servidor esté chocheando.
Radio Parapanda. Imprescindible este reportaje: http://www.rtve.es/alacarta/videos/docufilia/docufilia-deportados-1969/2073648/ Estado de excepción 1969: Eduardo Saborido y sus compañeros.