(Borrador
para amigos)
Blanes,
15 de Marzo de 2014
De hecho mi intervención es un homenaje a mis
lejanos tatarabuelos que hace un siglo y medio fundaron en Londres la Asociación Internacional
de Trabajadores, llamada coloquialmente la Primera Internacional ,
liderada por Marx, Engels y Bakunin. Pero es, a la vez y sobre todo, una
invitación a repensar las cuestiones del internacionalismo a la luz de los
problemas de nuestro tiempo. Que, en mi opinión, son dos: 1) la gran
transformación de los aparatos productivos y de servicios, de toda la economía,
en la actual fase de la globalización de la economía, que ya no tiene retorno;
y 2) la reaparición e, incluso, la exacerbación fisiológica de los
nacionalismos. Sin ningún tipo de protocolo afirmo: cada vez estoy más convencido que la crisis
de la izquierda guarda una estrecha relación con ambas cuestiones. Y en el
fondo de ambas la gran crisis económica que es, a la vez, social y, en nuestro
país, política y moral.
Primer tranco
Lo más sorprendente es que, en esta coyuntura que
viene desde 2008, se ha agravado en España la crisis de la izquierda
política. De un lado, no interpretando
los grandes procesos de reestructuración de la economía (y actuando frente a
ellos) y, de otro lado, una parte de la izquierda la vemos desempolvando los
viejos manuales del nacionalismo. Todavía es la hora que un servidor sepa
exactamente qué dice, qué plantea la izquierda política frente a unos procesos
agresivos –diré sólo unos cuantos ejemplos actuales-- como los que se están produciendo en el
sector de las industrias alimentarias. Pongamos por caso que hablo de Findus,
Pescanova, Puleva, Unilever y los más recientes de Panrico y Coca Cola, cuyos trabajadores
siguen en lucha. Que, como se sabe, todas ellas son trasnacionales.
Lo
chocante, además, es que esa expresión de los procesos de globalización se está
produciendo en unos momentos históricos de exacerbación de los nacionalismos.
Más adelante hablaremos de lo específicamente catalán. Pero, de momento,
podemos sacar una triste conclusión: el neoliberalismo, una ideología global,
arrasa por doquier, amparado además por gobiernos neoliberales que se disfrazan
de nacionalistas o gobiernos nacionalistas que, en sustancia, son neoliberales.
También más adelante hablaremos de ello.
Conocemos
en nuestras carnes las consecuencias de esas políticas: un ejército de reserva
de millones de parados, a la mayoría de los cuales se les han privado de
mecanismos de protección; el elevadísimo índice de impagos de las hipotecas
que, en los dos últimos años, se ha incrementado en un 42 por ciento; la
desarboladura de importantes tutelas y protecciones en los terrenos de la
sanidad y la enseñanza, la vivienda, las pensiones y el derecho a una justicia gratuita,
trasladando gran parte de sus competencias a los negocios privados; el
endurecimiento de las políticas mal llamadas de orden público; la ampliación de
la pobreza y la ampliación de la distancia entre ricos y pobres; la
desnaturalización del sistema democrático a través de políticas autoritarias (eliminando
derechos a mansalva) y el retorno a toda una serie de valores de tiempos que
creíamos superados mediante una alianza entre la economía, la política y los altos funcionarios de la Iglesia , avalado todo ello
por la ocupación del partido gobernante en los aparatos más sensibles del
Estado.
Frente a
ello, la izquierda mayoritaria está perpleja. Y se auto reduce a intervenir, a
salto de mata, sólo en las instituciones con una visión exclusivamente aldeana,
de campanario.
Sin
embargo, el vacío que deja esa izquierda política lo está cubriendo una amplia
y diversa izquierda social. Son los sindicatos y los movimientos (a veces sin
la necesaria buena amistad) quienes están dando la cara frente al gigantesco
proceso de demolición que provoca el neoliberalismo. Se trata de una batalla
sostenida desde el mismo inicio de la crisis, con huelgas generales y
sectoriales, con potentes manifestaciones de masas que, incluso en este
contexto tan agresivo, han conseguido frenar grandes estropicios. Ahí están los
siguientes casos, que también deben formar parte de nuestro análisis: la gran
huelga de la limpieza de Madrid, la defensa de la sanidad madrileña y el ya
legendario barrio de Gamonal de Burgos. Ahora bien, sin pelos en la lengua diré
lo siguiente: estas batallas victoriosas se han producido donde la sociedad
civil y sus organizaciones no están contaminadas por la adormidera del
nacionalismo. Por eso, a nosotros –aquí mismo--
nos cuesta tanto poner ejemplos tan llamativos como los anteriores. Mientras
no saquemos las convenientes conclusiones y enseñanzas más áspero será nuestro
calvario.
Segundo
tranco
La crisis
económica en su versión española ha exacerbado las relaciones entre Catalunya
y, digámoslo así, el resto de España. Un enfrentamiento que se azuza de mayor a
menor por el gobierno del Partido popular y el Govern de Catalunya. Sin
embargo, deberíamos ahondar más en el asunto. Más allá de la parte más visible
de ese conflicto, no podemos dejar de lado la plena coincidencia de ambos
gobiernos en los terrenos de la economía y las políticas sociales.
Hace años,
cuando CiU estaba en la oposición, Artur Mas dio un giro –mejor dicho, hizo
público lo que estaba latente en su interior--
en una conferencia que dio en la famosa London School of Economics. Allí
explicó las virtudes del neoliberalismo rampante. Avisé a mis amistades de
aquel cambio de metabolismo del grupo dirigente de Convergència. A pesar de que
el texto de la conferencia era claro, mis amistades consideraron que un
servidor empezaba a chochear. Alerté, además, de que Artur Mas estaba buscando
la complicidad de los poderes fácticos de la economía para, por así decirlo,
darle ´respetabilidad´ a su nacionalismo tradicional. Sólo y solamente cuando
volvieron al gobierno, tras la derrota del tripartito, empezaron a verse con
claridad hacia dónde apuntaban los tiros. Porque no sólo se trataba de la
puesta en marcha de políticas neoliberales (especialmente en sanidad), por
supuesto, a cargo de personalidades de esa ideología sino del tipo de
argumentos ideológicos que acompañaban tales políticas, saber, la primacía de
los negocios sobre lo público, de un lado, y, de otro, el traslado de los
enormes recursos financieros del Estado de bienestar al mundo del poder
privado. El cambio de metabolismo era, chispa más o menos, como el de la rosa
de Alejandría: neoliberales de noche y nacionalistas de día.
Lo que me
parece destacable es lo siguiente: los diversos nacionalismos españoles aplican
las prácticas neoliberales mientras las izquierdas parecen obligadas a disputar
el terreno en términos nacionales o nacionalistas. Es claro que esa asimetría
entre economía global e izquierda nacionalista (o contagiada por el nacionalismo)
incapacita a esta para ejercer su acción de manera eficaz. Un ejemplo: a
finales del año pasado, el patrimonio bajo gestión de los fondos de inversión
en todo el mundo se situó en 22,1 billones de euros y el de los fondos de
pensiones en 18,1 billones; entre ambos manejan el 75,5 por ciento del PIB
mundial. Es la financiarización que ha
cambiado la composición orgánica global del capital.
Así las
cosas, o salimos de este atolladero o la izquierda política se irá debilitando,
todavía más, en su conjunto.
Tercer
tranco
He dejado
conscientemente que la gran cuestión del federalismo sea abordada por los
profesores Duarte y Coll. Es sensato dejar tan importantes cuestiones a los que
verdaderamente conocen el paño. No obstante, me permito plantear algunas cosas.
En primer lugar, mi apuesta es por un federalismo pluralista que haga viable un
federalismo social fundado en el protagonismo de la sociedad y, especialmente,
en la centralidad el trabajo. Porque el federalismo no es sólo una vía para la
mejor articulación territorial del Estado sino el camino más fructífero para
una democracia expansiva.
Entiendo
que nos encontramos no sólo ante una democracia envejecida ante las grandes
transformaciones de época sino ante una democracia demediada que cada vez más
se inscribe en el autoritarismo de matriz bonapartista. Todo
ello en el contexto de la
corrupción más vergonzosa jamás conocida en el periodo democrático.
Y, de otro
lado, ante un conflicto territorial de gran envergadura, que puede llevar al
distanciamiento o enfrentamiento, incluso entre los trabajadores de distintas
comunidades del Estado español, a pesar de que todos somos agredidos por las
políticas indiferenciadas de los gobiernos del PP y de CiU. Dicho sobriamente: entiendo que el Estado de
las autonomías está muy averiado. Una avería de tal magnitud que ya no lo
resuelve una o varias manos de pintura. Volver al viejo estado centralista
agravaría mucho más la situación. De
manera que no veo otra salida que el Estado federal. No me vale el argumento de
que se llega tarde o que parece que somos pocos los federalistas. Estas dos
observaciones también podrían haberse hecho en su día a nuestros tatarabuelos
que hace siglo y medio fundaron la Primera Internacional.
Vale.
Algún ejemplo tenemos: Panrico, TV3
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