Queridos
amigos Javier y Paco:
Creo que estamos en puertas de un debate
acerca del pasado y presente del Estado de bienestar que puede levantar algunas
ampollas de mucha consideración. Ruego a quienes quieran participar en esta
conversación que fijen su atención en el primer párrafo (Javier Aristu) y en el
segundo (Paco Rodríguez) y, a partir de ahí, iniciar una primera tanda de
intervenciones (1).
«El Estado social
“expropió” el protagonismo de la solidaridad de la gente y levantó un inmenso
edificio de servicios sociales, con fondos aportados por los impuestos», señala
Javier.
«Me interesa en
particular esa idea de la expropiación, de la desposesión de la solidaridad que
podían proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos. Se
puso en marcha una solidaridad mil veces más potente, desideologizada y
globalizada. Fue en ese punto del trayecto donde la izquierda abandonó a Marx
en masa para seguir a Lassalle. Ahí fue donde nos hicimos estatalistas, donde
atisbamos un atajo cómodo para acceder al socialismo de forma indolora»,
escribe Paco.
En primer lugar digamos que los
conceptos de Estado de bienestar, Estado social y welfare state pertenecen al
mismo tronco familiar. El primero lo utiliza generalmente la literatura
científica en lengua castellana, el segundo la italiana y el último los
anglosajones. El que no esté avisado ya lo está. Dicho lo cual, me dispongo a
decir la mía sobre los dos importantes pasajes de los no menos importantes
artículos de mis dos amigos Javier y Paco. Este artículo intenta reflexionar
sobre ambos párrafos tan suculentos.
Queridos amigos, yo veo las cosas
de otra manera. Aunque quiero entender que «el Estado social ´expropió´ el
protagonismo de la solidaridad de la gente …» (Aristu) no lo comparto, ni
aunque esas comillas de «expropió» tuvieran una intención metafórica. Lo que me lleva a un desencuentro
añadido con Paco Rodríguez. Entre
paréntesis, no recuerdo cuando Paco y un servidor disentimos en algo importante.
El de ahora es un desacuerdo importante, que no nos priva de echarnos
fraternalmente una botellita de verdejo entre pecho y espalda.
Entiendo que el Estado de
bienestar no fue nunca un estatuto
concedido o una cesión gratuita. El punto de referencia histórico en el que
conmúnmente nos movemos, Bismarck, con la creación de los primeros andares del
Estado de bienestar tuvo dos claves: a) las luchas del incipiente movimiento
sindical alemán y b) el intento del canciller de que los trabajadores y los
sindicatos estuvieran al margen del Partido socialista, al que Bismarck había
ilegalizado. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir de la relación entre
grandes movilizaciones y conquistas sociales. Por cierto, no tengo empacho en
admitir que además de ese proceso de presión sostenida en Europa, otro factor
añadido es que el propio desarrollo del capitalismo precisaba de unos
estándares de protección social: una «famélica legión», extenuada, era un freno
para la producción y el consumo.
Aristu y Rodríguez de Lecea
establecen una relación entre ese Estado social y el protagonismo de la
solidaridad. Paco concreta más: «desposesión de la solidaridad que podían
proporcionar los agentes sociales a partir de sus propios recursos» (el
subrayado es mío). Ahora bien, el mismo Paco nos da una pista a la que me cojo
como un clavo ardiendo: tras dicha desposesión «Se puso en marcha una
solidaridad mil veces más potente…». Lógico, la construcción de ese gran
edificio de tutelas, controles y recursos (siempre insuficiente, por supuesto)
no podía hacerse con cuatro chavos por muy solidarios y épicos que fueran. Os
pregunto, queridos amigos, ¿la enseñanza pública, la sanidad y otros bienes
democráticos se podían hacer sin contar con el Estado? Creo que no.
Recuerdo
una conversación en Roma con Fausto Bertinotti. El amigo italiano se deshacía
en elogios hacia los viejos tiempos de las Bourses du Tavail francesas donde en
las sedes de la CGT
se abrieron escuelas para alfabetizar a los obreros. «Es una pena que se haya
perdido, José Luis», me decía apesumbrado. Le hice ver a Fausto que me parecía
mucho más importante la batalla que dieron los sindicatos y las izquierdas por
la escuela pública y gratuita. Me contestó con un enigmático «Eres
incorregible, José Luis».
Yo no
entiendo que se tratara de una ´estatalización´ del Estado de bienestar, ni que
ello tuviera que ver con abandonar a Marx y seguir, en este caso, a Lassalle.
Porque no se trata de estatalización sino de constitucionalización.
Gradualmente esos bienes democráticos entraron por la puerta grande de las
constituciones europeas como han manifestado en reiteradas ocasiones dos sabios
de nuestros días, Umberto Romagnoli y Joaquín Aparicio. Por otra parte, como he dicho antes, la
política estatalista de Lassalle tiene más que ver con la total
desconsideración de éste con los sujetos y movimientos sociales (siempre
subalternos, según él, de los partidos, cuya función es –dicho
esquemáticamente-- hacer la política ´de
Estado´ como única forma de intervención. Y, también, de partidos políticos para los ciudadanos y no de los ciudadanos.
Cuestión
diferente es, no obstante, que dichos bienes democráticos fueran gobernados y
gestionados (porque sus controles democráticos eran débiles) unilateral y
discrecionalmente por los gobiernos de turno.
En
todo caso, esta conversación –si les parece bien a mis amigos Javier y Paco,
con el ruego añadido de que Joaquín Aparicio se tire al ruedo-- podría añadir otras consideraciones: a) ¿cómo
defender el Estado de bienestar, pasando de la lucha actual (de resistencia) a
una fase de alternativa?; b) ¿de qué manera se puede reconstruir un welfare que
no sea de resarcimientos; c) ¿qué papel juega la solidaridad en este
archipiélago de situaciones?
(1)
Las referencias están en
http://encampoabierto.wordpress.com/2014/03/21/nuevas-solidaridades/
(Javier Aristu) y http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/03/contra-el-estado-de-bienestar.html
(Paco Rodríguez de Lecea)
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