Continúa la conversación
sobre el libro La ciudad del trabajo. Izquierda y crisis del fordismo (Bruno
Trentin). Comentamos la segunda parte del tercer capítulo, cuya versión
castellana se encuentra en (2) ¿CAMBIAR EL
TRABAJO O CONQUISTAR ANTES EL PODER? (1) en http://metiendobulla.blogspot.com.es/2012/05/2-cambiar-el-trabajo-o-conquistar-antes.html
En esta ocasión se incorpora el profesor Ramon Alós
de la Universidad Autónoma
de Barcelona.
José
Luis López Bulla
Querido
Paco:
Quizás debamos aclarar a nuestros amigos, conocidos
y saludados que, cuando Trentin se pregunta en el titular de este capítulo qué
es lo primero, si cambiar el trabajo y la
vida o conquistar antes el poder, no pretende (al menos por ahora)
responder a dicho interrogante, sino exponer las claves de la discusión, a
muchas bandas, que se desarrolló en aquellos tiempos.
Antes de entrar en la materia de esta segunda parte
de la entrega quiero participar contigo de las referencias personales que haces
de dos dirigentes, amigos entrañables, del sindicato de aquellos tiempos nuestros.
Pep Cervera y Paco Puerto, dos anime
belle del viejo PSUC, que nos dejaron en lo mejor de sus vidas. El primero, como bien dices militó primero en
la CNT , catalán
de pura cepa; el segundo, nacido nada menos que en Los Palacios (do Riego se
plantó) con ciertos rasgos de aquel legendario Anselmo Lorenzo. Los dos eran de
una abnegada y fecunda militancia y, al mismo tiempo, amigos de la fiesta: Pep,
amante de los boleros y de la música de José Luis Perales; Paco, excelente
cantaor de cantiñas y bulerías. En definitiva, dos padres nobles de la
izquierda.
Sigamos, ahora, lo más directamente relacionado con
lo que nos ocupa. Siguiendo con tu reflexión crítica sobre nuestro compromiso
(individual y colectivo) en aquellos tiempos, me interesa traer a colación algo
que tengo en la cabeza y que, cuando lo expongo, a algunos de nuestros cofrades
se les ponen los pelos de punta. Tomo carrerilla.
Una de las cosas que explican el acierto de los
primeros andares de Comisiones Obreras fue su preocupación constante por las
condiciones de trabajo. Comoquiera que nuestro particular taylorismo-fordismo
(espeluznantemente prusiano) llevaba aparejado una fábrica que estaba hecha un
asco, los padres (y madres) fundadores se preocuparon meticulosamente de
afrontar la extremada miseria de aquellas fábricas y aquellos
talleres-zaquimaquí que no disponían, por lo general, de lavabos de señoras,
toallas, ventiladores, guantes de protección…
Por así decirlo, fueron –antes que la exigencia de las subidas
salariales-- las primeras
reivindicaciones.
Nosotros –ahora me refiero a nuestra generación
cuando ya teníamos mando en plaza— no reflexionamos adecuadamente sobre aquello,
y nos limitamos a relatarlo en clave de balance. Y, la verdad sea dicha, no
continuamos –salvo honrosas excepciones— por esas pistas que ya habían sido
abiertas. Total, que en nuestras prácticas negociales descuidamos, o no le
dimos la importancia debida, a las condiciones de trabajo en la fábrica y en el
taller. En parte, así las cosas, somos responsables del empobrecimiento actual
que tienen los convenios colectivos, desde hace mucho tiempo, en lo atinente a
las condiciones laborales del (y en el centro de) trabajo. Una de las grandes
excepciones de aquellos primeros andares fue SEAT. Revisitando los boletines de
aquel movimiento en esa fábrica (Informaciones Obreras, las octavillas y demás
papeles) se observa la orientación clara y las conquistas en SEAT. Toda una
proeza de la que fue impulsor, desde fuera, el camarada “Camps”, vale decir,
nuestro común amigo Isidor Boix. Y, como
protagonistas directos, aquel grupo dirigente de los Silvestre, Vallejo y
muchos más.
Con todo, no quiero desmerecer la importante lucha
que siempre dimos contra la nocividad en el centro de trabajo. Recuerdo, entre
las más llamativas, las luchas de Uralita contra la asbestosis. Pero, querido
Paco, fallamos en dos cosas: una, que la lucha por la salud (que llamábamos y
todavía lo siguen haciendo rutinariamente salud laboral) la entendíamos
separada del conjunto de las variables de la organización del trabajo; y dos,
que por lo general, como en el caso italiano que nos explica Trentin, la
acabábamos monetarizando con los resarcimientos de los pluses. Me duele decir que esa asignatura todavía sigue
pendiente.
Cambio de tercio. No me proponía escandalizarte con
lo que dije sobre la paradoja de las vías nacionales al socialismo à la
Togliatti. Quería
solamente mostrarte el embrollo de que, sin reivindicar a los seguidores de don
León Trostky, ¿cómo compatibilizar las vías nacionales, sin coordinación
explícita (ni implícita) con lo universal, todavía no decíamos global? Cierto,
las vías nacionales prestigiaron a los partidos comunistas que las pusieron
realmente en marcha, pero también renacionalizaron las actitudes del movimiento
obrero organizado. El mismísimo Togliatti hablaría, aunque no relacionando la
cosa, en su Testimonio de Yalta, del retraso del movimiento obrero en relación
a toda una serie de problemas internacionales.
Así pues, no es de extrañar la falta de gimnasia de
las estructuras del sindicalismo (tanto de la CES como de las organizaciones mundiales) en lo
atinente a la forma de enfrentarnos a la crisis demoledora que vivimos en la
actualidad. ¿Seguiremos por esa senda? Como tú bien dirías, recordando a
nuestro Juan de Mena (cordobés como nuestro inolvidable Tito Márquez): “non los
agüeros, los fechos sigamos”.
Querido Paco, de momento dejo de lado la breve
referencia que hace Trentin sobre Gramsci en su Americanismo y fordismo. Lo que dice me parece fundamental, pero
prefiero hablar de ello al final de nuestros comentarios. Lo digo porque, a lo
largo de todo el libro (y especialmente en su segunda parte, Gramsci y la
izquierda europea frente al fordismo en la primera posguerra) todo ello es
recurrente. Así tendremos el almacén más repleto. ¿Te parece?
Por último, vas a permitirme que informe al público
que puede leer directamente La città del lavoro. Sinistra e crisis del
fordismo, en el siguiente link: http://books.google.es/books?id=cTevv4wGwFQC&pg=PA32&lpg=PA32&dq=rozze+e+sane+sindacato&source=bl&ots=WkcRaSqbcb&sig=DZ8d6bSwBzs5DUAr3ynXtbMn1fA&hl=es#v=onepage&q=rozze%20e%20sane%20sindacato&f=false Y, ahora con tu permiso, abro el libro de
Étienne de la Boétie
y pongo el disco de Los campanilleros por
la madrugá (en la versión de La
Niña de la
Puebla ) que, como sabes, es el himno de la ciudad-estado de
Parapanda. Como no me ve mi Roser, enciendo una tagarnina que tengo preparada
al efecto. Mis saludos, JL
Parapanda, 2 de Mayo de 2012
Entra en la
conversación Ramon Alós
Queridos
Paco y José Luis:
En todo
caso, me permito unas preguntas:
¿Cuántos trabajadores, o mejor qué proporción de trabajadores podría trabajar bajo los esquemas productivos tayloristas fordistas (T-F) en su época dorada? Seguramente constituirían lo que en términos políticos se llama una mayoría relativa. Si es así, ¿por qué estos trabajadores adquirieron tanto protagonismo no sólo en el sindicato, también en el imaginario social hasta identificarlo en "el trabajador"? En mi opinión la respuesta a ello nos puede dar pistas sobre las dificultades actuales de representación para el sindicalismo. Yo creo que es verdad, como dice Trentin, que el modelo T-F y su cultura ha "colonizado" al movimiento sindical; pero en mi opinión la cultura T-F va más allá de, o va en paralelo con, la organización del trabajo. La cultura T-F es (o ha sido) la vida de muchos trabajadores y sus familias, incluso aunque ninguno de ellos trabajara en una cadena de fabricación.
¿Cuántos trabajadores, o mejor qué proporción de trabajadores podría trabajar bajo los esquemas productivos tayloristas fordistas (T-F) en su época dorada? Seguramente constituirían lo que en términos políticos se llama una mayoría relativa. Si es así, ¿por qué estos trabajadores adquirieron tanto protagonismo no sólo en el sindicato, también en el imaginario social hasta identificarlo en "el trabajador"? En mi opinión la respuesta a ello nos puede dar pistas sobre las dificultades actuales de representación para el sindicalismo. Yo creo que es verdad, como dice Trentin, que el modelo T-F y su cultura ha "colonizado" al movimiento sindical; pero en mi opinión la cultura T-F va más allá de, o va en paralelo con, la organización del trabajo. La cultura T-F es (o ha sido) la vida de muchos trabajadores y sus familias, incluso aunque ninguno de ellos trabajara en una cadena de fabricación.
Barcelona, 3 de Mayo de 2012
Habla Paco Rodríguez de Lecea
Queridos José
Luis y Ramon
No es posible entrar en comparaciones
entre los debates de la izquierda italiana y los de España o Catalunya en los
años setenta. Estábamos en coordenadas tan distintas, por la persistencia aquí
de la contradicción secundaria y los trajines que nos provocó la inminencia de
su resolución, que de aquellas polémicas sólo nos llegaron ecos apagados y
réplicas tardías aunque muy lacerantes, ya entrados los ochenta.
Ramon Alós apunta una objeción seria: ¿qué implantación real
tuvieron los métodos tayloristas en nuestras fábricas? ¿No estamos magnificando
una situación que como mucho afectó a una minoría mayoritaria o a una mayoría
relativa?
Al empezar estas conversaciones comentábamos que el
fordismo-taylorismo se consolidó en nuestro país, y también en otras latitudes
(incluido el mundo del socialismo real), como un sistema ineludible. Su lógica
interna invadió terrenos ajenos en principio a la producción de bienes y
servicios, como la política y las relaciones sociales. Entre nosotros el
taylorismo llegó de una forma u otra hasta los talleres cochambrosos de las
barriadas suburbanas más degradadas. No lo hizo casi nunca en sus variantes más
‘ilustradas’ y refinadas, y sí en muchos casos como mera coartada y en su
versión más zafia: la del «esto se hace así por mis co’ones, y ahí está la
puerta para quien no le guste.»
Dicho de otro modo: Alós tiene razón,
pero el argumento se sostiene a pesar de todo. Aquí se trabajó menos en
implantar una real organización taylorista del trabajo que en cortar de forma
sistemática la reflexión de los trabajadores sobre las formas más adecuadas de
llevar a cabo su cometido, y todos los puentes de diálogo entre la dirección
‘pensante’ y la instancia ejecutora del trabajo, que pasó a tener más que nunca
un carácter subalterno. El talante de nuestra patronal tenía en general poco
que ver con la letra de las propuestas del ingeniero Taylor, pero atrapó al
vuelo la melodía, es decir el argumento autoritario implícito en la división
del trabajo.
Yo me atrevería a decir que en ese fiero
enroque, que viví en mis carnes en mi lejana época de mando en plaza, hubo un
componente no insignificante de miedo a los sindicatos. ¿Tú qué opinais?? De mí
sé decir que en un par de despachos gerenciales me oí decir: «Antes cierro la
barraca que dejar que seáis vosotros quienes ‘me’ dirijáis la empresa.»
Nuestras peticiones no eran abusivas: queríamos colaborar en el proceso de
implantación de instrumentos informáticos en las empresas papeleras y gráficas,
con el fin de reciclar oportunamente y en lo posible al personal, y evitar lo
que entonces nos parecía el peligro más grave de las nuevas tecnologías, la
pérdida de puestos de trabajo.
Trentin
señala cómo algunos análisis desde la izquierda apuntaron, en la situación
descrita de forma muy superficial en los párrafos anteriores, que lo que se
había consolidado era un nuevo sistema de dominio,
y no tanto de organización del trabajo. Lo que de hecho primaba en el interior
de las empresas no era la eficiencia sino la irracionalidad, la pura imposición
sin motivaciones económicas. Para expresarlo de un modo simplista pero gráfico,
la subordinación del asalariado degeneró en su ‘brutalización’.
A partir de esa valoración negativa y
pesimista sobre la situación del trabajo asalariado surgieron en la teoría de
las izquierdas europeas occidentales dos tipos de respuesta: una, más
espontánea, aunque teorizada por ciertos grupos radicales, declaró que frente
al dominio omnímodo del patrón no sirven de nada las iniciativas de los
asalariados ni la mediación sindical (el sindicato se convierte en ‘cómplice’
de la dominación), sino sólo la resistencia pasiva: el boicoteo, el absentismo,
incluso el robo y el sabotaje.
La otra respuesta es la que invita a
dar por definitivamente perdido, en la práctica, el tiempo de trabajo. El
trabajo heterodirigido es un paréntesis forzoso, un valor negativo, un peso
muerto en el conjunto de nuestras vidas, que tendrán tanto más valor cuanto más
consigamos recortar ese déficit neto. Esta teoría apunta a luchar por la reducción
progresiva del tiempo de trabajo y a que el trabajador busque formas
individuales de autorrealización fuera del mismo.
Pero, como ya se ha apuntado antes, el
trabajo no es sencillamente una más de las parcelas entre las que repartimos
nuestra vida. Es nuestra dimensión esencial, y perder esa dimensión equivale a
mutilarnos como personas. Peor aún, equivale a perder el sentido de la
existencia, porque nuestro legado, lo que queda de nosotros cuando nos hemos
ido, son los resultados y los frutos del trabajo concreto que hemos
desarrollado.
Por eso es necesario seguir ahondando,
con Trentin, en los cimientos de una nueva acción colectiva que revalorice el
trabajo asalariado (que es trabajo ‘humano’, no abstracto), lo llene de nuevo
de sentido, y lo señale como la única forma posible de autorrealización.
José Luis López Bulla
Querido Ramón, no sabes cómo te agradezco que me
regalaras La città del lavoro, allá
por el año de 1997 cuando estábamos ambos en el CERES. De nuevo, muchas
gracias, viejo amigo.
Preguntas ¿por qué estos trabajadores adquirieron tanto protagonismo no sólo
en el sindicato, también en el imaginario social hasta identificarlo en
"el trabajador"? Me parece que una primera y provisional respuesta sería ésta:
porque la izquierda (especialmente la vincente)
le dio cobijo a los pocos años de imponerse ese sistema. Primero fueron los
partidos socialistas europeos que, en eso, estaban en Babia; después Lenin los
bendijo en el Congreso del KOMSOMOL del año 1918; después Gramsci dijo lo que
dijo en su ensayo Americanismo y fordismo,
que lo tienes recopilado en la edición que tradujo Manuel Sacristán y, a partir
de ahí, los sindicatos –prótesis de papá-partido-- cantaron subordinadamente aquello de “me
gusta como bala la ovejita”. Por lo tanto, cuando salían voces críticas, como
por ejemplo la de Simone Weil, se las mandaba a paseo. Trostky llegó a decir
que la Weil
estaba loca de atar. En concreto, la izquierda política fue colonizada por el
taylorismo; y los sindicatos se recolonizaron a su vez por partida doble: en
relación a su dependencia de los partidos y directamente del taylorismo Por
cierto, voy a buscar entre mis papelotes unos textos donde se relata la extensa
literatura que, influida por don Federico Taylor, se refería a cómo debe
gobernar la mujer su cocina, el conjunto de la casa y la influencia que tuvo el
ingeniero a la hora de realizar películas. No me refiero a films como Tiempos modernos sino a la aplicación
del sistema para hacer películas. Ya os la reseñaré cuando encuentre el
papeleo.
No me resisto a recordar una anécdota que estoy seguro
conocerás. Cuando el pintor Diego Rivera volvió a Méjico de su viaje por los
Estados Unidos, dijo en una reunión del Comité central del PC mejicano lo
siguiente: “Marx puso la teoría, Lenín la política y Ford la organización”. Las
actas no aclaran si esta intervención se produjo antes o después de comer.
A partir de todo ello, sólo las rutinas –empezando por las
un servidor y las de su generación— hicieron el resto. Lo que prueba hasta qué
punto un mensaje potente (tanto el taylorismo como el fordismo lo eran) puede
tomar cuerpo, primero, y después colonizar a las izquierdas, incluso las que se
reclaman de la transformación. Porque hacía creer que ese sistema
(taylorista-fordista) era algo definitivamente dado (que fue lo que en
resumidas cuentas dijo Lenin). Sólo cabía ponerle “rostro humano”. En resumidas
cuentas, el sindicalismo fue un sujeto de tutela contra el abuso de ese modelo,
pero no de transformación. Lo que
siguiendo las tradiciones mantiene aguerridamente la actual generación de
sindicalistas. Seguro que hay más explicaciones, pero de momento por algún
sitio hay que empezar, aunque sea con explicaciones provisionales. Como decía
Anselmo Lorenzo: Vuestro en la
Idea , JL desde la noche estrellada de Parapanda, JL
(1) Las anteriores conversaciones se encuentran en
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