La
caótica línea política del Partido
Popular está, como es lógico, ligada a la extraña personalidad de su
primer dirigente formal. El tantas veces deseado y esperado, Feijóo, ha venido a
recordarnos la incompetencia de aquel rey felón, el séptimo Fernando, que en un
abrir y cerrar de ojos mudó la esperanza puesta en él por una de las mayores tirrias
colectivas que se ha tenido contra un gobernante.
Feijóo,
el esperado, el deseado hasta el punto de que los medios borraron algunas de
sus fotos de juventud con personas poco recomendables, ha sido –está siendo— un
fiasco de padre y muy señor mío. Su actuación política –especialmente en torno
a la cuestión de la renovación del Consejo General del Poder Judicial— es el obstruccionismo
más sangrante que se ha hecho contra la Constitución. Ahora bien, un dirigente que
llega a un acuerdo con otro de distinta formación y, a continuación, le
flaquean las piernas tras una llamada de la Ayuso no es de fiar: en primer lugar para su
propio partido y, definitivamente, para la guía del país.
Pero
el problema del PP no es Feijóo. Feijóo fue aclamado porque la dirección
submergida del partido le consideraba un chisgarabís, un veleta que no tendría
empacho de afirmar García Márquez, en completa
soledad tardó cien años en escribir una novela. El problema es el PP en tanto
que tal: en su viraje hacia la confusión, en su constitucionalismo de
mercadillo, en la substitución de los fines de la política por la ocupación de
las poltronas: desde las togas y puñeras hasta la emisión de almojarifazgos. Y
con esas características no puede haber mirlo blanco alguno.
En
conclusión Feijóo es un pobre cabo furriel que estará ahí hasta que la dirección sumergida lo aguante.
Post
scriptum.--- Felicidades, Lula.
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