El
Partido Popular es un trebejo político que
quiere ser de derechas. Pero, en realidad, sus prácticas, le llevan más allá; le
conducen velis nolis a las cercanías
de la ultraderecha. El PP quiere ser
homologado a sus cofrades europeos, como mínimo a los que conforman el euro grupo
parlamentario. Los hechos, sin embargo, le llevan a una dirección opuesta. Su
problema, a mi entender, es: no tienen un proyecto definido; un déficit, que
viene de atrás de liderazgo; y una obsesión patológica con su hermanastro, Vox. Para
mayor inri, vuelven a salir a la superficie los problemas de la corrupción.
El
PP –sin y con Feijóo, considerado, quién
sabe por qué, el bálsamo de Fierabrás— cree haber encontrado un filón con su
exigencia de la bajada «inmediata» de los impuestos. Disparate mastodóntico precisamente en esta
coyuntura. O no saben tamaña imprudencia o solamente es un berbiquí para ir
erosionando al gobierno progresista. Con todo, si no lo saben han debido
recibir el recado del Fondo Monetario Internacional advirtiendo del peligro de competir para
bajar los impuestos. Que es, más o menos, lo que sostienen los países europeos
de mayor enjundia. Ahora bien, todos sabemos que se trata de una pegatina de
papel de estraza que sólo se utiliza para después –véase Rajoy— no cumplirla.
Por
lo demás, los andrajos políticos del PP le han llevado a encontrar una excusa para
no renovar el Consejo General del Poder Judicial: si no hay bajada de impuestos,
no se negocia la renovación del Consejo. Y digo yo: ¿qué tiene que ver el culo
con las témporas? Hasta los toros de Guisando han mugido ante dicho disparate.
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