Si
el flamante presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, hubiera hecho lo que hacen
sus correligionarios europeos más distinguidos, Vox no estaría en la Junta de
Castilla – León. Pero Feijóo es de otra pasta; de hecho, los populares tienen una biografía muy
diferente a la de los partidos de la derecha europea ilustrada.
La
gran paradoja es que este caballero, Feijóo, ha permitido que un partido de
colodrillo menguadamente democrático siente sus posaderas en el gobierno castellano—leonés.
Digo paradoja porque se nos había presentado como el hombre de la renovación
del partido de aquel Casado, ya lejano. Patarata. Se no vendió un dirigente,
que se decía centrista. Patarata. Más todavía, Feijóo permite el disparate en
puertas del ballotage francés. Un aliento indisimulado para Le Pen.
Feijóo
como Jano bifronte: su mano derecha no sabe lo que hace la izquierda; abre el
camino para que, por vez primera, la ultraderecha entre en un gobierno
autonómico y, simultáneamente, no se presenta en la toma de posesión de su
faraute. La cosa es grave. Pero –oído cocina--
más grave es que, según el CIS, el 56 por ciento del electorado del PP
ve con buenos ojos el pacto con los de Vox. Ahí, ahí está el detalle.
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