A
estas alturas de la vida hay pocas cosas de que sorprenderse, son habas
contadas. Pongamos que hablo de Afganistán. Un conflicto que viene de antañazo,
un grano en el culo de aquella parte del mundo. En esta nueva catástrofe afgana
se ha demostrado, una vez más, la pusilanimidad de la Unión Europea, el
estrabismo de Putin, el «esperar y ver» de China y la calamitosa política
norteamericana. Sorpresas, pues, ninguna. Cada cual apacienta el rebaño de su
parroquia con estilo patriochiquero y al mundo que le den por do amargan los
pepinos.
Francesc Peirón, corresponsal de La Vanguardia en
Nueva York, informa que «Biden
hizo caso omiso de los informes que le avisaron del peligro talibán». Con toda
seguridad el presidente era consciente de que aquello tendría un desenlace
rápido y fatal. ¿Por qué no hizo caso? Porque
le convenía, según él a los intereses de Estados Unidos, sean estos los que
fueren. Pero las cosas no están tan claras porque el mismo corresponsal explica
que el general Mark Milley no
recibió el colapso del ejército en once días». Confusión organizada a cosica hecha.
Conclusión:
paseíllo militar, los talibanes se hacen con el país en menos que canta un
gallo y empieza la represión. Las primeras, las mujeres.
Eso
sí, en la ONU han hecho una nota de prensa «muy dura».
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