Estamos
ante la iniciativa económica más ambiciosa de la historia de España: son los
fondos que debemos gestionar en la lucha contra el covid y sus efectos,
procedentes de Europa. Pero antes
deberíamos recordar que una parte considerable de la modernización de nuestro
país –no nos olvidemos de las Comunidades autónomas— fue debida a los fondos
comunitarios tras la entrada de España en la Unión Europea. Así pues, cuando se
hable de los problemas del viejo continente y de sus problemas no hay que
olvidar esos dos grandes momentos: los primeros fondos y los actuales.
Recordemos que en esta ocasión España es el país que tiene asignado el mayor
volumen de ayudas.
Se
trata de un dineral: 140.000 mil millones de euros en transferencias y
créditos. Hacen bien algunos comentaristas cuando advierten de que el «riesgo
de cometer errores es muy elevado». Que francamente me parece oportuno. Una de
las razones que arguyen es la inexperiencia y bisoñez de políticos y técnicos,
europeos y españoles, en la gestión y en proyectos de tantísima envergadura.
Ignoro si es así. Pero si se detecta ese problema, la solución es aparentemente
sencilla: póngase al frente de esa macro operación a los más idóneos.
Con
todo, yo tengo una especial prevención sobre otros problemas que pueden molestar
e, incluso, estropear el gran proyecto: es la morbosa práctica del
corporativismo territorial desde sus versiones más estridentes (el nacionalismo
excluyente, que considera ´lo suyo´ como lo único fundamental) hasta el
regionalismo de campanario que quiere hacerse notar en esta casa de la Troya. Estos
problemas no estaban presentes cuando recibíamos los primeros fondos europeos a
mediados de los ochenta del siglo pasado: la marrana empezó a joderse más tarde
y de la noria salía, cada vez, menos agua. La Muchacha
del 78, que sabía de números más que Peano,
me dijo en cierta ocasión que ese enjambre de taifatos, merinazgos y encomiendas
es un «descomunal error contable».
El
otro problema lo trae a colación Manuel Gómez Acosta,
ingeniero: «La oposición al Gobierno no puede ni debe poner "palos en la rueda". Catalunya debe
abandonar su estado actual de catalepsia e incorporarse al esfuerzo colectivo.
Antes del "procés"
Catalunya lo habría podido liderar ahora debería intentar no quedarse rezagada.
Esta es la triste realidad de una quimera fracasada».
Así
pues, no hay mucha claridad que digamos. Pero si la política vale para algo es
para enderezar estos entuertos y, si corresponde, echar del castillo a esa
cáfila de fantasmas que son, efectivamente, los que joden la marrana.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», según don Venancio
Sacristán.
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