La
situación del gobierno empieza a ser preocupante. No conviene disimular que no
pasa nada. En los últimos meses se han producido una serie de desencuentros
entre las dos fuerzas políticas que conforman el Ejecutivo de Pedro Sánchez. No es sólo un problema de sacar pecho
ante las elecciones catalanas. La cosa es más honda. Esta es, pues, una crisis
que va de menos a más sin que se sepa, al menos por el momento, cuánto va a
durar y cuál es su diapasón.
Esta
crisis, además, se da en un momento confuso: el Partido Popular se encuentra lamiéndose las
llagas por el juicio sobre los «papeles de Bárcenas» y su desastre electoral en
Cataluña que le ha comportado la condición de partido extra parlamentario; Pablo Casado está en boca
de importantes dirigentes de la organización, unos, esperando la ocasión para
afilar las albaceteñas, otros, cansados de ir mejorando a peor. Momento
confuso, también, en Ciudadanos,
cuya hecatombe en Cataluña ha hecho época. Arrimadas está siendo fuertemente cuestionada,
aunque resiste –como Casado-- en las
casamatas de la dirección.
Estos
rifirrafes internos de populares y ciudadanos conllevan un enorme
nerviosismo en sus grupos dirigentes, que intentan esconder armando gigantescas
zahúrdas en el Congreso de los Diputados. Es decir, los desconchados y las
grietas de sus edificios se camuflan armando gresca en el Parlamento.
Este
es –lo repetimos con desagrado-- un momento confuso, precisamente cuando va a
empezar la comisión interministerial que trata de los fondos europeos. De un
lado, dimes y diretes en el gobierno; de otro, inestabilidad parlamentaria. «Lo
primero es antes», es decir, temple y altura de miras. Tienen razón si me dicen
que eso es retórica. Cierto, pero lo contrario a ´temple´ y ´altura de miras´
conduce al fracaso del gobierno progresista de coalición. Lo que equivaldría al
cierre del nuevo ciclo de derechos de ciudadanía, dentro y fuera del ecocentro
de trabajo, que se abrió tras la investidura de Pedro Sánchez. Si, por
desgracia, se llegara a la ruptura, las consecuencias serían tremendas y,
entonces, lo de menos sería quién es el responsable de esa catástrofe. Por lo
demás, también importaría una higa si el electorado censurara a uno o a otro –o
a los dos— porque lo importante serían las consecuencias: la paralización del
nuevo ciclo de derechos.
Sugiero
la siguiente propuesta: que el sindicalismo confederal tome cartas en el asunto
y, discretamente, medie para reparar el desaguisado gubernamental. Me parece
que, dado que sería el principal perjudicado de esa indeseable ruptura, debe
ser quien le cante las cuarenta a Pinto y
Valdemoro.
Nota bene.--- Ruego al público que clique en este link;
tendrá una cierta sorpresa: https://cat.elpais.com/cat/2021/02/18/cultura/1613638040_449531.html.
CC.OO. de Catalunya ante el tristemente célebre
23 F de 1981.
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