Parece
que la cosa electoral del 14 de Febrero está firme tras las dos resoluciones
del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. No lo veo yo tan claro. Todavía
falta la decisión definitiva de dicho tribunal. Pero en cualquier caso, Marius Carol en La Vanguardia de hoy nos dice: «lo
desconcertante de la situación es que el TSJC se haya dado para decidir sobre
el 14—F hasta seis días antes de la votación». Lo han leído perfectamente: seis
días antes del 14 de Febrero –la fecha que todavía mantiene el tribunal— sus señorías
dirán definitivamente el qué. No me parece la mejor decisión. Solamente delante
de mi abogado diré qué es lo que pienso sobre ese particular.
En
apariencia –sólo en apariencia— ha caído sobre Catalunya una maldición bíblica.
Pero Shakespeare ya nos advirtió en su día que
no hay nada escrito en las estrellas, todo lo escribimos nosotros. Y, en
efecto, en ese nosotros genérico
recae, aunque de forma desigual, la responsabilidad del desastroso momento que
atraviesa Cataluña. Un servidor viene defendiendo la tesis de la decadencia
política y económica de Cataluña, pero Joan Coscubiela afirma
que es una decadencia que recorre toda la sociedad. No me gustaría que tuviera
razón, pero lo cierto es que su opinión se va acercando más a la realidad que
la mía.
Lo
que sí se ha empezado a observar es el reparto articulado de papeles entre el
independentismo político y sus franquicias sociales («prietas las filas, recias,
marciales» las escuadras de la ANC
y los profetas desarmados del Omnium):
los primeros agitando la conspiración contra Cataluña y exhibiendo la
deslegitimación de la Justicia; los segundos propalando el miedo y llamando a
la insumisión de los miembros de las mesas electorales. Un ejemplo: Xavier Sala i Martín –economista
de las encomiendas neoliberales, hombre de mil chaquetas, siempre adosado al
abrevadero de Tv3-- arrecia durante
estos días, almogávar de espardenya,
con el grito de «Espanya ens mata».
Darle
la vuelta a esta situación es cosa de mucho tiempo. Dio cane.
Post
scriptum.--- Don
Venancio Sacristán: «Lo primero es antes».
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