El
discurso del sexto Felipe dará
mucho que hablar. Los mentideros, tanto
mediáticos como caseros, están en plena ebullición y un enorme calcorreo
de mensajes surca los caminos de whatsapp quitando o poniendo rey. Con todo, la
ventaja de ese medio es que guarda las distancias sociales y respeta toda la
orientación contra el virus.
Atención
a lo que nos dice Enric Juliana en su artículo
de hoy Regreso a Azaña y a Catalunya (1).
Para el afamado comentarista político «el discurso de Navidad del Rey empezó el
jueves de la semana pasada». En concreto –nos dice-- cuando en el acto de la
exposición de la Biblioteca Nacional, reivindicó la figura de don Manuel Azaña, presidente de la República. Un mensaje que continúa en la entrega del
premio Cervantes de Literatura al poeta catalán Joan
Margarit. La importancia política de la reivindicación de Azaña es evidente.
He
dicho que los whatsapp crecen y se multiplican desde anoche. Tras la
conversación con mi viejo amigo mataronés Antoni
Cuadras le concedo lo que me sugiere: «Esperemos el discurso de la
Pascua Militar, no creo que sean piezas separadas». Vale, esperemos el discurso
de la Pascua Militar. Pero mientras tanto
no me resisto a comentar la pieza central del mensaje, uno y trino, del sexto
Felipe, esto es, lo que escuchamos ayer noche. La pieza de Juliana es de gran
importancia y ahí queda para honra y gloria de don Manuel. La de la Pascua
Militar habrá que esperar.
Pero
séame permitido una observación: de ese tríptico la pieza central es la más
importante a nivel público. Las otras dos –metáforas no irrelevantes— van
dirigidas a públicos concretos: el primero a la clase política, el de Pascua al
estamento militar y el central a toda la sociedad.
He
oído por ahí que ha sido un «discurso inútil». Más bien, entiendo que el
discurso es contraproducente. Por esta sencilla razón: no ha tenido en cuenta
el principal problema institucional que tiene España, esto es, el rey emérito
está siendo investigado por una serie de graves problemas económicos y
financieros: las comisiones del Ave a La Meca, las tarjetas opacas y una cuenta
activa sin declarar en la isla de Jersey. Así, pues, no procede el silencio del
Rey sobre el comportamiento de su padre. Afirmar, en todo caso, que hace una
alusión a ello cuando se afirma que
«todos somos iguales ante la ley» es una jaculatoria al ajo arriero.
¿Por
qué el discurso lo considero contraproducente? Porque callando la mayor da pie
a ser considerado como encubridor benevolente. Pero, con esta mudez voluntaria,
el sexto Felipe entra en flagrante contradicción con esa parte de su discurso
que afirma con razón que «Los principios éticos están por encima de
consideraciones personales o familiares». Facta
non verba. En concreto, Felipe ha
actuado más como hijo que como Rey y Jefe del Estado. Que eso lo hiciera su
tatarabuelo Alfonso XII con
su madre, Isabel II, podríamos decir que era el signo de aquellos
tiempos, pero esto de ahora es agua que está pasando y puede mover el molino.
Ahora
la que se nos viene encima es lo siguiente: ríos de tinta y mares de palabras
sobre el discurso. Más perejil para
las salsas políticas de quienes, a falta de proyecto, se acogen a un nublado
para aparentar lo que no son.
En
pocas y pobres palabras: este discurso tiene la misma consistencia que una
representación de El barbero de Sevilla sin
Fígaro.
Post
scriptum.--- Cuando una persona afirma que «Lo primero es antes» sabe de qué
está hablando; es el caso de don Venancio Sacristán.
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