La
cara: Caixa Bank y Bankia se fusionan. La cruz: ajuste de cuentas de Torra, vuelto al redil de Waterloo, con una limpieza
de los responsables de tres covachuelas. Ambas situaciones tienen un elemento
común, a saber, el declive de Cataluña. Un declive que se inicia con el ascenso
del independentismo, malbaratando la proyección internacional de Barcelona y Cataluña;
es una marcha decadente que se desarrolla en el espacio—tiempo de la
globalización con una potente reestructuración y reconversión de los aparatos
productivos y de servicios.
Primer tranco
La fusión (en realidad una compra con apariencia técnica de fusión) convierte al nuevo grupo en la décima entidad financiera europea con una cuota del 23 por ciento de mercado. Es la operación bancaria más importante de la historia de la España democrática. No hace falta recordar que «la historia de España va en paralelo a la historia bancaria, sus fusiones y sus quiebras», me escribe Javier Aristu en un guasap. A partir de ahora, suponemos, se iniciará un calcorreo de barra libre en el sector con operaciones más o menos similares. La sede de la nueva entidad estará en Valencia. Lo que tiene la mayor importancia.
Italia
tiene su arisco binomio Roma – Milán. España siempre contó con la áspera
relación Madrid – Barcelona. Ahora, seguramente a lo largo de muchas décadas,
el eje se desplaza de Barcelona a Valencia. Por la mala cabeza del
independentismo y la desidia de las élites económicas catalanas; unas élites
que, primero, fueron abandonando la industria y dejaron que Cataluña fuera una
«pista de aterrizaje de multinacionales», de estúpida memoria pujolista, para
después –a las primeras de cambio-- irse con la música a otra parte; unas élites
que nunca calibraron los enormes desperfectos que haría el independentismo. La
burguesía industrial catalana, al contrario de la piamontesa y lombarda, fue abandonando la escena. En resumen,
independentismo y burguesía industrial catalana: a cada cual lo suyo.
Segundo tranco
En paralelo a la fusión siguen los guiñoles independentistas. En la Vega de Granada llamamos cristobicas. Don Cristobica ordena desde Waterloo la reordenación de la estructura de poder de la Generalitat que aplicará, su vicario, don Perlimplín con los siguientes objetivos: ajuste de cuentas a quienes no se han pasado a su nuevo partido o no son de su total confianza; empequeñecer a sus rivales, el PDECat; y, definitivamente, dejar bien claro que las elecciones autonómicas no están a la vuelta de la esquina. Y por encima de todo: reafirmar que don Cristobica Puigdemont es el único que corta la longaniza. Sin importarle el ridículo que supone, entre otros, hacer consejero de Empresa a ese pintoresco neoliberal Ramón Tremosa, cuya fama viene de su labor en el Parlamento Europeo cuando denunció el pisotón del madridista Pepe a Leo Messi. Chocante: otro neoliberal más en un partido que, se nos dice, quiere girar a la izquierda.
Seguirá, pues, esa legislatura catalana que, desde el inicio, se convirtió en una mandanga, una hijuela del perro del hortelano. Y, en definitiva, más madera para que la vieja locomotora siga avanzando hacia la decadencia. Es el estropicio para los días de hoy de una falsa ideología, el independentismo, y de unos incompetentes políticos que, además, han propuesto a la juventud un objetivo irreal –una cacoutopía, que diría el profesor Juan—Ramón Capella-- que le complicará el futuro.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes» (Venancio Sacristán).
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