El
rayo que no cesa del coronavirus sigue, desbocado, un peligroso curso aunque de
manera irregular por toda la geografía española: en unos sitios mal y en otros
peor. No parece que las autoridades autonómicas estén en condiciones de controlarlo;
antes al contrario, la gestión de esta crisis es francamente defectuosa. Por no
decir que en determinados lugares –pongamos que hablo de Catalunya-- todo indica que las autoridades dan más
prioridad a otros asuntos que al de la lucha contra la pandemia. Que se haya
dedicado un pleno parlamentario a discutir la crisis de la Monarquía española
en vez de atender los gravísimos problemas de la salud pública explica que el
interés del independentismo –tanto el cuarialesco como el goliardesco— se orientan
al margen (y contra) la sociedad. Un pleno que se ha hecho para acumular
agravios –dirán enfáticamente-- contra
Cataluña. Tres cuartos de lo mismo en Andalucía: la Junta de las tres derechas
no ha impedido, cuando la pandemia azota en aquella región, la celebración de
una corrida de toros en el Puerto de Santa María.
A
estas alturas podemos decir que el mito de la mayor eficacia de las
administraciones más cercanas, que se ha elevado a dogma de fe, ha caído de
bruces. En algunos lugares –sigo hablando principalmente, aunque no únicamente,
de Cataluña-- tras la recuperación de las competencias
sanitarias, la gestión ha empeorado, a pesar de que han tenido cerca de tres
meses para prepararse. El problema de fondo sigue siendo este: ante un fenómeno
de estas características el fraccionamiento del control y correspondiente
atajamiento de la crisis acaba siendo perjudicial. Cualquier intento de
revestir el fraccionamiento de uso de las competencias es un miriñaque
jurídico—político para mayor gloria del cantonalismo zarzuelero. Cantonalismo, decimos, justo cuando se dan en
paralelo estos dos fenómenos: irresponsabilidad social de masas sin obedecer
las normas que publican las autoridades autonómicas y la mayor inoperancia de
éstas. Un cantonalismo en el que cada maestrillo aplica su librillo sin
relación con la parroquia de al lado y sin vínculo alguno con el de todo el
país.
Seguir
así es un disparate. O se vuelve al ´mando único´ con Salvador
Illa a la cabeza y don Fernando Simón en
el gobernalle o de esta saldremos cuando la suma de los ángulos de un triángulo
no sea de 180 grados.
Post scriptum.--- Siguen los fuegos de campamento con los boys
scout cantando el Kumbayá. Por enésima vez el señor Venancio
Sacristán, el metalúrgico filósofo de Chinchón, clama: «Lo primero es
antes».
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