Lo
prioritario siempre expresa una jerarquía, a saber, que una opción está antes que otra, ya sea en tiempo o en
orden. Es la preferencia. No es, por tanto, una cosa u otra. Sino qué va
primero. Algo engorroso para los políticos, porque el hecho de optar o preferir
siempre comporta agravios para los perjudicados y escasos parabienes de los que
se sienten beneficiados. De ahí que los políticos, por lo general, no dejen
claro en sus programas qué es lo prioritario y, en un mismo discurso, lo
preferente quede envuelto en una nebulosa o camuflado entre mil prioridades.
Cuando casi todo es prioritario nada es preferente.
No
es irrelevante esa reflexión. Porque la política es la técnica de optar y darle
jerarquía a la opción. Lo mismo rige para lo que se ha dado en llamar «política
industrial». Lo novedoso ahora de ese asunto es que a quienes la hemos
reivindicado –cuatro y el cabo, a qué engañarnos-- se están sumando quienes estaban distraídos o
los que no la propugnaban o incluso desdeñaban.
Voces
de vara alta académica propugnan que la prioridad de la recuperación –es decir,
de la inversión de los fondos europeos--
debe orientarse al sector turístico. Pero hay también voces no menos
autorizadas del archipiélago académico que apuestan porque la prioridad sea la
política industrial. Naturalmente los protagonistas de cada sector consideraran
prioritario lo propio. Es cosa
natural. Cada feligrés considera que la suya es la única religión verdadera. El
«qué hay de lo mío» no sólo es una exigencia sino también la consideración de
que lo mío es lo preferente.
Este
blog, que es un blog de tendencia, considera que la industria es lo
prioritario. No lo decimos contraponiendo lo otro a lo uno, sino estableciendo
la jerarquía. La misma jerarquía que, sobre chispa más o menos, estableció en
sus axiomas el matemático Giuseppe Peano sobre los números naturales. Daremos, naturalmente,
las razones que nos llevan a preferir la industria, sabiendo que «preferir» no
es desdeñar la opción que no es la escogida preferentemente.
La
principal razón es la inestabilidad del sector turístico, siempre expuesto a
vicisitudes diversas: conflictos bélicos, catástrofes climáticas, altercados
diplomáticos de unos países con otros o, como ahora, crisis sanitarias. Digamos
que es un sector líquido. Y vulnerable.
Por supuesto, nuestra preferencia por la industria no nos lleva a la
reivindicación del subsector chatarrero. Para eso están los quinquis que pueden
hacer negocios rentables.
Estamos
con Manuel Gómez Acosta cuando insiste en que: «El
escenario post-covid es una oportunidad única para reindustrializar España y
transformar
su modelo productivo, basado en una economía de baja productividad condenada al
déficit público crónico Para conseguirlo, España tiene que avanzar en su
inserción en la cadena de valor europea, asegurando de entrada que sus empresas
solventes salgan lo más indemnes posible de esta crisis, para lo que el
Gobierno debe aprovechar la posibilidad hoy existente de dar subsidios e
incluso de entrar de forma temporal en su capital social.
» Los países europeos con mayor peso industrial en sus economías
deberán probablemente replantearse el poder fabricar en sus territorios
nacionales, en un marco de coordinación europea, productos y componentes para
las industrias y tecnologías que se consideren estratégicas (salud,
farmacéutica, computación cuántica, material de transporte, energía...),
reduciendo su dependencia de los mercados asiáticos. Lo anterior exigiría una
apuesta comunitaria por un incremento significativo de la inversión en
I+D e innovación en esas áreas estratégicas».
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